La creencia en la supervivencia después de la muerte es tan antigua como la propia capacidad para creer. Las evidencias que existen también indican que la creencia en la reencarnación es tan antigua como la de la supervivencia. La idea del renacimiento nunca ha desaparecido del todo, ni siquiera en la civilización occidental, donde el cristianismo ortodoxo ha rechazado la doctrina desde hace casi dos milenios, favoreciendo la enseñanza de que el destino eterno del hombre viene determinado por una sola vida terrenal. A lo largo de los tiempos del cristianismo ha habido un numero sorprendente de grandes pensadores que han aceptado esa creencia, ya fuera abiertamente o en secreto, cuando hacerlo así representaba el ostracismo y la puesta en juego de muchas otras cosas.
Si preguntamos a cualquier individuo: "¿Deseas subsistir después de la muerte, crees que subsistirás? ¿Qué es en realidad eso, cuya duración tú deseas; qué es eso que, según tú, persistirá después de la muerte?"
Es posible que nuestro interlocutor encuentre esas preguntas absurdas o, al menos, que un gran número de aquellos a los que usted pregunte, las encuentren descabelladas. La respuesta no es del todo simple.
"Es mi duración lo que yo deseo", o "Soy yo quien continuará existiendo", responderán los interpelados, según sus convicciones religiosas o filosóficas.
"¿Tu duración? - ¿Quién eres tú? - ¿En qué consistes?- Cuando tú dices: soy yo el que aspira a subsistir: ¿Qué es ese yo?
Para la mayoría de los occidentales, ya sean los que se atienen a la definición del catequismo: "El hombre está compuesto de un cuerpo mortal y de un alma inmortal" o a definiciones análogas que establecen una división bien marcada entre espíritu y materia, no hay tema de discusión. Es el principio inmaterial, el alma la que subsiste, mientras el cuerpo es destruido.
El problema de saber si después de la muerte nos convertiremos en un cuerpo de luz, como quiere la tradición cristiana, o si nos reencarnamos, es una de las cuestiones más difíciles que se plantean. Cada uno decidirá según sus convicciones íntimas, pero sería razonable suponer que, al igual que en la vida, la supervivencia es extremadamente diversa y que después de la muerte algunos se reencarnaran y otros se convierten en cuerpos de luz.
La mayoría de doctrinas esotéricas profesan la reencarnación en las más variadas formas. Puesto que el estado humano es sólo una de las formas múltiples y provisionales de la existencia, el ser, tras cada muerte, retoma un nuevo cuerpo, humano o animal. O, de acuerdo con una concepción procedente de Oriente, la trasmigración no concierne al ser real y completo sino que se efectúa sólo a partir de agregados psíquicos, de principios vitales que se elaboran de acuerdo con una estructura nueva, condicionada por la vida precedente.
El origen de estas ideas, que se han extendido entre el gran público de un modo con frecuencia muy ambiguo, debe buscarse, evidentemente, en las religiones orientales y en particular en aquellas que reúnen hoy millones de creyentes: El hinduismo y el budismo.
"El ser humano forma parte, con una limitación en el tiempo y el espacio, de un todo que llamamos universo. Piensa y siente por sí mismo, como si estuviera separado del resto; es como una ilusión óptica de la conciencia. Esa ilusión es una cárcel que nos circunscribe a las decisiones personales y al afecto hacia las personas más cercanas. Hay que traspasar sus muros y ampliar ese círculo para abrazar a todos los seres vivos y a la naturaleza en todo su esplendor".
(Albert Einstein.)
La reencarnación según el budismo.
Las teorías que conciernen a la supervivencia y a los sujetos que las conocen, y que encontraremos en el Tíbet, no son totalmente extrañas a los occidentales. El Tíbet, cruce donde se encontraron y mezclaron inmigrantes venidos de los cuatro puntos cardinales y también, según ciertas leyendas, de regiones extraterrestres, ofrece una notable diversidad de estas creencias, ya que cada grupo de inmigrantes trajo consigo concepciones sobre el tema capital de la perennidad indefinida, universalmente deseada, de la vida individual.
