BUSCÁNDOLE SENTIDO A LA VIDA
El aprender, según Krishnamurti, es de instante en instante consecutivo. Es un movimiento en que nos observamos silenciosamente, sin condenar, interpretar ni juzgar. Ya lo dijo el Cristo: “No juzguéis, no condenéis”. En el momento en que condenamos o juzgamos tenemos un patrón de conocimiento y ese modelo nos impide aprender. Sólo es posible la mutación en la raíz misma de la mente cuando nos comprendemos infinitamente. Es un cambio sin esfuerzo, espontáneo, natural. Si aprendemos sobre nosotros podremos amar a nuestro prójimo.
¿Y quién es nuestro prójimo? El prójimo, el que pasa. Es decir, el prójimo puede ser nuestro llamado enemigo. En la suma de los ‘próximos’ está lo universal. El Alma Universal es la esencia del Hombre. De esta manera, al amar al prójimo, como consecuencia, amamos a Dios. Pero no podemos amar a Dios, a quien no conocemos, si no podemos amar a nuestro prójimo, a quien conocemos. Tampoco podemos amar al prójimo, si somos competidores. Y toda nuestra estructura social, económica, política y moral se basa en la competencia.
Tenemos la competencia egoísta y al mismo tiempo decimos que tenemos que amar al prójimo. Esto es imposible porque donde haya competencia no puede haber amor, a menos que sea competencia para favorecer al contrario, de ser ello posible.
Así, para haber comprensión de lo que es el Amor, lo que la Verdad es, tiene que haber libertad. Empero, nadie puede obsequiarnos esto. Tenemos que descubrirlo nosotros propiamente. Y para hallar la liberación, tenemos que hacer rendición incondicional del Yo a la Voluntad del Padre Supremo. Tal libertad excelsa sobreviene de modo natural, libre, sin ninguna clase de coerción ni control cuando entendemos todo el proceso del brote y terminación de un problema, ya que una mente con un problema no es libre. Para la mente que no resuelve toda dificultad, según va surgiendo, en cualquier nivel que sea, físico, emotivo o sicológico, no puede haber libertad ni, por tanto, claridad de pensamiento, de percepción o perspectiva.
Un problema es la prolongada perturbación creada por la inadecuada respuesta a un reto; es decir, la incapacidad para hacer frente a una situación de manera tal, con nuestro entero ser, o por la indiferencia que dé por resultado la aceptación habitual de los enigmas y el limitarse a soportarlos, pues existe un problema cuando no se hace frente a cada cuestión de inmediato y no se acaba hasta que terminemos con él, no en el futuro, sino en el momento que brota, que aparece como un blanco, a tiro de hacha. Cualquier problema o incertidumbre, de lo contrario, es un factor que destruye la libertad y por ende la felicidad.
Un problema puede ser el dolor moral, la molestia física, la muerte de alguien, la falta de recursos. Puede ser la incapacidad para descubrir si Dios es una realidad. Y existen los problemas de la relación, tanto privados como públicos, individuales como colectivos. El no comprender la totalidad de la relación humana engrendra problemas de los cuales emergen las enfermedades psicosomáticas.
Krishnamurti dice que estando agobiados por los problemas, recurrimos a varias formas de evasión; rendimos culto al estado, aceptamos la autoridad, esperamos que alguien nos resuelva los retos, nos sumimos en una repetición de plegarias, nos entregamos a la bebida, al sexo, al odio, a la droga, a la lástima de nosotros mismos. Cultivamos en esta forma, una red de evasiones consciente o inconscientemente, neuróticas o intelectuales, que nos capacitan para tolerar todos los problemas que aparecen. Estos, inevitablemente, engendran esclavitud, confusión e inconformidad.
En la búsqueda de un significado a la vida, debemos penetrar al fondo de las formas y someternos a las miras del Supremo. Sabremos entonces como explicar esta seguridad absoluta, indeclinable, esta indiferencia a la naturaleza en presencia de la desaparición de la consciencia personal, pues el fin, en efecto, no es el final, porque éste no puede alcanzar a la esencia propia y verdadera del Ser ni su consciencia realizada, como ella y con ella, chispa divina inmortal, preexistente, superviviente y eterna.
¿Qué importa entonces la muerte? No destruye sino una apariencia, una representación temporal. La individualidad verdadera, indestructible, conserva y se asimila todas las adquisiciones de la personalidad transitoria. Luego, bañada de nuevo por las aguas del Leteo, materializa una personalidad nueva y continúa su evolución indefinida. Si la realización de las consciencia es verdaderamente el resultado de la evolución, no es posible concebir la desaparición total, el No-Ser, de la consciencia individual.
Supongamos, en efecto, una evolución general muy avanzada idealmente hasta un grado de omnisciencia. (La evolución a este grado se realizará necesariamente algún día). A la consciencia universal omnisciente nada puede escapar en el tiempo ni en el espacio, relativos éstos, sin valor para ella. Entonces, ¿cómo la consciencia universal tendría en sí todos los conocimientos, excepción hecha del de los estados individuales realizados durante la evolución?
Esto es imposible. La consciencia universal contendrá forzosamente la suma de las consciencias individuales. En resumen, es permitido sostener filosóficamente que la consciencia de la individualidad se pierde temporariamente, después de la destrucción del organismo, pero no que sea destruida. Se hace latente y permanente así hasta que la totalidad de la consciencia general la hace revivir, después de despertarla de su sopor.
