Hacer oración es abrir nuestra consciencia a Dios, es decirle nuestro amor con palabras o sin ellas, con sentimientos amorosos o en estado de aridez, tal como Él mismo nos inspira y nos ayuda, porque sin Él sería imposible orar. En realidad, sin Él no podemos ni orar ni vivir espiritualmente.
Para entrar en la intimidad divina es necesario disponer de algunos espacios de tiempo tranquilos para “recoger” la propia vida y “acoger” a Dios. La verdadera vida de oración siempre supone un tiempo destinado únicamente a ella, sería ilusorio pensar que basta el espíritu de oración para que ya todo se vuelva oración. Cuanto más constante, vivo, pleno y profundamente vivenciado es el tiempo destinado a la oración tanto más influye su resonancia en todo el resto del tiempo y por tanto en la vida. Pero la verdadera oración no se reduce a episodios más o menos frecuentes de la vida de una persona, sino que es una característica fundamental de su vida.
Debemos orar porque lo necesitamos. Lo necesitamos porque en nosotros hay una necesidad de esa comunicación plena, total, perfecta. Y sólo Dios cumple totalmente esa función de ser alguien con quien podemos entendernos del todo. Existen cosas en nosotros que nunca podremos comunicar a otras personas, no porque sean íntimas o privadas, sino porque son incomunicables. Ciertos impulsos, ciertas aspiraciones, ciertos matices interiores son totalmente inexpresables a través de los sentidos, aunque puedan ser intuidas. Pero en nuestra comunicación con Dios expresamos constantemente todo este contenido interno y, a su vez, vamos aprendiendo nuevos conocimientos sobre la vida insondable de Dios.
La oración es un medio para ensanchar la consciencia y obrar adecuadamente. Orar significa romper una barrera que hay en la mente y en el corazón que mantiene encerrado al ser humano dentro de una idea y de un sentimiento de aislamiento. Cuando somos y estamos con Dios y en Dios nos comunicamos con alguien infinito. Y esto supone un ensanchamiento, un crecimiento y una expansión de nuestra inteligencia y de nuestro corazón. Es algo parecido a la misma expansión que tiene el niño pequeño totalmente confiado que se dirige a su madre. La madre lo es todo para él, y él está allí comunicándose del todo, no se siente como algo separado, distinto, más pequeño que la madre. El niño va a la madre y se abre, se ensancha todo él, se lanza a sus brazos sin problemas.
Cuando estemos en oración debemos estar realmente en oración, no tenemos que hablar para nosotros mismos ni para el aire. Muchas veces lo que se llama oración es un simple monólogo o exclamación en voz alta, y esto no es oración ni lo ha sido nunca. Nos debemos dirigir a Dios, a ese ser que no sabemos quién es, pero que intuimos que es el Padre, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón.
Esta es la primera parte esencial de la oración: que nos situemos ante la presencia del Padre, que nos situemos ante esta intuición de Absoluto. Pero que esta presencia no sea sólo una idea, sino que todo nuestro ser se abra completamente a esa intuición y a esa necesidad que hay en nosotros del Ser Total.
Vivir en oración es fuente de libertad interior. Todas las manifestaciones de la vida –deseos, emociones, trabajos, sufrimientos...- quedan tocadas por la oración, o sea por la consciencia y el amor. Todo cuanto se hace, se piensa o se siente adquiere un halo de significado, de belleza y de tranquilidad. La vida se unifica en torno al amor y a la belleza suprema, Dios, y la vida adquieren su sentido. La persona vive mejor, más feliz. Pero vivir en oración no significa tener el pensamiento ininterrumpidamente vuelto hacia Dios. Esto es imposible y tampoco es necesario. Cuando alguien está alegre o triste no necesita acordarse de ello para saber en qué estado se encuentra. Quien ama a alguien apasionadamente no necesita evocar con insistencia el recuerdo de esa persona para darse cuenta de que la quiere. Vivir en oración es un estado de consciencia que orienta la vida y le comunica un toque característico a todas las actividades. Una vida espiritual siempre se concreta en la oración, pues significa andar el camino que lleva hacia la Luz.
LA ORACIÓN DE PETICIÓN.
La plegaria, la súplica, la oración de petición, jamás puede encontrar esa realidad que no es el resultado de una súplica. El ser humano requiere, suplica, ora, sólo cuando está confuso, cuando sufre.
