EL ORIGEN DE TUS DESEOS
Uno de los aspectos más interesantes con los que me he topado, es el descubrimiento de desde dónde provienen los deseos que dirigen la brújula de nuestra vida. Es muy común que cuando queremos algo, no nos preguntemos por qué lo queremos y si realmente es un deseo que emerge de nosotros o es inculcado por la sociedad, la escuela o la familia.
Cuando una persona se queja de alguna condición, es común escuchar que sus aspiraciones se limitan a lo que enuncian de la siguiente forma, “A mí sólo me gustaría tener una vida normal”, pero ¿qué es lo “normal”? Lo que está regido por las normas establecidas y ¿quién establece las normas?, ciertamente no soy yo quien lo hace. Yo la única prerrogativa que tengo es ceñirme a ellas.
La escuela y la sociedad nos han enseñado que una vida “normal” es tener una casa y un auto, formar una familia, tener un buen trabajo y una buena salud debidamente respaldada por instituciones médicas.
Es tan arraigado el concepto de que aquello constituye la “normalidad”, que cuando alguien voluntariamente se sale de esos lineamientos y vive los propios, es inmediatamente señalado y rechazado, muy al estilo de lo que le ocurre a Juan Salvador Gaviota en el extraordinario libro de Richard Bach.
La familia constituye otro factor importante en la implantación de deseos. Es altamente común que un hijo sacrifique sus propios deseos en aras de realizar los que los padres tienen sobre ellos. Es como si los hijos fueran la culminación de su vida incompleta. El único resultado de esta ecuación, es que el hijo vive insatisfecho y no realizado, con tal de sentirse digno del cariño de sus progenitores.
Tengo una buena amiga que a pesar de ser una mujer muy atractiva, ha decidido no casarse y la maternidad no es algo que le llame la atención. Sus padres la tunden con consejos y reprimendas además de que toda su familia siempre la está importunando con la misma pregunta. “¿para cuándo te nos casas?”. A ella le encanta su libertad y me dice que no nació para estar atada a un concepto que no la convence. Le gusta viajar, tomar cursos de las cosas que le apasionan, y eso no lo podría hacer si tuviera responsabilidades en un hogar. Vive su elección libre y soberana, por lo cuál merece toda mi admiración.
Existen dos formas de averiguar si un deseo es realmente mío o no. La primera es clarificarlo. Ver que hay detrás de aquello que quiero y qué retribución emocional recibo al lograrlo. Si por ejemplo yo quiero comprar un automóvil, la justificación para hacerlo sería que necesito un transporte para trabajar, que ahorro en taxis y camiones, que así no molesto a nadie, etc. Para clarificarlo, necesito hacer un análisis más profundo, que consiste en buscar la ganancia emocional y así des-ocultar el verdadero origen del deseo. Entonces me doy cuenta que en realidad quiero el carro para demostrarle a los demás que soy capaz de ser autosuficiente y por tanto, digno de ser amado. Por lo que debo comprender que YA soy digno y no necesito un auto para merecer el amor de los demás.
La otra forma de saber si el deseo proviene de mí, es cuando lo realizo. Si finalmente pude comprar esa casa o ese auto, conseguir ese trabajo, salir con esa persona, etc. y el grado de felicidad es efímero y termina más pronto de lo que le llevó comenzar, entonces el deseo no era realmente mío. Eso es un estado de insatisfacción prematura. Este comportamiento lo podemos ver claramente en los niños, después de que han recibido el juguete que tanto deseaban, les aburre muy pronto y terminan arrumbándolo. Para evitar que eso pueda ocurrirte, es mejor clarificar desde antes y no hasta que hiciste tantos esfuerzos que acaban sirviendo para nada. Es más frustrante.
Cuando el deseo es legítimamente tuyo, te invade una gran felicidad a cada paso que das hacia él, es como si hubieras nacido para eso y te sientes más allá de lo que cualquier persona de tu entorno, aun con buenas intenciones, pueda opinar. Te sientes pleno.
Es muy importante que aprendas a vivir haciendo lo que a ti te gusta, no lo que los demás esperan que te guste. Planta tus propias semillas y recoge tu cosecha satisfecho, sabiendo que es tu elección personal. Después de todo, es tu realización lo que está en juego.
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