El hombre no tiene un «Yo» permanente e inmutable.
Cada pensamiento, cada humor, cada deseo, cada sensación dice «Yo». Y rara vez, parece tenerse por seguro que este «yo» pertenece al Todo del hombre, al hombre entero, y que un pensamiento, un deseo, una
aversión, son la expresión de este Todo.
En efecto, no hay prueba alguna en apoyo de esta
afirmación. Cada pensamiento del hombre, cada uno de sus deseos se manifiesta y vive de una manera independiente y separada de su Todo. Y el Todo del hombre no se expresa jamás, por la simple razón de que no existe como tal, salvo físicamente como una cosa, y abstractamente como un concepto.
El hombre no tiene un «Yo» individual. En su lugar, hay centenares y millares de pequeños «yoes» separados, que la mayoría de las veces se ignoran, no mantienen
ninguna relación, o por el contrario, son hostiles unos a otros, exclusivos e incompatibles.
A cada minuto, a cada momento, el hombre dice o piensa «Yo». Y cada vez su «yo» es diferente. Hace un momento era un pensamiento, ahora es un deseo, luego una sensación, después otro pensamiento, y así sucesivamente, sin fin. El hombre es una pluralidad. Su
nombre es legión.
El hombre no tiene individualidad. No tiene un gran «Yo» único. El hombre está dividido en una multitud de pequeños «yoes». "Pero cada uno de ellos es capaz de llamarse a sí mismo con el nombre del Todo, de actuar en el nombre del Todo, de hacer promesas, de tomar
decisiones, de estar de acuerdo o de no estar de acuerdo con lo que otro «yo», o el Todo, tendría que hacer.
Esto explica por qué la gente toma decisiones tan a menudo y tan raramente las cumple. Un hombre decide levantarse temprano, comenzando a partir del día siguiente.
Un «yo», o un grupo de «yoes» toma esta decisión. Pero levantarse es problema de otro «yo» que
no está de acuerdo en absoluto, y que quizás ni siquiera ha sido puesto al corriente.
Naturalmente, a la mañana siguiente el hombre seguirá durmiendo, y por la noche decidirá nuevamente levantarse temprano. Esto puede traer consecuencias muy desagradables.
Un pequeño «yo» accidental puede hacer una promesa, no a sí mismo, sino a alguna otra persona en un momento dado, simplemente por vanidad, o para divertirse. Luego desaparece.
Pero el hombre, es decir el conjunto de los otros «yoes» que son completamente inocentes, tendrá que
pagar quizás por toda su vida esta gracia.
La tragedia del ser humano es que cualquier
pequeño «yo» tiene el poder de firmar contratos, y que luego sea el hombre, es decir el Todo, quien deba enfrentarlos.
Así pasan vidas enteras, cancelando deudas contraídas por pequeños «yoes» accidentales.
GURDJIEFF