Al no comprender esa confusión, ese dolor, se dirige hacia alguien a quien cree por encima de él. La respuesta a la plegaria es la propia proyección. De uno u otro modo es siempre satisfactoria y gratificante, pues si fuera de otro modo se rechazaría.
La plegaria o la petición jamás pueden revelar aquello que no es proyección de la mente. La súplica a otro no puede dar origen a la comprensión de la Verdad. Para dar con lo que no es una fabricación de la mente, ésta debe estar en calma, pero no la “calma” impuesta por la repetición de palabras, que es auto-hipnosis y no es, en absoluto, quietud.
Pero puede ocurrir que estemos muy preocupados por algo y que necesitemos pedir por eso en particular. Entonces podemos pedir, pero pedir cuando estamos viviendo esa presencia. En el momento en que podamos formular suavemente esta petición de un modo claro, suave y con fe, entonces veremos la realización de lo que pedimos. Todo lo que pedimos a Dios y es adecuado se realiza siempre, pues lo tenemos concedido de antemano. Entonces Él quiere darnos lo que le pedimos porque quiere que las cosas sucedan de la forma más adecuada.
Lo único que nos separa de esta plenitud es la creencia de que no tenemos lo que necesitamos. En el momento en que nos abrimos a la plenitud de Dios y aceptamos que Dios ya nos lo está dando se produce la materialización de nuestra petición. Pero no es que nos lo de ahora y antes no nos lo daba, la verdad es que nos lo está dando desde siempre, sólo que ahora lo reconocemos y lo aceptamos.
El único límite a nuestras peticiones es que éstas salgan de nuestro interior, sean sinceras y no artificiales, producto de nuestra mente influida por el exterior. En la medida que pedimos lo que es verdaderamente útil, lo que está en línea con la espiritualidad y el bien de todos, entonces, el contenido de la oración de petición será correcto. Dios se expresa en nosotros y nosotros lo vivimos en forma de necesidad, pues la respuesta y la petición son exactamente lo mismo, vivida en dos niveles diferentes.
Podremos comprobar que a veces, cuando en estado de oración ponemos en nuestra mente la petición, la presencia de Dios desaparece. Es como si se alejara, como si funcionara otro sector distinto de consciencia, incompatible con el primero. Podemos repetirlo varias veces, pero esto significa que lo que estamos pidiendo no está en línea con lo que Dios quiere ni con lo que nos conviene.
En cambio, en otras peticiones, veremos que ocurre como si la petición se disolviera y quedara únicamente su Presencia y sentimos como una gran libertad o expansión, como si hubiera crecido nuestra consciencia. En ese instante está realizada la respuesta. Y es fundamental también que demos gracias, abriendo nuestras fibras afectivas más profundas y ensanchando nuestra consciencia de la presencia de Dios. El dar las gracias desde nuestro interior permite que Dios se manifieste en ese interior; dar gracias es un medio de enriquecimiento y de ensanchamiento de nuestra consciencia.
Muchas veces, las peticiones no se materializan instantáneamente, sino que necesitan un cierto plazo de tiempo, o bien se presentan de un modo distinto al esperado. Tenemos que darnos cuenta que no podemos exigir que las cosas se hagan de un modo y no de otro. La forma concreta de realización es necesario dejarla a una Mente que es mucho más inteligente que nosotros y que tiene una perspectiva mucho más amplia. Sólo porque no somos conscientes ni obramos adecuadamente nuestros caminos se alejan de los caminos de Dios.
LA MÍSTICA
La vida de las personas espirituales es oración y, cuando oramos, no sólo obramos como ellas, sino que también nos unimos a ellas y oramos con ellas. Mística, en su sentido original, significa unión con Dios, y ser espiritual supone vivir en estado de oración.
El individuo común, quizás percibiendo los primeros vislumbres de la vida espiritual, cree en su simplicidad que existen separados el cielo y la Tierra, y que Dios vive en el cielo con los ángeles y con las almas de las personas que dejan esta Tierra. Esto, aunque en cierto sentido no deja de ser verdad, es una visión muy limitada de la vida. En realidad, el Universo posee infinitos planos, y en cada uno de estos planos se desenvuelven infinidad de formas de existencia, todas ellas diferentes entre sí, con niveles de consciencia y de inteligencia desiguales, con objetivos particulares y, por consiguiente, cada una de ellas tiene una perspectiva y un concepto diferente de lo que es la verdad.
