LOS ACTOS BUENOS Y LOS ACTOS MALOS
Desde que somos pequeños, una de las primeras cosas que aprendemos en casa es a distinguir el bien del mal. Nuestros padres nos enseñan a ser bondadosos con los otros niños, con los animales, y en general con todos los seres vivos. Pronto entendemos qué es el sufrimiento y cuál debe ser nuestra conducta para no causarlo a los demás ni a nosotros mismos. Cuando crecemos, esas mismas bases nos sirven para el resto de nuestra vida.
Con el paso del tiempo, los nuevos panoramas a los que nos vamos enfrentando, van complicando aquello, con un sinnúmero de leyes y reglas que debemos obedecer, si queremos ser aceptados e integrados a la sociedad y en caso de no hacerlo recibiremos un castigo acorde con nuestra trasgresión. Esto es, actuaremos motivados por el miedo. Pero ¿qué pasaría si dejáramos que la fuerza conductora fuera el amor? Las leyes humanas no premian a quien las obedece, y si amonestan a quien no las observa. El amor siempre recompensa.
Las costumbres y usos de una región específica tienen todo que ver con la percepción de lo bueno y lo malo. Por ejemplo, si me pierdo en el polo norte y un esquimal me encuentra casi congelado, me lleva a su iglú, me convida sopa caliente y fuego para curar la hipotermia. Y después que la fase crítica ha pasado, ¡Me ofrece a su esposa para dormir con ella y acabar de entrar en calor! Si yo opto por no tomarla, él lo considera una majadería de mi parte. El mismo escenario, pero en nuestro país, sería impensable. En arabia, los hombres pueden casarse con tantas mujeres como puedan mantener, a diferencia de México donde las relaciones son monógamas por excelencia. Lo que allá es bueno y aceptado, aquí es malo y castigado.
Ante una diversidad tan grande de opiniones y percepciones, existía en mí una gran incógnita: ¿Cómo podría diferenciar un acto bueno de un acto malo, independientemente del entorno donde se llevara a cabo? ¿Cómo poder encontrar si mis acciones eran buenas desde su esencia?
Hace algunos años, fui invitado a una cena donde se encontraban algunos monjes tibetanos que tenían una conversación muy agradable. Aproveché la ocasión para hablar con el que parecía el más simpático de todos y le expuse mi duda. La contestación que me dio fue sencilla, hermosa y directa:
“Imagina que llego a tu casa de visita y me recibes amablemente. Vengo sediento, por lo que te pido me regales un vaso con agua. De inmediato te diriges a la cocina y me lo traes. Me lo tomo y de pronto ¡caigo muerto súbitamente! Resulta que cuando tomaste el vaso para servirme el agua, no te habías percatado que tenía residuos de veneno para ratas transparente, que se disolvió con el agua y en cuanto me lo tomé, fui fulminado por un repentino paro cardiaco que me costó la vida.”
“Ahora imagina el escenario dos: llego a tu casa, te pido un vaso con agua. Vas a la cocina a servirlo, pero DELIBERADAMENTE viertes el veneno en el vaso y agitas el agua. Me lo das y al tomarlo me desplomo sin vida. “
“Si analizas ambos escenarios, los dos cuentan con los mismos elementos. En cualquiera de los dos, me cuesta la vida. La única diferencia entre uno y otro es LA INTENCION. En el primer caso, no sabías que lo que me dabas era veneno diluido, pero en el segundo caso, no sólo lo sabías, sino que actuaste a propósito. Es así que puedes determinar si un acto es bueno o malo independientemente de donde se escenifique.”
Este ejemplo aclaró absolutamente mi antigua duda. La calidad de un acto es consecuencia directa de la calidad de la intención que le precede. Mientras tus actos sean respaldados con una buena intención, siempre serán benéficos, sin importar en que entorno los lleves a cabo. No obstante debemos recordar que mi libertad termina donde empieza la de mi prójimo.
No puedo por ejemplo robar a alguien por que mi hijo necesita medicina y no tengo dinero para comprársela.
No debo justificar mis acciones malas auto engañándome y diciéndome a mí mismo que todo lo hago por una buena causa.
Siempre existirán diversos caminos hacia lo que queremos lograr, cuando dejemos que sea el corazón quien guíe la dirección de nuestros pasos.
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