A veces, algunas personas, en algunos aspectos de su vida, siguen sin despegarse/desapegarse de aquel niño que fueron, y tratan de prolongarlo con el objetivo de no hacerse responsables de su propia vida, y de tener alguien a quien culpabilizar de sus irresponsabilidades.
Algunas personas alargan todo lo que pueden esa relación con sus padres, desde el niño-niña que alguna vez fueron, y piensan que esa relación de resolución de conflictos por parte de ellos –ya que algunos quieren ser eternamente niños para lo que les interesa- ha de seguir hasta el fin de sus vidas.
No se dejan crecer en lo que no les interesa.
Les responsabilizan de lo que no se quieren responsabilizar.
No les permiten ser lo que son sus padres: personas con carencias, que atraviesan crisis, frustrados, heridos, no omnipotentes sino débiles y simplemente humanos, y personas con límites que no lo pueden resolver todo.
Sin duda, ellos estarían encantados de resolver nuestros problemas como hicieron cuando éramos pequeños… pero no lo somos; nuestros problemas tienen otro tamaño, y, además, son “nuestros”.
Tenemos que crecer.
Y tenemos que aceptarles a ellos como son, con sus carencias y limitaciones, con su incapacidad de resolverlo todo, siendo conscientes de que no pueden resolver todas nuestras expectativas.
Son lo que son, y no lo que nos gustaría que fueran.
Y hay que aceptarlo.
Hay que aceptarles, y agradecerles lo poco o mucho que hayan hecho por nosotros hasta ahora, pero… desde ahora en adelante les descargamos de esa obligación de ser los que resuelven nuestros asuntos.
Nada de guardarles rencor, de sentir rabia, de acusarles… ya pasó lo que ahora es pasado.
No hay que exigirles cómo deberían ser, sino que hay que aceptarles, por el bien de todos, como son.
Hay que comprender, reconocer, encontrarse… seguir juntos, pero cada uno en su camino.
Ellos ya cumplieron: hicieron lo que pudieron.
Ahora te toca hacerte cargo de ti.