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 SER BUENA PERSONA



Junio 11, 2013, 05:41:33 am
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SER BUENA PERSONA
« en: Junio 11, 2013, 05:41:33 am »
BUENA PERSONA


¿Qué es ser buena persona?


La versión clásica de la buena persona es responsable de algunas  asociaciones negativas.

Para la moral convencional, el bueno es el que renuncia a sí y se entrega. El que hace acciones desinteresadas, el que no se toma en cuenta.

Por suerte, en nuestra época psicológicamente más esclarecida, entendemos mejor la vida y el movimiento de las personalidades, y sabemos que el desinterés de una persona por sí misma es una patología y no un valor moral.

La buena persona es la que tiene entre sus intereses algo que la liga a otros de una manera profunda y directa, es decir, no quien renuncia a sí, sino la que encuentra en su interés (en su satisfacción y su contento) incluida la plenitud del otro. La quiere, la necesita, le gusta.

Por eso, una mirada más atenta reconoce en el ser bueno más que una prueba de debilidad un perfil básico y superior. Es el piso de toda vida íntima feliz (¿acaso hay mayor felicidad que el encuentro con otros?) y a la vez el sustento de la sociedad lograda. Ser buena persona es la demostración de la mayor fuerza: uno está bien en sí mismo y proyecta su fuerza en el deseo de ver crecer a los demás.

¿Qué es ser buena persona? Desear el desarrollo. Por mero amor de lo que es, por cuidado y aceptación, por regocijo existencial. No es que el bueno quiera que las cosas crezcan, porque sí. El bueno siente amor, tiene habilitada en su sensibilidad la experiencia del amor, dirige ese amor hacia las cosas y las personas, y encuentra siempre procesos de crecimiento.

Las personas no somos entidades definidas y estáticas, somos siempre procesos de crecimiento.

Querer a alguien no es apretarlo fuerte, es favorecer su despliegue.

Tampoco los proyectos son situaciones estables, logradas y permanentes: son procesos de movimiento, de cambio, y el cambio es siempre crecimiento. Sí, aun cuando en la línea del proceso esté nuestra muerte. En ese caso no será nuestro el crecimiento, pero la muerte implica siempre el crecimiento de otros. (No está mal pensar que las muertes bien queridas promueven crecimientos: dejan el lugar, establecen nuevas libertades, zanjan cuestiones y permiten seguir el viaje).

Tenemos que ajustar la mirada. Tenemos que dejar de pensar que el bueno es un imbécil que se deja pasar. El bueno es un poderoso que se da los mayores placeres de la existencia: el amor, el sexo que le va asociado (hay que aclararlo, para que no parezca que el bueno es célibe, según una tradición anticuada), el entusiasmo de estar en el mundo y recibir su luz, alguien que disfruta siendo y ayudando a ser, alguien enamorado de la evolución propia y ajena.

El bueno es excitante porque su amor alienta el desarrollo y el desarrollo despierta y excita.

Y no se trata de un ideal, es una realidad posible.

Pensar que ser bueno es un ideal es dejarlo para otro momento. Hacer de la bondad un ideal equivale a situarse en una filosofía escéptica, aquella que cree que el mundo es pérfido y la realidad exige una crudeza inflexible.

La bondad es algo para nosotros, no para los santos. Ni siquiera habría que decir bondad. Es mejor sacar al tema del plano abstracto del bien y del mal, y llevarlo al más concreto y perceptible, el de las buenas o malas personas, hacerlo carne y modos de ser.

Y tampoco se trata de un deber, así no funciona.

No se educa para el bien diciéndole a los chicos mil veces que deben ser buenos. De esa forma se los aburre y se pone en escena una impostura moral.

Se plantea al ser buena persona como un recorte, cuando ella surge más bien de lo contrario, de la afirmación vital y la expansión propia.

Para formar buenos hay que estimular la libertad, la confianza en el querer propio, el enganche de la aventura personal con las posibilidades de la existencia.

Ser buena persona no es vivir decepcionado frente a un mundo cruel, es disfrutar de la existencia y contagiar ese disfrute cierto como una orientación permanente.

Libertad. La bondad falta cuando la libertad escasea: en las familias o instituciones cerradas se generan los monstruos, o en mundos humanos deshabitados, abandonados o carentes de calidez.

Para generar buenas personas hace falta libertad e intimidad, no recriminaciones morales ni abstinencia alguna. Intimidad quiere decir que la persona en cuestión haya tenido cercanía extrema con alguien, que haya sido querido y tenga por eso habilitada la experiencia del mundo.

La sensibilidad despierta con el amor, y el amor no es algo triste, es alegría y encuentro.

Además, el bueno no es bueno todo el tiempo, no vive en un mundo simple, no es modelo de conducta sino constante superación de contratiempos. Nuestra caracterización del bueno como simplón también está ligada con morales pobres y pobristas, que en vez de tener en cuenta las complejidades de la vida real piensa usando estampitas.

Y también es cierto que nadie es bueno o malo del todo, que todos somos, como le enseñamos a nuestros hijos, un poquito buenos y un poquito malos, que eso es ser una persona normal, integrada, ambivalente.

Aun así, no es maniqueísmo captar el predominio, en las personalidades a las que describimos como buenas personas, del factor amoroso por sobre el desencantado. No es maniqueísmo creer que los buenos existen, y que hay otros que distan de serlo.

Sí, claro que podríamos poner en duda la categoría de buena persona y relativizarlo todo, pero también podemos, más inteligentemente, hacer un acuerdo básico y sencillo, operativo, que nos permita (y ese es el objetivo de pensar estas cuestiones) ser más eficaces en la promoción de las buenas personas.

Que el que lo sea se sienta meritorio y no tarado.

Que el que quiera identificar a las buenas personas tenga un ojo entrenado, trucos para lograrlo, entendiendo mejor de qué se trata.

Que quien esté armando un equipo de trabajo reconozca este factor básico.


Por Alejandro Rozitchner

 

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