MANOS QUE CURAN
de Bárbara Ann Brenan
Cuando nos permitimos desarrollar nuevas sensibilidades empezamos a ver un mundo totalmente distinto. Comenzamos a prestar más atención a aspectos de la experiencia que antes pudieron antojársenos periféricos. Descubrimos que estamos utilizando un nuevo lenguaje para comunicar nuestras recién estrenadas experiencias. Expresiones como «malas vibraciones» o «la energía fue enorme» se van convirtiendo en locuciones coloquiales. Empezamos a advertir y a conceder más credibilidad a experiencias tales como conocer a alguien que instantáneamente nos cae bien o mal. Nos gustan sus «vibraciones». Podemos decir cuándo nos está mirando alguien y levantar la vista para ver quién es. Podemos tener la sensación de que algo va a pasar, y ocurre realmente. Empezamos a prestar oídos a nuestra intuición. «Sabemos» cosas, aunque no siempre percibirnos el modo en el que llegamos a hacerlo. Tenemos la sensación de que un amigo se siente de determinada forma, o que necesita algo, y cuando nos esforzamos por satisfacerlo descubrimos que teníamos razón. A veces, cuando discutimos con alguien, podemos sentir como si extrajeran algo de nuestro plexo solar, o como si nos estuvieran «apuñalando», o tal vez como si nos dieran un puñetazo en el estómago. Por otra parte, hay ocasiones en las que nos sentimos rodeados de amor, de cariño, bañados en un mar de dulzura, bendiciones y luz. Todas estas experiencias tienen su realidad en los campos energéticos. Nuestro viejo mundo de sólidos bloques de hormigón está rodeado y penetrado por otro mundo fluido de energía radiante, en incesante movimiento, constantemente cambiante como el mar.
En mis observaciones a lo largo de los años he visto los resultados de estas experiencias como formas situadas dentro del aura humana, que consiste en los componentes observables y mensurables del campo energético que rodea el cuerpo y penetra en él. Cuando alguien ha sentido un «flechazo» de amor, la flecha resulta literalmente visible para el clarividente. Cuando tiene la sensación de que algo está siendo arrancado de su plexo solar, por lo general es así, el clarividente puede verlo. También podrá hacerlo el lector, llegado el momento, si sigue su intuición y desarrolla sus sentidos. Para el desarrollo de esta elevada percepción sensorial resulta útil considerar las enseñanzas que han obtenido ya los científicos modernos en el estudio del mundo de los campos de energía dinámica. Esta consideración nos ayuda a desbloquear el cerebro apartando aquello que nos impide ver que también nosotros estamos sujetos a las leyes universales. La ciencia moderna nos dice que el organismo humano no es una mera estructura física formada por moléculas, sino que también las personas, como todo lo demás, estamos constituidas por campos energéticos. Nos desplazamos desde el mundo de la forma sólida estática a otro de campos energéticos dinámicos. También nosotros tenemos mareas, como los océanos. Cambiamos constantemente. ¿Cómo tratamos, en cuanto seres humanos, esa información? Nos adaptamos a ella. Si existe tal realidad, deseamos experimentarla. Los científicos están aprendiendo a medir estos sutiles cambios; desarrollan instrumentos para detectar los campos energéticos relacionados con nuestros cuerpos y evaluar sus frecuencias. Miden las corrientes eléctricas del corazón con electrocardiogramas (ECG), y las del cerebro con encefalogramas (EEG). El detector de mentiras permite medir el potencial eléctrico de la piel y es posible hacer lo propio con los campos electromagnéticos que rodean el cuerpo gracias a un sensible aparato denominado SQUID (dispositivo de interferencia del cuanto superconductor), que ni siquiera entra en contacto con el cuerpo al medir los campos magnéticos que lo rodean. El doctor Samuel Williamson, de la universidad de Nueva York, afirma que el SQUID permite obtener más información sobre el estado funcional del cerebro que un EEG normal.
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El doctor Victor Inyushin, de la Universidad de Kazajstán, en la Unión Soviética, ha realizado amplias investigaciones sobre el campo energético humano desde los años cincuenta. Basándose en los resultados de sus experimentos sugiere la existencia de un campo energético «bioplásmico» compuesto de iones, protones libres y electrones libres. Como quiera que se trata de un estado distinto de los cuatro conocidos de la materia (sólidos, líquidos, gases y plasma), Inyushin apunta que el campo de energía bioplasmática es un quinto estado de aquélla. Sus observaciones han demostrado que las partículas bioplasmáticas son renovadas constantemente por procesos químicos en las células y que su movimiento es continuo. Parece haber un equilibrio de partículas positivas y negativas relativamente estable dentro del bioplasma. Si se produce un desequilibrio grave, la salud del organismo sufre. A pesar de la estabilidad normal del bioplasma, Inyushin ha descubierto que una cantidad importante de esta energía se irradia al espacio. En consecuencia, es posible medir las nubes de partículas bioplasmáticas que se mueven por el aire tras desprenderse del organismo. Así, nos hemos lanzado a un mundo de campos energéticos vitales, campos de pensamiento y formas bio-plasmáticas que se mueven alrededor del cuerpo y se desprenden de él. ¡Nos hemos convertido en el propio bioplasma vibrante e irradiante ! No obstante, si repasamos la literatura veremos que esto no es nuevo. La gente conoce el fenómeno desde el origen de los tiempos. Lo que ocurre es, sencillamente, que se está redes-cubriendo en nuestra época. El hombre occidental lo desconoció o rechazó durante algún tiempo, aquel en el que los científicos se concentraron en el conocimiento de nuestro mundo físico. A medida que se ha desarrollado este conocimiento y la física newtoniana ha cedido su puesto a las teorías de la relatividad, la electro-magnética y las partículas, cada vez somos más capaces de comprender la relación existente entre las descripciones objetivas científicas de nuestro mundo y el otro, el de la experiencia humana subjetiva.
Para leerlo o descargarlo gratis:
http://es.scribd.com/doc/126403503/Manos-Que-Curan