LA CONVENIENCIA O NO DE UN BOFETÓN A TIEMPO
Leonor Hermoso
El Código Civil lo prohíbe y se pena con cárcel, pero el 63% de los padres, algunos hijos y un juez ejemplar defienden la eficacia de un cachete en el momento justo y con la intensidad adecuada. Según los expertos, un bofetón no tiene por qué dejar traumas, pero es preferible un castigo. En Reino Unido se permite si no deja "moratones, enrojecimiento o daño mental".
El 63, 5% de los padres españoles, según el Instituto Nacional de Estadística, está a favor del bofetón en situaciones críticas. Son casi 10 millones de progenitores. Y podrían ser llevados a la cárcel si las autoridades se enteran de que han utilizado el cachete para educar. Hace año y medio, el Código Civil permitía a todos los padres «corregir razonable y moderadamente a sus hijos»; pero el 28 de diciembre de 2007 se publicó en el BOE la Ley 54/2007 de Adopción Internacional que, en su Disposición Final Primera, prohibía expresamente el castigo físico por leve que sea. ¿Tan perjudicial es un bofetón para un niño?
Hoy, en nuestro país, conviven cuatro generaciones y tres de ellas han crecido con alguna que otra torta, pescozón, cachete o bofetón sin mayores problemas. «En general, un bofetón padre-hijo no deja traumas. El trauma sólo ocurre en casos donde hay otros factores de mala relación. De hecho, para un niño resulta más impactante la cara de enfado que pone el padre, que el bofetón en sí. Pero, si un padre quiere a su hijo, darle o no un bofetón no es tan importante», explica Gerardo Aguado, psicólogo y doctor en Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra.
Hoy por hoy, administrar un cachete al propio hijo es más peligroso para los padres que para los niños. «Ahora mismo le pegas un azote a tu niño y te encuentras con que los vecinos te llaman la atención porque lo estás maltratando. Pero un buen azote cuando un crío coge una rabieta viene muy bien», afirma Emilio Calatayud, juez de menores de Granada cuyas sentencias ejemplares para los más jóvenes han marcado un hito. «En Derecho ya tenemos los mecanismos suficientes para saber si estamos ante padres maltratadores o padres preocupados por la educación de sus hijos sin necesidad de prohibir el bofetón por ley».
Pero esta vez, la Justicia española no da la razón al juez. En Alicante, un compañero suyo impuso una pena de tres meses y 21 días de prisión, más orden de alejamiento de 15 meses, a un hombre que pegó a su hija con una zapatilla. La niña, de 16 años, le denunció. En Jaén, una mujer sordomuda fue condenada a 45 días de cárcel y un año y 45 días de alejamiento por pegar una torta a su hijo de 10 años; en este caso fue el colegio quien informó a las autoridades. En Sevilla, una madre fue condenada a más de tres años sin ver a su hija de 7 años por haberle pegado un bofetón cuando la niña llamó «maricón» a un amigo de la familia. ¿El denunciante? Su ex marido.
La nueva redacción del artículo 154 del Código Civil obliga a reprender a los menores «con respeto a su integridad física y psicológica»; es decir, nada de cachetes, zapatillazos, azotes o bofetones. Se modificó, como se ha apuntado, al aprobarse una nueva ley de adopción. Y el cambio fue objeto de un intenso debate. A favor del cachete a tiempo, PP, CiU y PNV, que consideraban que el anterior artículo ya protegía a la infancia pero que, sobre todo, no veían en la Ley de Adopción Internacional «el mejor cauce para modificar el Código Civil». En pro de la reforma de la ley, PSOE, IU, ERC, BNG y Grupo Mixto argumentaron que la Convención sobre los Derechos del Niño ya había pedido al Gobierno español, en dos ocasiones, la supresión de ese artículo.
«En Polonia estamos viviendo una situación similar», explica Malgosia Iskierka, ex presidenta de la Asociación Cultural Hispano-Polaca FORUM. «Los legisladores quieren prohibir, totalmente, los castigos corporales. Según un sondeo, el 66% de la población está a favor de esta prohibición; pero el 78% considera admisible dar un klaps [cachete en las nalgas], todo un contrasentido». Piotr, polaco con tres hijos nacidos y criados en España es fan de esta medida. «El klaps polaco o el cachete español ayudan a educar. Sobre todo, a los niños pequeños, de año y medio, a los que es difícil hacer entender las cosas».