Existe la inclinación natural del hombre hacia la felicidad y ésta no depende de sus atractivos sino de la naturaleza de la voluntad del ser humano en la búsqueda del bien. Esta tendencia ha sido calificada como innata, irresistible y esencial, y además como constante y universal. Innata, porque no se crea; irresistible, porque el individuo debe moverse a su consecución; esencial, por la imperiosa necesidad de su posesión; constante, por el continuo afán de su encuentro y universal por constituir un impulso o urgencia insoslayable en la humanidad íntegra. Y esta propensión parece que no va a ser satisfecha sino en forma natural, ya que al Yo íntimo repugna todo artificio, y sin embargo, se intuyen la belleza y el bien de la rectitud, corrección y orden subyacentes en el fondo de las ilusorias formas.
El objeto de la felicidad, conscientemente o no, lleva al hombre al seno de su propio origen, es decir, su objetivo es la regresión al comienzo. Todas las formas emergieron del principio multiplicante del Verbo en vibraciones consecutivas y el Ser se centralizó en lo amorfo y en el movimiento que trajo el calor, la luz, la vida y las dimensiones. El hombre cayó en la materia y tuvo consciencia de sí y por ende de la separación cuántica de su Principio. Notó entonces la pérdida de su inefable dicha al sobrevenirle la desventura y supo que sólo en el retorno consciente a la UNIDAD estaba la salvación.
Pero, en su desobediencia, corriendo tras lo agradable y a la vez lo incorrecto, se alejó perplejo cada vez más de la rectitud. Empero, captó que el logro de la posesión perpetua de la Consciencia Cósmica, que excluye todo mal y está al alcance de unos y otros, estaba en el regreso a la Unión con la Divinidad. Este hecho, como un sentimiento irresistible y fascinante, produjo e hizo imprescindible la religión, en ese momento.
Religión viene del latín, religare, que en su connotación original significa volver a atar, ceñir más estrechamente a Dios. Y así la religión vino a ser la avenida que conduce a la Unidad y al regocijante Misticismo. No obstante, lo UNO se ha diversificado y lo múltiple, esencialmente el cuerpo de lo Único, ha motivado innumerables opiniones.
Así los hedonistas han proclamado como fin supremo de la vida la obtención del placer; los estoicos enseñaron el dominio sobre la propia sensibilidad; los kantianos establecieron el predominio de la consciencia moral; los naturalistas atribuyeron las cosas a la naturaleza; los panteístas argumentaron que la totalidad del universo es el verdadero Dios; los nacionalsocialistas proclamaron que debían ejercer la autoridad que Dios les había otorgado por su hegemonía racial y Freud fundó el psicoanálisis.
En esta forma podemos comprender que todas las opiniones de pensadores, profetas y buscadores de sí mismos, son sólo facetas de una sola y única realización, no comprendida totalmente. “La definición es el concepto que nos indica la esencia” ha manifestado Aristóteles. Ahora bien, la búsqueda de la verdad y su formulación verbal para comunicación a los demás son disímiles. No se puede expresar a otros lo que se ha conocido por experiencia propia.
Ya lo dijo alguien: “Hay tres cosas en la vida que sólo pueden ser conocidas por experiencia: dolor, amor y Dios.” Nadie puede comunicar realmente una operación de úlceras o cáncer. Por ello la gente gusta de hablar de sus enfermedades y tratamientos. Han pasado por una experiencia que no han tenido otros.
El amor es otra realidad que únicamente entienden verdaderamente los que han hecho rendición de su yo y dicen´” mi mayor libertad es ser tu esclavo.”
Finalmente, todo el mundo conoce la diferencia entre los teólogos que hablan de Dios y los místicos que hablan con Dios. Felices son los corazones puros porque ellos verán al Padre. La entrega total del corazón a la Divina Voluntad es el secreto de la comprensión de la teología. En las cosas del hombre, sabiendo es como llegamos al amor; en las cosas de Dios, amando es como llegamos a conocer. Esto hace a todos los hombres iguales ante Dios.
No tiene nada que ver con nuestra educación, talento o diplomas. La verdad está sólo abierta de par en par a aquellos que aman, no por su propia voluntad, sino la Voluntad de Dios. La obediencia es el instrumento de la visión espiritual. El amor supremo es una renuncia y el real poder está en el entonamiento con el Todopoderoso. Así la renuncia llega a ser la más gloria humana, sólo comparable a la victoria de la castidad.
Todas las opiniones, por diferentes que sean, contienen algo en lo cual concuerdan y precisamente el conflicto de opiniones, así lo indica. Diciéndolo en forma distinta, no es cierto, relativamente, lo que el individuo haya encontrado. La verdad es lo común, y el camino para hallar la verdad consiste en comprobar lo que se reconoce bajo las opiniones diversas.
Las demostraciones de los antiguos sofistas de la relatividad de las opiniones se basaban en designar con la misma palabra varios conceptos diversos. Así lo comprendió Sócrates y por eso exigía de quienquiera que disputara con él, que determinara con precisión los conceptos que debían estar ligados a las palabras utilizadas. Reconoció que únicamente podemos llegar a dilucidar con certeza algo, si los conceptos utilizados son determinados y comunes. Por ejemplo, los sofistas efectuaban demostraciones por medio de palabras, y el lenguaje los engañó respecto de sus falacias.
Según Heráclito, las cosas del mundo sensible no son, sino devienen, y por lo tanto el conocimiento de lo singular no es un auténtico conocimiento, aunque lo singular tiene también algo en común, y este carácter común es, a un mismo tiempo, lo que tiene de permanente. Esto es, no sólo deviene sino que Es, y a ello tiene que dirigirse el conocimiento para saber del ente verdadero.
Gabriel Cruz Martínez
1971