TODOS TENEMOS ALGO DE QUE AVERGONZARNOS
En mi opinión, formada después de conocer a tantas personas en su intimidad -en la parte que no muestran a los otros habitualmente porque guardan secretamente y con celo-, llego a la conclusión de que todos –todos- tenemos algo de lo que avergonzarnos.
Todos hemos hecho algo que deseamos que nadie, jamás, llegue a saber.
Si acaso, en un momento de osadía y tratando con ello de acallar la inquieta conciencia, se lo hemos confiado a una persona. Alguien, por supuesto, de absoluta confianza que jamás nos traicionaría. O eso pensábamos, porque creo que muchos hemos sido traicionados en alguna ocasión.
Preferiblemente tratamos de ocultar esas cosas de las que no nos sentimos orgullosos precisamente, tratamos de borrarlas de la historia si eso fuera posible, de apagarlas con el olvido, de desterrarlas de la memoria…
Todos, en alguna ocasión que tal vez es mejor olvidar, hemos hecho algo solamente porque sabíamos que nadie llegaría a saberlo. O eso suponíamos.
Nos hemos llevado algo que no era nuestro, tal vez… hemos espiado la intimidad de alguien, quizás… hemos tenido fantasías eróticas con una persona conocida, posiblemente… hemos deseado lo peor de lo peor para otro, quién sabe… hemos cometido algo que nuestra conciencia califica de pecado…
Mi opinión en estos casos es que uno debe responsabilizarse de eso de lo que ahora se avergüenza, pero nada más. Debe reconocer que sucedió, y, si realmente le molesta, puede o debe proponerse no repetirlo.
Pero no es lo adecuado enemistarse con uno mismo, y menos aún condenarse y aplicarse un castigo; ni siquiera está bien odiarse, menospreciarse, despreciarse, o verse como alguien deplorable o ruin.
En primer lugar, porque quien hizo eso –sea lo que sea “eso”- no es quien uno ES ahora, sino quien uno ERA entonces.
Y uno mismo, en el día de hoy, no tiene autoridad ni derecho a juzgar a quien ENTONCES hizo, porque “AQUEL” –quien lo hizo- hizo lo que creyó que tenía que hacer, o lo que las circunstancias o los conocimientos de entonces le aconsejaron o le permitieron, o lo que su mejor voluntad le aconsejó, o lo que se vio obligado a hacer… y no es justo juzgarse DESDE HOY, este hoy en el que uno ha comprobado que el resultado no le parece adecuado, que obró de un modo incorrecto, o el mismo hoy en que uno tiene más experiencia y conocimientos y, posiblemente, intentaría evitarlo.
De esto hay que exceptuar a quien obró mal con conciencia de lo que hacía, sabiendo o previendo el resultado, y que a pesar de ello lo hizo.
En segundo lugar, hemos de aceptar nuestra cualidad de Seres Humanos con todo lo que ello implica: no ser perfecto, no tener una conciencia del todo irreprochable, depender más o menos de los instintos, no poseer una voluntad inquebrantable… y el hecho de obrar en muchas ocasiones de un modo impulsivo o inconsciente.
Es bueno tomar conciencia de que tendremos que pasar con nosotros mismos el resto de nuestra vida a todas las horas de todos los días.
Y hacerlo de un modo frío, manteniendo alerta un cierto rencor, mirándose seriamente en el espejo, cargando con una cruz simbólica o arrastrando una pesada condena de la que no se quiere deshacer, es un error.
Un dramático error del que uno mismo es sufridor.
A quien se sienta identificado con algo de lo leído le propongo una reconciliación sincera.
Borrón y cuenta nueva.
Y un abrazo pacificador, tolerante y cargado de comprensión hasta que lleguen la aceptación y el perdón –y no deberían demorarse mucho-.
Andamos por la vida más con actos de buena voluntad que con conocimiento supremo.
Fuera lo que fuera aquello –excepto que se obrara con mala intención, como ya escribí- forma parte del pasado y es innecesario seguir arrastrándolo y contaminando un presente que debiera ser más libre para seguir adelante.
Y si fue con mala intención, y con ello causaste un daño, trata de repararlo o compensarlo, y proponte no repetirlo, pero no insistas en la auto-condena porque estarías causando daño a alguien que es muy importante: tú.
Te dejo con tus reflexiones…