El budismo no cree de la existencia de un alma individual y eterna.
El ser humano es sólo el transmisor de un incesante flujo, de una energía ininterrumpida, de una corriente, siempre cambiante, de "fuerzas" acumuladas durante existencias anteriores. El sufrimiento proviene del absurdo deseo de querer ser "yo" en el seno de un mundo donde todo es ilusión (maya).
Este deseo de permanencia, de estabilidad, de individualidad es la causa de los renacimientos en el mundo del dolor.
Existe un medio de liberación, el que encontró el propio buda (Buda significa "el despierto")
Primero es preciso conocer la verdadera naturaleza del mundo, saber que todo es ilusión y suprimir cualquier deseo para alcanzar la liberación y fundirse en lo Absoluto: el Nirvana.
Estar libre de pasiones, deseos, de la individualidad, de las ilusiones del mundo, éste es el estado de bienaventurado (bodhisattva) que puede alcanzarse en este mundo y en vida, sin hacer intervenir las nociones de paraíso e infierno. Sin embargo, esta ascesis física e intelectual no basta para la liberación: También deben practicarse un conjunto de obligaciones rituales.
La ley del Karma es, también ahí, fundamental. Es el factor determinante de la existencia de un individuo. El hombre que muere renacerá en un estado agradable o desagradable, según las acciones que haya cometido en su vida aquí abajo. Pero -y es esencial comprenderlo bien- el que renace nada tiene que ver con el muerto, puesto que no hay preservación alguna de la individualidad. Es una entidad espiritual ligada al cuerpo material, pero no enteramente dependiente de él, que se separa cuando éste muere y cesa de ser utilizado por ella. Este Namshes entonces emigra, para ir a vivir a otro cuerpo.
De todas maneras, el Namshes no es libre de elegir a su gusto el nuevo cuerpo en el que vivirá. Este le es impuesto por el juego automático de las causas y de los efectos: el "juego de la acción" (Karma).
Sin embargo, el grueso de los tibetanos ha hecho del Namshes un equivalente del Jîva indio, que desempeña el mismo papel. Este Jîva no debe ser considerado como el equivalente del alma de la que hablan las religiones occidentales. No es creada, particularmente, para cada individuo en el momento de su nacimiento.
Ningún poder supremo regula la reencarnación del Jîva-Namshes; éste es automáticamente conducido hacia el nuevo cuerpo que debe habitar. Solo los actos que realizó por intermedio del individuo al que estuvo unido, será la causa de su nueva reeencarnación.
En esta atmósfera de superstición se lee, el la mayoría de los hogares tibetanos, el Bardo todol, poema simbólico filosófico escrito por letrados para letrados y que sirve todavía, en nuestros días, de tema de estudio y de meditación a ciertos pensadores del alto "País de la nieves".
El Bardo todol indica que el fallecido es un ser liberado si ha sabido reconocer la Luz fundamental y unirse a ella. En el preciso instante en que la fuerza psíquica escapa por la cúspide de la cabeza. El Principio Consciente elige su futuro receptáculo. Eso es, al parecer, lo que ocurre y permite comprender esta reencarnación que sigue siendo tan misteriosa como la vida misma.
La reencarnación en las culturas del mundo.
La idea de cesar de existir es, para todo individuo, odiosa y terriblemente penosa. Las culturas extinguidas y las existentes actualmente en el mundo, pueden divergir en numerosos puntos y costumbres, pero la reencarnación es una de las creencias más antigua y común en todas ellas. Algunos arqueólogos creen que esá fue la razón de que en la Nueva Edad de Piedra (10.000-5.000 a.de C.) se enterraran los cuerpos en posición fetal, para facilitar así el renacimiento.
