¿Qué nos enseñan nuestros hijos?
Absolutamente todas las personas con las que nos relacionamos en la vida nos pueden enseñar algo, pero aquellas de las que más podemos aprender son las que tenemos más cerca, en especial la familia y, sobre todo, nuestros hijos.
Con esto no me refiero a que tengan más conocimientos intelectuales que nosotros, que también puede ocurrir, sino que nos descubren todo aquello que, aparentemente, desconocemos de nosotros mismos. Y digo aparentemente porque en realidad ya las sabemos, pero a veces nos cuesta tanto admitirlas que de forma inconsciente negamos su existencia.
Al igual que un espejo refleja nuestra imagen externa, las personas reflejan nuestro interior. Sé que esto puede costarte de aceptar, y es posible que, de entrada, lo niegues completamente. Pero si consigues reflexionar de forma honesta te sorprenderá como de pronto se te abre una puerta a un mundo hasta ahora desconocido, que aunque pueda parecerte amenazador al principio, puede convertirse en un universo de respuestas y posibilidades.
Para empezar, piensa en alguna cosa de tu hijo o hija que te desagrade, que provoque enfrentamientos entre vosotros, o que consideres un punto débil de su carácter. A veces nos puede costar reconocer que hay partes de nuestros hijos que “no nos gustan”, pero que seamos lo suficientemente objetivos para admitir que es así no significa que no les queramos. Precisamente el hecho de que estas cosas no nos gusten es lo que posibilita que podamos aprender algo de ellas.
Ahora pregúntate si en algún momento tú te comportas de esa forma o si reconoces ese rasgo en ti mismo o misma, bien en la actualidad o en tu infancia. Si lo ves en seguida te felicito. Cada vez que te “molesta” que tu hijo o hija manifieste cierta característica, lo que te está molestando en realidad es que la tengas tú, pero como cuesta mucho aceptar las partes de nosotros que nos desagradan, nos resulta más fácil “criticarlas” en los demás y esperar a que ellos las modifiquen.
Si, al contrario, crees que ese rasgo en particular no tiene nada que ver contigo, ni ahora ni con anterioridad, pregúntate si lo que te caracteriza a ti es precisamente el rasgo contario. Por ejemplo, puede molestarte que siempre se esté quejando de todo, y tú en cambio nunca te quejas por nada. En este caso, su actitud te molesta porque ves en ella lo que tú no eres capaz de hacer, y en ella reconoces tu debilidad, cosa que tampoco te gusta. Quizá te han enseñado que debes aguantarlo todo, que la vida es dura y que toca soportar las cosas tal y como vengan, etc. En algún momento quizá has sentido que no podías más, o que no soportabas algo, pero no te has quejado porque, sencillamente, creías que no debías hacerlo. Así que has optado por reprimir lo que sentías, y a pesar de que eso te crea malestar, prefieres ignorarlo para poder continuar como siempre, como si no pasara nada. Pero tu hijo o hija no paran de hacer lo que tú siempre estás reprimiendo, de modo que te están poniendo delante constantemente lo que tú haces lo posible por no ver... ¡Por eso te molesta tanto que lo haga!
En cuanto a las cosas que “te gustan” de él o ella, ocurre lo mismo. Sea lo que sea, tú también lo posees. Quizá lo manifiestas normalmente pero ni siquiera te das cuenta, porque no acostumbras a reconocer tus valores (falta de autoestima) o bien lo has reprimido por algún motivo (que al final acaba siendo también por falta de autoestima). Por ejemplo, quizá tu hijo o hija tiene una gran creatividad que valoras mucho. Es posible que también tú seas muy creativo o creativa pero que nunca lo hayas valorado, o bien que creas que no lo eres en absoluto porque puedes haberte negado siempre esa posibilidad creyendo sencillamente que no lo eras.
En realidad todos poseemos todas las características posibles y todas las capacidades que pueden definir una personalidad, todos los pares de contrarios, pero como cualquier otra cosa en el universo, lo que más se manifiesta depende solamente de su grado. En el fondo, todos podemos ser y hacer lo que deseemos, pero desde pequeños vamos elaborando un mapa de las cosas que pensamos que podemos hacer y las que no, y nos lo acabamos creyendo tan profundamente que, durante el resto de nuestra vida nos limitamos a seguir ese mapa sin atrevernos a salir de los caminos marcados.
Imaginemos que pudiéramos medir una característica determinada, por ejemplo la capacidad de dar, que expresamos con el par de contrarios generosidad/egoísmo. En una escala del 1 al 10, el 10 representaría una capacidad “absoluta” de dar (generosidad absoluta), y el 1 la falta “absoluta” de esta capacidad (egoísmo absoluto). En realidad no existen estos valores “absolutos”, como tampoco existen sólo la cara o la cruz de una moneda, pero servirá para ilustrarlo. Un valor 7 estará más cerca de la generosidad que del egoísmo, así que la persona generalmente mostrará más actitudes que revelen su generosidad. En cambio, un valor 3 estará más cerca del egoísmo, y esta será la característica que manifestará más a menudo.
