LAS PREGUNTAS
Antes de comenzar con esta serie de preguntas –u otras que nos hagamos- conviene tener claro que el objetivo es “darse cuenta” –sólo darse cuenta- de lo que ha sucedido, o no, hasta ahora.
Es conveniente no permitir la entrada al crítico –que todo lo va a criticar-, al exigente –ya que todo le parecerá poco o malo-, al inquisidor –que encontrará motivos más que suficientes para llevarnos a la hoguera-, al pesimista –que aparecerá cargado de pesimistas razones-, o al triste –que acabará convirtiéndonos en depresivos-.
Que sólo nos acompañe el observador, tan impecable en su oficio que solamente observa y se da cuenta, pero no se inmiscuye en la labor del juez ni en la del verdugo. Que nos acompañe, quizás, el notario y que levante acta sin añadir objetivos ni objeciones.
Entonces, con estas premisas, es cuando se pueden hacer las preguntas. Estas que siguen y cuantas se te ocurran.
¿Qué hice con mi infancia?
¿Qué hice con mi juventud?
¿Y con el adulto?
¿Qué he hecho con la vida que no la he convertido en “mi vida”?
¿”Qué no he hecho”, mejor dicho?
Y una última pregunta, después de que hayas terminado con estas y con las que has añadido:
¿Y qué voy a hacer a partir de ahora?
Te dejo con tus reflexiones…