En las religiones avanzadas se tiene que hacer una distinción entre reencarnación y la teoría o doctrinas kármicas que se han desarrollado, a veces durante milenios, para encajar con unas particulares tradiciones teológicas y religiosas. Por ejemplo, a los pueblos que viven tan cerca de la naturaleza que consideran a la humanidad como una parte integral de la creación, puede no resultarles difícil imaginarse a sí mismos como renacidos en cuerpos de animales o insectos. A los miembros de culturas avanzadas, con filosofías bien desarrolladas, conscientes de lo muy alto que sa ha elevado el pensamiento del hombre como animal más evolucionado, les puede parecer repugnante la idea de hundirse en un cuerpo animal.
A continuación describiremos algunos ejemplos de teorías de la reencarnación.
Europa.
En la antigua Europa exitía un "cinturón de la reencarnación" que abarcaba por lo menos el norte del continente, con avanzadillas hacia el sur, tales como los lombardos, en Italia.
Las antiguas baladas inglesas y escocesas hablan de que las almas de los hombres y mujeres pasan a los animales, aves o plantas y, según el folclore británico y bretón, los espíritus de los pescadores y marineros muertos habitan en los cuerpos de las gaviotas blancas, y los de los niños no bautizados flotan en el aire, en forma de aves, hasta el día del Juicio Final. Los teutones, e incluso los romanos (según Plinio), atendían cuidadosamente a las serpientes domesticadas, a las que consideraban como encarnaciones de sus antepasados, o como genios guardianes de sus hogares.
Según los galeses, la doctrina de la reencarnación se inició con los celtas, ya en la prehistoria, y fue a través de ellos como encontró su camino hacia el este, para florecer en el hinduismo y el budismo.
África.
A lo largo y ancho de África hay cientod de tribus que creen en la reencarnación de una forma u otra. Theodore Besterman, al sintetizar las creencias de más de cien pueblos de todas partes del continente, descubrió que teinta y seis de ellas creían que los muertos regresaban en forma de seres humanos; cuarenta y siete, que lo hacían en forma de animales, y doce, en forma de otras entidades. Los más civilizados de estos pueblos se inclinaban por la primera creencia.
De entre las tribus que creían en la reencarnación en forma humana, los zulúes poseían uno de los credos más avanzados. Dentro del cuerpo habita un alma, y dentro del alma, una chispa del espíritu universal divino, el I Tongo. Existen siete grados de hombres, los más elevados y perfectos alcanzan un estado después de muchas reencarnaciones en los que ha cesado el renacimiento. Habitan en la Tierra, en formas físicas de su propia elección, y pueden retener o renunciar a esa forma, según prefieran. El destino final de la humanidad es la reunificación con el I Tongo.
Algunas tribus africanas creen que los espíritus ancestrales regresan a sus antiguos hogares con forma de serpientes; se les ofrece leche y a veces carne, ya sea porque su presencia demuestra que el antepasado está hambriento, o bien porque protegerá a quienes viven en el kraal. Hay una creencia china similar según la cual la visita de una serpiente representa la de un antepasado.
Los betsileo de Madagascar sostienen que los nobles renacen en forma de boas constrictores, los plebeyos de buena posición como cocodrilos, y los miembros inferiores de la tribu como anguilas.
Los africanos, a diferencia de los hindúes y budistas, consideran la vida como algo feliz, y la reencarnación como un buen destino. Tienen muy poca idea acerca de un final del proceso, y, si no pueden tener hijos, lo consideran una maldición porque eso bloquea el canal del renacimiento. En general, se cree que los antepasados sólo reaparecen en el seno de sus propias familias.
Océano Pacífico.
En las vastas extensiones de Oceanía (las islas del Pacífico, Indonesia, Micronesia, Melanesia), la creencia en la transmigración de las almas humanas hacia el mundo animal se halla tan extendida y es tan variada como lo son sus pueblos y su geografía. Los dyaks de Borneo creen que el alma muere varias veces, hasta que finalmente se convierte en un insecto o en una planta de la jungla. Una serie de pueblos de la Melanesia oriental y central creen que los espíritus viven en el otro mundo durante un tiempo, mueren una segunda vez allí, y luego regresan en forma de hormigas blancas; otros creen que después de la segunda muerte, se convierten en una variedad de criaturas.
