APRENDER A ACEPTAR LAS EMOCIONES
Por Ana Muñoz
Las emociones son como visitantes en una casa; a veces son visitas agradables, otras veces no son tan agradables; a veces se trata de visitas totalmente inesperadas e incluso sorprendentes, mientras que en otras ocasiones los estabas esperando. No obstante, todas estas visitas tienen algo en común: son temporales. Las visitas, por definición, nunca permanecen sino que siempre se acaban marchando. Exactamente lo mismo sucede con las emociones: son visitantes en tu mente que vienen y van, pero jamás se quedan para siempre, al igual que ocurre con los pensamientos.
Tener esto presente es muy importante cuando estás sintiendo emociones muy desagradables e intensas pues, a menudo, nosotros mismos hacemos que estas visitas desagradables se queden más tiempo del necesario porque nos empeñamos en luchar contra ellas. Siguiendo el ejemplo de las visitas, imagina que llega una persona indeseada y empiezas a discutir con ella y a enumerarle todos los motivos por los que no debería aparecer en tu casa de forma inesperada. Al final, lo único que consigues es que la visita esté ahí mucho más tiempo del que desearías, debido a que la discusión no se acaba nunca, y además te vas sintiendo cada vez peor, cuando podrías haberte limitado a abrir la puerta, escuchar lo que el visitante ha venido a decirte y luego despedirte y seguir con lo que estabas haciendo.
A veces, con las emociones actuamos del mismo modo que con esta visita indeseada. Nos empeñamos en “discutir” con ellas. No solo deseas que se vayan, sino que te empeñas en que no deberían haber aparecido nunca, que no deberías sentirte así, que es demasiado doloroso, que no puedes soportarlo. Además, puede que hagas lo mismo con tus pensamientos (las emociones casi nunca vienen solas), y empieces a dar vueltas a un determinado tema, a criticarte o culparte, a culpar a otros y enfadarte con ellos. Entonces sientes ira, o culpa, o ansiedad o tristeza, y te sientes mal por sentirte mal y luchas contra esa emoción, y aparecen más pensamientos, y te enredas en ellos y en tus emociones, te dominan, te invaden y te sientes cada vez peor… Tus visitantes se han apoderado de ti por completo.
Abrir la puerta a las emociones
Podemos aprender mucho de las emociones si las invitamos a pasar cada vez que llamen a nuestra puerta y las escuchamos. Y podemos ganar mucha paz mental si aprendemos a acompañarlas a la puerta y dejar que se marchen tras haberlas escuchado. Pero nada aprendemos de ellas cuando tratamos de luchar contra ellas o hacer como si no existieran, además del tremendo esfuerzo que supone esta lucha constante contra unos visitantes que van a seguir llamando a tu puerta sin cesar pidiendo a gritos que les escuches.
El modo que tiene una persona de relacionarse con sus emociones se aprende en la infancia. Alrededor de los 4 años ya hemos aprendido a recibir y aceptar ciertas emociones como miedo o ira, o bien hemos aprendido a evitar y tratar de ignorar las emociones que no queremos sentir. Los niños aprenden según cómo respondan ante sus emociones las personas más cercanas a ellos. Por ejemplo, los demás pueden reírse cuando llora, o pueden amenazarle con pegarle, o pueden burlarse cuando ven que tiene miedo. Así, los niños pueden aprender a evitar las emociones, considerarlas peligrosas o pensar que está mal sentirlas. Al aprenderse tan pronto, se acaban convirtiendo en reacciones automáticas, que surgen sin apenas dando cuenta.
Las emociones son muy importantes porque nos ayudan a relacionarnos con los demás, a evitar ciertas cosas o personas o acercarnos a otras. Si no puedes sentir tus emociones y manejarlas adecuadamente, no podrás moverte fácilmente por el complicado mundo de las relaciones interpersonales.
Qué hacer con las emociones: el camino intermedio
En la página anterior vimos la importancia de aceptar las emociones y las compramos con visitantes que van y vienen. Aquí veremos las dos reacciones extremas típicas que tienen las personas ante las emociones y cómo seguir un camino intermedio que te ayude a evitar esos extremos que pueden ser tan dañinos.