En cualquier caso, cuando los valores se acercan más a un extremo o al otro se crea un desequilibrio, y cuanto mayor sea ese desequilibrio en nosotros, más nos fijamos en esa característica en otras personas, tanto si valoramos su manifestación de forma positiva como negativa. En cambio, un rasgo que tenga un valor 5 en la escala significará que en determinados momentos manifestaremos un aspecto de la pareja de contrarios y en otros momentos el otro, de modo que nunca se nos creará ningún “conflicto” interior y seremos capaces de aceptar ambos aspectos también en los demás. No sentiremos la necesidad de “criticarlos” ni “alabarlos”, porque los aceptamos tanto en las otras personas como en nosotros mismos.
Al final, siempre se trata de si nos aceptamos o no plenamente. No sé si has leído el artículo “Cómo aceptarse a uno mismo”, pero si no lo has hecho te lo recomiendo, para ayudarte a entender este punto. Cuando somos conscientes de todos los rasgos que nos caracterizan y de los posibles desequilibrios que pueden existir en entre cada par de contrarios, y aceptamos tanto unos como los otros, ¡de pronto comprendemos que hay cosas que no tenemos por qué reprimir! Cuando entendemos que los valores “bueno” y “malo”, o “positivo” y “negativo” son tan sólo una clasificación humana de las experiencias que vivimos, y que éstas son sólo eso, experiencias, somos capaces de permitirnos expresar y manifestar todo lo que forma parte de nosotros.
Y poco a poco, cuando desaparece la necesidad de juzgarnos y de juzgar a quienes nos rodean, vamos encontrando el equilibrio casi sin darnos cuenta. Cuando dejamos de reprimir una parte de nosotros porque ya no tenemos motivos para hacerlo, empezamos a sentir que finalmente hemos hallado el camino hacia una vida más plena.
Si decides comprobar si todo esto tiene algo de cierto, cuando reconozcas en ti mismo o misma alguno de los rasgos que hasta ahora sólo habías visto en tu hijo o hija, ves un poco más lejos: busca el mismo rasgo en tu padre o tu madre. Del mismo modo que los hijos reflejan a los padres, los padres también reflejan a los hijos.
Observando a tu padre y a tu madre juntos verás todos los rasgos que te caracterizan reflejados en ellos, unos en uno y otros en la otra. Tú eres un todo, una moneda entera, y ellos reflejan tu totalidad entre los dos. Igualmente, si tienes más de un hijo verás todos tus rasgos reflejados en ellos, unos en unos y otros en otros. Por eso, según sea la imagen que veas reflejada te sentirás más cómodo o cómoda, o simpatizarás más con uno de ellos, y lo mismo te ocurrirá con tu padre y tu madre. Si lo que ves forma parte del conjunto de rasgos que valoras positivamente en ti mismo o misma, también los valorarás en ellos, y a la inversa. Cuando la imagen te muestre los aspectos que más rechazas, más te costará relacionarte con ellos.
Y, por descontado, lo mismo ocurre con tu pareja. Si contemplas vuestra relación como una unidad, entre ambos constituís un todo, compensando uno las carencias del otro. Lo que uno reprime lo ve reflejado en el otro. De algún modo os complementáis. Pero ni tú ni tu compañero o compañera sois una mitad, y para tener una relación plenamente satisfactoria, cada uno de vosotros tiene que desarrollarse individualmente como un todo.
Las carencias que de algún modo se compensan en el otro son precisamente las que uno tiene que desarrollar, para que la relación sea verdaderamente plena e incondicional. Mientras una relación sirve para que nos complementemos, cuando no obtenemos del otro lo que necesitamos sentimos que la relación ya no funciona, y en el peor de los casos decidimos buscarlo en otra persona. Pero esto, lejos de solucionarnos el problema, sólo hace que repitamos los mismos tipos de relaciones una y otra vez, las cuales son, al fin y al cabo, relaciones de dependencia en las que buscamos lo que somos incapaces de aportarnos a nosotros mismos.
Así pues, reconociendo y aceptando aquellas partes de nosotros que vemos reflejadas en el otro, y liberando su manifestación sin miedo, conseguimos desarrollarnos como un todo y mantener, finalmente, relaciones incondicionales.
De todos modos, recuerda que no pretendo que aceptes nada de lo que digo sin más. Lo que explico es siempre lo que yo creo personalmente, lo que considero mi verdad. Al igual que tú lees mis palabras, yo también he leído y sigo leyendo las de otros, y hay cosas que de algún modo siento que también son verdad para mí y muchas otras no. Por eso, cuando leas algo, tanto si lo he escrito yo como si no, toma aquello que sientas que puedes hacer tuyo, y lo que no, déjalo. Poco a poco irás construyendo tu propia verdad, que a fin de cuentas es la que más valor debe tener para ti, sea la que sea.
Un abrazo mágico.
Dolors Garcia
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