Por qué no gritar a tus hijos
Ponte en situación: le has pedido a tu hijo que haga algo, una y mil veces, a lo largo de una tarde. Pero parece que le entra por un oído y le sale por el otro: sigue en su cuarto jugando a algún videojuego. ¿Qué es lo primero que sale de ti cuando se te acaba la paciencia? Probablemente, gritos: cuando estás conversando y te interrumpe, gritos; cuando le va mal en el colegio, gritos; cuando él se enfada y grita, gritos… Muchos padres están preocupados porque no se sienten capaces de controlar su tono de voz cuando interaccionan con sus hijos en una situación tensa. ¿Te pasa a ti lo mismo? Tú puedes dejar de gritar a tus hijos… si te lo propones.
¿Por qué no gritar a tus hijos?
Es curioso: nos resulta más difícil contener el impulso de gritar a los niños porque nos sentimos con “derecho” a hacerlo. No hay que confundir: ser padre te da derecho a poner normas y hacerlas respetar, pero no te autoriza a perder las formas, al igual que no las pierdes con tu jefe o con un desconocido en la cola del supermercado. ¿Por qué con tu hijo sí? Nos cuidamos más con los extraños “porque no tenemos confianza”. Sin embargo, con el desconocido no tenemos nada que perder, y con nuestro hijo, mucho. Precisamente por eso, deberíamos tratarles con el mayor cariño y suavidad posibles, en lugar de permitirnos dejar escapar ante ellos lo peor de nuestro genio.
Consecuencias de los gritos en los niños
Los gritos son especialmente negativos para los niños, que, a su corta edad, no son capaces de entender qué hay detrás de ellos y justificarlos (estrés, otros problemas, cansancio…). A algunos pequeños les llena de impotencia y frustración que les griten, lo que les conduce a reprimir una rabia que posiblemente saldrá por algún otro lado (por ejemplo, pegando al hermano pequeño, ante quien siente más poder). Otros sienten heridos sus sentimientos, causándoles vergüenza, reduciendo su autoestima y su confianza en ellos mismos. En cualquier caso, las malas formas provocan una sensación de ambivalencia en la familia (existe afecto pero a la vez rechazo) que empeora cualquier situación problemática, incluso las que a priori parecen triviales.
Claves para evitar los gritos: esfuerzo, práctica y voluntad
Está claro que no quieres gritarles, y que lo último que deseas es hacerles daño. Pero a veces no sabes cómo evitarlo. Te aseguro que puedes conseguirlo con esfuerzo, práctica y voluntad. Lo primero que puedes hacer es reconocer la necesidad de cambio, la importancia de conseguir que la situación sea diferente. Cuando lo hayas reflexionado y te sientas realmente motivado al cambio, te animo a leer el siguiente artículo: “Cómo no gritar a tus hijos: técnicas para evitarlo”, en el que expongo una serie de consejos prácticos que te serán muy útiles. Puedes comenzar reduciendo progresivamente los gritos, e ir trabajando poco a poco tu autocontrol. Muy pronto notarás los beneficios en la armonía familiar.
Ejercicio recomendado: Reflexiona sobre tu propia crianza. Rescata de tu memoria recuerdos de tu infancia. ¿Cómo te trataban tus padres? ¿Qué tono de voz usaban para dirigirse a ti? ¿Cómo te sentías? A veces, sin darnos cuenta, sobre todo cuando estamos nerviosos y no nos paramos a pensar antes de actuar, reproducimos los patrones que hemos aprendido de nuestros padres, lo que puede tener su parte positiva y negativa. Hacer conscientes las influencias que afectan a nuestro comportamiento es el primer paso para redirigirlo y elegir actuar de una forma o de otra.
Consejos prácticos para no gritar a los hijos
1. Concreta tu objetivo: Puedes empezar proponiéndote, por ejemplo, una semana sin gritos. Si gritas, la cuenta comienza otra vez desde cero. Avanza progresivamente. Implícate y comprométete: es necesario dedicarle esfuerzo.
2. Mira desde sus ojos: Cuando trates con tu hijo, no tiene sentido que juzgues su asunto —de niño— desde tu perspectiva —de adulto—. Su mundo y el tuyo son completamente diferentes, pero eres tú quien debe acercarse a comprender la realidad desde su punto de vista. Esto supone mucho esfuerzo, porque requiere “desaprender” por un instante muchas de tus experiencias para poder sentir como siente un niño por primera vez, y así percibir la magnitud que el problema tiene para él. Os ahorraréis muchos gritos y discusiones si asumes esta diferencia tan natural y trabajas por reducirla.
3. Deja a un lado otros asuntos: Intenta limpiarte del resto de preocupaciones y emociones negativas cuando interactúes con tus hijos. Procura partir desde cero con ellos. Si no, el cúmulo de preocupaciones que cargas en tu espalda no te dejará responder proporcionalmente a lo que necesita tu hijo. Si ya empiezas nervioso, tienes muchas más probabilidades de acabar gritando que si te liberas de la negatividad antes de dirigirte a tu pequeño.
4. Cultiva tu paciencia: Hazlo en todas las ocasiones que puedas. Tienes muchas oportunidades: atascos, colas, el trabajo… Si aprendes a controlar tus nervios en diversas situaciones, luego te será más fácil ante tu hijo. Con serenidad, los asuntos se resuelven mucho más fácilmente.
5. Practica el “tiempo fuera”: Cuando notes que vas a salirte de tus casillas, retírate. Vete a un sitio apartado, tú solo. Reflexiona, respira y relájate. Deja pasar el tiempo que haga falta, piensa en otra cosa o haz alguna actividad que ocupe tu atención, hasta que estés tranquilo. Ésta es una de las mejores estrategias para evitar una explosión de agresividad. Enséñale a tu hijo a hacer lo mismo cuando lo necesite.
6. Previene en lugar de curar: Detecta los momentos en los que más nervioso te pones para poder evitarlos. Por ejemplo, si sabes que por la mañana antes de llevar a tu hijo al colegio te pone de mal humor ir con prisas, procura levantarle más temprano. Así, habrá menos “tentaciones” de gritar.
7. Haz público tu reto: Comenta tu intención de cambio a amigos, familiares, e incluso a tus propios hijos. ¿Por qué no decirlo también a tus conocidos publicándolo en las redes sociales? El hecho de que lo sepan otras personas aumenta el nivel de compromiso. Además, los más allegados pueden ayudarte, por ejemplo, señalándote cuándo te estás desviando de tu objetivo, y así podrás reincorporarte. Una idea: ¿Por qué no proponeros la misma meta tu pareja y tú conjuntamente?
8. Haz aquello que te haga sentir de buen humor: El estado de alegría y bienestar es incompatible con los gritos. Comparte momentos agradables y divertidos con tus hijos, por ejemplo, realizando algún deporte al aire libre. Os beneficiará a todos.
9. Transmite a tus hijos congruencia entre tus palabras y tus actos: Si quieres pedirle calma, no puedes hacerlo alzando tu voz. Recuerda que los hijos, en gran parte, son un reflejo de lo que ven en su familia. Aprenden lo que tú les quieras enseñar, pero no sólo con las palabras, sino más bien con los hechos. La mejor educación es la del ejemplo