«Un cachete, un bofetón, en el momento justo y con la intensidad adecuada es una victoria», explica Emilio Calatayud. «Para mí no es ni una victoria, ni un fallo; es una anécdota, algo innecesario», dice Aguado.
Pero, ¿qué lleva a los padres españoles a utilizar este correctivo (en el 90% de los casos excepcionalmente, según un estudio llevado a cabo por la ONG_Save the Children en 2005)? Se suele dar un cachete o un bofetón ante una rabieta, si los hijos desobedecen con las tareas del hogar, si no hacen los deberes, cuando pegan a otros hermanos… «En casa se usa poco el bofetón. Sólo por trastadas muy gordas, no por tonterías», afirma Guadalupe, madre de cuatro hijos.
La encuesta de Save the Children, conducida en varios países, revelaba también que cuando se recurre al castigo físico influye la edad de los niños. Del año y medio a los 4 años predomina el cachete en el culo; de los 7 años a los 12, la torta, el bofetón, el sopapo... «Yo creo que depende del carácter del niño», cuenta Guadalupe. «A algunos los tienes que seguir más intensamente que a otros. Para mí no hay edad, depende del momento o de la trastada». «Nosotros lo hemos utilizado muy poco, un par de años como mucho. Después, con una simple mirada es suficiente», asegura Piotr.
GANADOS A PULSO. Contrariamente a lo que puede parecer, el cachete pedagógico no sólo tiene buen predicamento entre los padres que lo dan, sino también entre algunos de los chicos que lo reciben. «Los padres deben darnos un cachete o un klaps de vez en cuando. Un bofetón en la cara me parece exagerado», dice Carolina, hija de Piotr. «Pero cuando yo tenga hijos les daré un cachete si se lo merecen». Algo que corrobora Pilar, de 36 años, a quien su madre ha perseguido con la zapatilla desde que tiene uso de razón: «Yo no tengo ningún trauma por los zapatillazos. Algunos me los gané a pulso».
Pero por mucho que la sociedad española lo apruebe, y que, puntualmente, no sea peligroso, cuesta encontrar psicólogos o pedagogos que aplaudan esta medida. «Aunque un cachete o incluso un bofetón no muy doloroso no vaya a dejar traumas en la persona, yo no soy partidario de que se golpee a los niños. Primero, porque me parece un abuso que un adulto pegue a un niño pequeño. Pero, sobre todo, me parece innecesario. La firmeza no hay que demostrarla pegando. Se puede ser muy firme con los hijos sin tocarles un pelo», explica Gerardo Aguado. «Normalmente, el cachete es una venganza de los padres cuando están hartos. Raramente un cachete tiene una función educativa intencional. Lo hacen cuando están calientes, nerviosos, hartos...». «Pues yo le agradezco a mis padres, ahora, los bofetones que me dieron de pequeña», dice Guadalupe. «Y mi hijo mayor, que tiene 14 años, también me ha agradecido alguno. Cuando he dado un bofetón a uno de mis hijos no ha sido por estar en un momento de histeria o de nerviosismo, sino por algo muy razonado; por ejemplo, pegar a alguno de sus hermanos».
Para muchos psicólogos, lo ideal es el término medio: ni bofetón ni exceso de diálogo, sino amonestaciones con castigo: «Pegar a un niño pequeño es cobarde, pegar a uno de 13 no lo va a olvidar, y pegar a uno de 18 no se lo aconsejo a nadie», afirma Javier Urra, psicólogo especializado en infancia y juventud y ex Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. «¿Cuándo una bofetada es realmente a tiempo? ¿Por qué se da una bofetada a un chaval de 7 años y no al mismo cuando tiene 17 por el mismo hecho, por romper un jarrón, por ejemplo? Además, la bofetada te dice lo que no has de hacer, pero no te enseña lo que debes hacer», explica.
EL BOFETÓN EN EL CEREBRO. Pero, ¿qué pasa por el cerebro de los padres para que decidan darlo? «Cada respuesta emotiva del ser humano está casi siempre asociada a reacciones corporales. Cuando vemos una situación de peligro en nuestro hijo, por ejemplo, la retina del ojo hace una foto de la situación peligrosa y manda la información por dos vías: una, al tálamo, donde se comprende globalmente la situación; la otra vía de decodificación de la información es al nucleus amigdalino, el centro primario de nuestras emociones», explica el doctor Manio von Maravic, jefe de Neurología de USP Hospital de Marbella.
