LA PARADOJA DE SELIGMAN
Por Gabriela Navarra
Parece mentira, pero el hombre que firmó el acta fundacional de la psicología positiva pasó más de la mitad de su vida estudiando la depresión: Martin E. Seligman, director del Centro de Psicología Positiva de la Universidad de Pensilvania, EE.UU, desafió a sus colegas y, tras haber sido nombrado presidente de la Asociación Americana de Psiquiatría, en 1998, destinó todos sus esfuerzos al desarrollo de una tendencia que algunos ya consideran escuela y que, aseguran, gana adeptos día a día.
“Seligman pasó muchos años de su vida estudiando cómo las personas que sufren depresión llegaban a un estado que llaman de desamparo aprendido y que consiste básicamente en considerar que no tienen ninguna alternativa viable para cambiar esa situación –explica Andrés López Pell–. En determinado momento, invirtió sus preguntas y comenzó a buscar respuestas acerca de cómo existían sujetos que, aun sometidos a los peores estresores y situaciones difíciles, siempre eran capaces de salir adelante.
Seligman fue uno de los primeros investigadores en demostrar, por ejemplo, que, alcanzado cierto nivel mínimo que garantice la cobertura de las necesidades básicas, tener mayor dinero no es un pasaporte hacia la felicidad. Y de esto, fundamenta, dan fe los estudios sobre la depresión en sociedades económicamente desarrolladas y opulentas.
Seligman plantea que existen tres tipos de felicidad, aplicados a tres niveles de vida diferentes: “La vida placentera, la vida buena y la vida con sentido –dice–. Para alcanzar el primer tipo de felicidad debemos intentar disfrutar de los mayores placeres posibles y echar mano de métodos que nos permitan saborearlos y disfrutarlos mejor: compartirlos con los demás, aprender a describirlos y recordarlos, y usar técnicas como la meditación para ser más conscientes de esos placeres.
El segundo nivel, mucho menos superficial y pasajero, es lo que Aristóteles llamó eudaimonia y que ahora denominamos flow, o estado de flujo, y que consiste en encontrar las propias virtudes y los talentos, y ponerlos a nuestro servicio, viviendo experiencias que nos dejen absortos, fuera del tiempo.
Finalmente, la vida con sentido supone encontrar alguna causa, motivo o tarea más grande que uno mismo, estar el servicio de los demás de alguna forma, y es la que permite una felicidad más profunda y duradera.”
PARA PENSAR EN POSITIVO
Tener en cuenta estas claves pueden ayudar a reformular nuestra forma de sentir, pensar y actuar.
1.- Evitar las ideas del tipo “todo o nada”. La realidad no es “blanco y negro” o “buena o mala”. Si pensamos en esos términos, somos rígidos y no damos lugar a matices o puntos de vista.
2.- No generalizar demasiado. Alguien mintió o no acudió a la cita, pero eso no significa que ocurra en todos los casos. Conclusiones que comiencen con “siempre” o “nunca” suelen conducir a exageraciones.
3.- No focalizar en el peor detalle. Las situaciones tienen distintos puntos de vista. Si elegimos centrarnos en lo peor, todo se verá mal. Por ejemplo, dar más importancia a críticas que a elogios.
4.- No minimizar lo bueno. Siempre hay algo positivo para destacar. Si lo pasamos por alto o lo desvalorizamos, perdemos la oportunidad de apreciar sus ventajas.
5.- Por menos o por más. Nos equivocamos tanto cuando exageramos la importancia de un problema como cuando minimizamos nuestras capacidades para afrontarlo.
6.- Evitar las predicciones. Ante indicios confusos o que nos despiertan ansiedad, anticipamos la peor conclusión. Pensar que algo saldrá mal incide en su resultado.
7.- Decir “no” a las suposiciones. En nuestra comunicación cotidiana es frecuente que creamos que otro (amigo, pareja, compañero) piensa o siente de un modo. ¿Cómo sabemos que es así? Preguntar es mejor que suponer.
8.- Huir de la victimización. Frases o sentimientos como “¿por qué me toca siempre a mí?” o “siempre tengo mala suerte” o “¿por qué a los otros sí y a mí no?” nos alejan de la responsabilidad sobre nuestros actos.
9.- No poner ni ponernos etiquetas. Al equivocarnos, no toda nuestra persona merece ser descalificada; y algo similar ocurre cuando otros cometen errores. No es lo mismo decir “esto lo hice” que “soy un tonto”. Pero atención: tampoco responsabilizar a los demás por errores propios.
10.- Poner límites a la propia responsabilidad. Si nos creemos responsables de cada problema (una separación, un hijo que desaprueba, etc.) sólo sentiremos culpa. Esta idea, sin embargo, oculta otra, más negativa aún: creer que todo está bajo nuestro control.
LUCHA SIEMPRE
Me ha ocurrido muchas veces que he dejado a un amigo o conocido en condiciones desastrosas, ya de salud, económicas o de trabajo. Y me he preguntado con miedo cómo habría hecho para resistir, en qué habría acabado su situación.
Y muchas veces, reencontrándolo después de años, he descubierto que estaba bien, alegre, lleno de vida, con una nueva actividad, a veces con una nueva esposa o un nuevo marido. Y he entendido que, en realidad, no podemos decir que la vida de una persona está acabada, porque todos poseemos enormes capacidades que no utilizamos y la vida siempre nos ofrece una nueva oportunidad, antes impensable.
Pero se ponen en juego cosas muy profundas. Cuando estás duramente derrotado, o cuando enfrentas una enfermedad mortal, te alejas de la realidad, te repliegas en ti mismo; es un poco como su estuvieras muerto. Y cuando te recuperas, cuando te curas, es como si te fuese dada una segunda vida, y te invade un deseo febril de hacer, de tener nuevas experiencias.
Un amigo mío, que se recuperó de un tumor considerado incurable, se compró un bellísimo barco con el que sale a navegar por el Mediterráneo. Otro ha escrito un libro que ha tenido un éxito inesperado.
Una amiga se ha hecho famosa haciendo publicidad, otra ha adoptado un niño, una tercera simplemente se ha dedicado a gozar de las cosas bellas: un baño en el mar, su jardín, un viaje, una fiesta, y cuando hablas con ella te serena.
Por eso nunca hay que decir: “No hay nada que hacer”; “qué se le va a hacer, no puedo tener hijos”; “qué se le va a hacer, no me gradué”; “qué se le va a hacer, me llegó la menopausia”; “qué se le va a hacer, estoy jubilado”.
No tiene sentido: es como decir “qué se le va a hacer, se terminó la liquidación”. Si la liquidación se terminó, hay otras infinitas posibilidades de compras. Y no hay que perder tiempo en lamentarse de no tener más esto o aquello, ni de rumiar nuestros errores o las maldades que han cometido los demás.
Errores cometemos todos y todos padecemos las maldades ajenas. No se trata de ser optimista solamente: tenemos que hacer las cosas que nos gustan, que nos estimulan, e ignorar las demás. No hables con los que te resultan antipáticos, con los que te irritan, y no veas películas que no te interesan; evita los programas de televisión que te fastidian. Y si encuentras algo que realmente tiene valor, lucha por realizarlo.
Debes estar tan vivo a los noventa años como a los veinte. Y lucha sin miedo, con placer, con el gusto de hacer algo como si fuera una competencia de esquí, o de tenis o una maratón.
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