La gente que tiene problemas con sus emociones suele tener dos reacciones extremas opuestas: 1) tratan de evitar o escapar de las emociones difíciles, ignorándolas y negándolas, o 2) se dejan atrapar por ellas y se ven totalmente envueltos por sus emociones, que adquieren una gran intensidad, y se sienten completamente abrumados, controlados y dominados por ellas. Si haces esto último, vas por la vida de estallido en estallido, sintiéndote como en una montaña rusa.
El camino intermedio entre estos dos extremos consiste en atender a las emociones difíciles siendo consciente de ellas y aceptándolas. Se trata de permanecer con esa emoción, sin tratar de evitarla ni verse abrumado por ella. Cuando empiezas a aceptar tus emociones y a “escuchar” lo que tienen que decirte, te das cuenta de que puedes aprender mucho de ellas sobre quién eres, qué necesitas y cómo manejar tus relaciones con los demás.
Cuando aceptas esas emociones difíciles, lo que haces es volverte hacia ellas y observarlas. Al hacer eso puedes darte cuenta de ciertas cosas que no habías visto antes. Por ejemplo, puedes darte cuenta de que esa emoción va acompañada de un determinado pensamiento o precedida de algo que ha sucedido en el exterior, o ambas cosas. También te das cuenta de que todo eso que pasa dentro de ti (emociones, pensamientos) sucede fuera de tu conciencia hasta que decides, voluntariamente, pararte a observar en tu interior.
Las emociones, pensamientos y percepciones se entrelazan para mostrarnos una realidad coloreada por lo que sucede en nuestro interior. Así, si sientes ansiedad al dar una charla en público, puede que solo percibas las caras aburridas y los ceños fruncidos entre el público, e ignores las caras amables y sonrientes, y entonces piensas que tu charla no gusta, que no caes bien y ese pensamiento hace que tu ansiedad aumente… Pero tú puedes decidir observar el modo como todo esto se entrelaza, cómo tu pensamiento influye en tus emociones, cómo tus emociones influyen en tus percepciones, como moldean tu realidad. Al centrarte en todo esto no solo estás aprendiendo, sino que estás siguiendo ese camino intermedio del que hablaba antes, impidiendo que tus emociones te arrastren en un vendaval.
Por supuesto, no es fácil estar presente observando esas emociones difíciles, como el miedo, la ansiedad, la culpa. Sin embargo, el simple hecho de proponértelo ya empieza a crear un espacio entre tú y tus emociones, un espacio que impide que esas emociones se apoderen de ti y te dominen.
Cada vez que permaneces ahí con tus emociones, abriéndoles la puerta, observándolas y aprendiendo de ellas, puedes disminuir su intensidad y la cantidad de tiempo que necesitas para recuperar el equilibrio anímico. Con la práctica, vas cambiando poco a poco el modo de relacionarte con tus emociones y de r
eaccionar ante ellas.
Veamos un ejemplo
Estás en una situación que te produce ansiedad (por ejemplo, conducir un coche) y deseas escapar, como haces habitualmente. Pero esta vez decides hacer algo diferente: te quedas donde estás, aceptas tu miedo, le abres la puerta y lo observas. Observas su intensidad, las sensaciones que se producen en tu cuerpo (tu corazón latiendo, etc.), observas los pensamientos que lo acompañan (esto es horrible, quiero irme, no lo soporto), aceptas el miedo y lo dejas estar. Después, centras tu atención en la situación en la que te encuentras: en la carretera, el coche, los semáforos, tratando de estar plenamente en el presente, centrando totalmente tu atención en el acto de conducir, como si no hubiera nada más en el mundo. Mientras tratas de hacer esto, es posible que el miedo surja de nuevo. Entonces, de nuevo, lo reconoces, lo observas, lo aceptas y vuelves tu atención a la conducción del coche y al presente.
Conforme haces esto, te das cuenta de cosas de las que no has sido consciente antes. Por ejemplo, observas que el miedo no te impide conducir y que incluso puedes hacerlo bien a pesar de sentir ansiedad. Observas lo mucho que tus pensamientos agravan tu ansiedad. Observas que te sientes mucho mejor cuando logras estar totalmente presente (mindfulness) centrando completamente tu atención en la conducción. Así, poco a poco, empiezas a aprender de tu miedo y a relacionarte con él de otra manera.