Señor:
que yo nunca rece para ser preservado de los peligros,
sino para alzarme ante ellos y
mirarlos cara a cara.
Que no pida la extinción de mi dolor,
sino el coraje que me falta
para sobreponerme a él.
Que no confíe en aliados en la guerra de la vida
sobre el campo de batalla del alma:
que sólo espere de mí.
Que no implore, espantado mi salvación,
que tenga la fe necesaria para conquistarla.
Dame no ser ingrato:
pues a tu misericordia debo mis triunfos.
Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte.
¡Y dame la paz, y dame la guerra!