Los habitantes del norte de Guinea consideran como sagrados a los monos, las serpientes y los cocodrilos, porque los creen animados por los espíritus de los muertos. Por la misma razón, los papuanos y otros nativos de Nueva Guinea no comen pescado, cerdo o casuario. Los nativos lifu y los isleños de las Salomón les dicen a sus familiares, después de muertos, qué criaturas animaran sus almas, para que sus parientes nunca las maten ni les hagan daño.
Los poso alfures de las Célebes creen que hay tres almas, el principio vital (inosa), el intelectual (angga) y el elemento divino (tanoana), siendo este último el que abandona el cuerpo durante el sueño, para desplazarse, y teniendo la misma naturaleza que muchos animales y plantas.
En Bali, donde el hinduismo es la religión predominante, se cree que el individuo se reencarna una y otra vez en la misma familia.
La idea existente tras el canibalismo, que maduró antiguamente en el Pacífico, pudo haber sido la absorción de la materia del alma del hombre muerto, y la adición de la misma a la propia.
Australia.
La creencia en la reencarnación de los antepasados existe en cada una de las tribus de los clanes septentrionales de Australia central, y se puede suponer que esa doctrina fue originalmente universal entre los aborígenes australianos. Ellos creen que todas las personas vivas son reencarnaciones de los muertos. Después de la muerte, el alma permanece en las cercanías deambulando por los estanques, las gargantas y los árboles, como algunas creencias africanas, a la búsqueda de una mujer a la que puedan pasar para nacer de nuevo. Sólo pueden nacer en el seno de su propio clan, aunque algunas creencias contradicen esta idea, como la de que el espíritu de un hombre muerto entra en su asesino. También es frecuente la reencarnación de los abuelos en sus nietos.
America.
Los indios tlingit, del sudeste de Alaska, creen que el alma se reencarna en un nuevo cuerpo entre sus parientes, y acostumbraban a incinerar a sus muertos. Cuando una mujer embarazada soñaba con frecuencia con un pariente muerto, se creía que ese pariente nacería como su hijo. Si se descubría que el bebé tenía una marca de nacimiento que ya existió en el cuerpo del fallecido, se consideraba que era la misma persona que había regresado a la Tierra, y al niño se le daba su mismo nombre. Es posible que los tlingit fueran influidos por el budismo, y también hay ciertas
semejanzas superficiales con el hinduismo. Tienen un concepto del karma, aunque no lo llaman por ese nombre, y esperan que las desgracias sufridas en una vida puedan disminuir en la otra.
Los esquimales occidentales de Alaska desarrollaron un sistema de cinco cielos ascendentes, cada uno de los cuales se alcanzaba después de una encarnación terrenal, con una purificación gradual y progresiva, hasta la liberación final del ciclo de renacimiento.
Hubo al menos algunas docenas de tribus de América del Norte que sostuvieron creencias sobre la reencarnación, aunque se dice que sólo se formuló una teología coherente en el noroeste.
La transmigración en el mundo animal era ampliamente aceptada por los sudamericanos. Los antiguos mexicanos creían que los príncipes, los nobles, los guerreros caídos en el combate y las víctimas de los sacrificios, renacían después de haber pasado una temporada en el paraíso oriental del dios Sol, convertidos en pájaros de brillante y colorido plumaje, o como nubes o piedras preciosas. Las personas de condición más baja se convertían en comadrejas, bestias malolientes o abejas. Las mujeres que morían durante el parto iban al paraíso occidental del Sol, y podían regresar convertidas en mariposas nocturnas.
Los indios de Nuevo México creían que un bebé moribundo regresaría, y que si su cuerpo era enterrado bajo la tierra del hogar, el alma encontraría a la misma familia.
Los incas se aseguraban el regreso mediante la momificación del cuerpo, de modo que el alma pudiera regresar a su receptáculo anterior.