Si predomina el procesamiento del nucleus amigdalino, el bofetón está asegurado porque pesa más la reacción irracional, las emociones por encima de la razón. «Aunque las reacciones adecuadas o inadecuadas dependen de nuestra vida, nuestra educación, la experiencia previa con la violencia y las experiencias de nuestra niñez», termina este neurólogo.
Save the Children contabilizó en su informe 35 maneras de castigo, de las que 21 se emplean en todo el planeta. La bofetada, el azote, el golpe en la cabeza, los tirones de pelo y las humillaciones son las más comunes en todas las culturas.
«Desde el primer día que das la papilla a un niño y te la tira, te está poniendo a prueba», dice el juez Calatayud. «Desde el principio hay que poner límites, con cariño, pero sabiendo que siempre nos están sometiendo a exámenes de fuerza».
Lo mejor es el diálogo sin negociación, afirman los expertos. Y administrar, si es necesario, el castigo pertinente. Entre los padres, en cambio, hay menos partidarios del castigo que del bofetón. Según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas y Caja Madrid, sólo el 56,4% de los progenitores piensa que con los castigos se consigue algo, frente al 63,4% de partidarios del bofetón.
¿Y las famosas broncas, echar la charla? «A veces sirven para desahogarse, lo que no viene mal. La bronca puntual, un día que se lo merezca, mirándole a los ojos, con seriedad, dándole argumentos y siendo coherente puede modificar una conducta. Los chavales escuchan más de lo que pensamos», explica Urra. Por mucho que estén en una edad difícil, quieren estar a gusto en casa y quieren querer a sus padres.
De lo que siempre hay que abstenerse es de las descalificaciones. «Decirle a un niño pequeño que no se le quiere, ser cínico con los hijos, reírse de ellos, ponerlos en evidencia delante de gente... es mucho peor que darles un bofetón», explica Aguado. «Demostrarle a un hijo que te defrauda, decirle que nos quita tiempo, que no vale para nada, que no sabemos para qué lo hemos tenido… Esas expresiones duelen más que un tortazo», afirma Urra.
COMPLEJO DE JOVEN DEMOCRACIA. Para muestra, un botón: el bofetón que más dolió a Jaime no se lo dio su madre, sino su profesor. En la mente de este niño de 9 años es el único que duele «porque fue injusto. Llamó a mis padres y ellos se enfadaron conmigo por algo que no era culpa mía». Lo dice un niño que, según su madre, es un poco trasto y se ha llevado más de dos y más de tres azotes. «Quedarme en mi cuarto un día entero, castigado, es mucho peor que un bofetón», dice.
«Yo creo que hoy estamos viendo lo que vemos con los niños porque no se les ha dado un bofetón a tiempo», dice Guadalupe, algo que corrobora el juez Calatayud. «Estamos fallando los padres, la escuela y la sociedad. Tenemos un complejo de joven democracia, nos da miedo hablar de las cosas por su nombre, poner límites. Transmitimos la idea de que todo vale. Hemos pasado de un extremo a otro y nuestros hijos están pagando las consecuencias». Nuestros hijos, y algunos padres, que se han visto enfrentados a sentencias muy serias por tratar de educar a su manera. «En la educación familiar, si el Estado pasa desapercibido, mejor. Con eso de la protección de la infancia se cometen auténticas tropelías», afirma Aguado.
«Si alguna vez tengo que abofetear a mis hijos delante de alguien –que no suele ser así, porque ellos, en la calle, se saben portar–, no me importa que me vean, aunque sé que está prohibido», comenta Guadalupe. Leyes aparte, el cachete pedagógico sigue teniendo partidarios. «El 75% o el 80% de los legisladores está de acuerdo en que un bofetón a tiempo es una victoria. Lo que pasa es que una cosa es lo que piensan para su casa, y otra lo que dicen de cara a la galería», explica Calatayud.
En público o en privado, y aunque la mayoría de los padres españoles lo utilicen con mesura –«yo, con mis hijos, muchísimo menos de lo que se lo han merecido», afirma Pilar–, esta medida no deja buen sabor de boca a nadie. En general, queda la sensación de haber fracasado al tratar de hacer entender lo mismo con palabras. Como dice una de las madres de este reportaje, Guadalupe, «te quedas mal no por haberlo dado, sino por haber tenido que recurrir a él».
http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2009/508/1245321422.html