La mística es una cuestión muy importante de la espiritualidad que casi nunca se trata de manera conveniente. Debido a la ignorancia que existe sobre este tema casi todos los que entran en este tipo de experiencias se confunden, sufren, pierden el norte del camino espiritual y extravían su vida. Y lo más nefasto es que cuando ostentan cierta notoriedad pública extravían a las demás personas.
Pero nada se pierde en realidad en el Universo, sino que todo se aprovecha. Cuando un ser humano entra en su interior, actúa mecanismos desconocidos para él mismo y abre de forma inconsciente, ignorante y estúpida, ciertas compuertas que tienen la finalidad de contener y preservar nuestra energía vital, siente así un “calor” y un placer que “no son de este mundo”. Confunde entonces esta circulación de energía con el gozo de encontrar a Dios y, desgraciadamente, confunde toda la perspectiva de lo que es el verdadero camino espiritual. Como no estamos solos en el Universo, y en éste nada se desaprovecha, ciertos entes se benefician acopiando de estas fuentes de energía.
En casi todas las religiones existen grupos más o menos sectarios que se definen a sí mismos como místicos o contemplativos. Suelen ser grupos de personas ignorantes y de espiritualidad sospechosa, porque fundamentalmente sólo buscan en la religión y en su supuesto trato con lo divino placer y una compensación al sufrimiento que existe en sus propias vidas. Fascinadas por el mundo incomprensible, misterioso y oculto que se imaginan ante sí sienten la sed, en muchas ocasiones influida por estos entes, de entrar en él, y cuando lo hacen se pierden.
La espiritualidad no es, de ninguna manera, un desarrollo personal que tiene como objeto alcanzar un paraíso, un lugar o un estado en el que podamos gozar inefablemente de una manera individual, absurda y egoísta. El objeto de la espiritualidad es obrar adecuadamente y por ello es necesario que estemos siempre acompañados de la consciencia, del conocimiento y del discernimiento.
LA CONTEMPLACIÓN.
La oración es contemplación, y es un regalo y un don de Dios. Vivir en contemplación coloca al ser humano en la otra orilla, más allá de lo que la persona ordinaria puede vislumbrar. Significa salir de la rutina y recobrar la frescura de la vida de quien lo encuentra todo nuevo. Es vivir en cada momento todo lo que nos rodea como nuevo, puro y sencillo, morir al instante pasado y abrirnos al ahora presente descubriendo que Dios nos habla en el lenguaje de toda la Creación.
Contemplación es vivir descubriendo a Dios en cada instante, en todas las cosas y en todas las personas. Es sentir su presencia en cada momento del día; es un recuerdo vivo y presente del Dios que nos alimenta y da vida. Es amar a Dios en todas las cosas y a todas en Él. Dios se ha materializado en el sol que Él mismo hace salir, en las montañas, en el amor de una madre y en el cariño de los esposos. Por todos los poros de la realidad se rezuma la presencia viva de Dios. Todo está hecho de Dios.
Dios es Unidad, y quien abre sus puertas a Dios se encamina hacia la Unidad. Contemplación es descubrir a Dios en todo, es saberse siempre en Dios y sentirse envuelto en Dios como en el aire que respiramos, como en el mar en el que nos sumergimos. Los contemplativos siempre se sienten respirando a Dios, por dentro y por fuera. Contemplar es también recogernos hacia nuestro propio interior, sumergirnos en la mayor profundidad de nosotros mismos y allí encontrarnos con Dios, con el abismo de la Vida.
Con una mirada consciente, serena y silenciosa, sin pretender nada ni buscar nada, se despierta la mirada contemplativa del corazón, pues la verdadera contemplación significa ver la verdad, la propia realidad, y obrar adecuadamente. La vida contemplativa no es una vocación exclusiva para algunas personas escogidas y selectas, sino que es la llamada más profunda y verdadera que toda persona lleva dentro de su ser. La contemplación es la misma esencia de nuestra naturaleza profunda, la realización de todas las dimensiones de nuestro ser y la apertura plena y definitiva a Dios.
http://www.proyectopv.org/1-verdad/101marcosoracion.htm