LO QUE SÉ
Marca el reloj las tres cuarenta y cinco.
De la madrugada.
No sé por qué lo sé, pero sé que a esta hora
llueve en Nueva York,
una mulata calienta leche en Cali,
y un noruego está leyendo.
Sé que una niña llora de desamparo
en su cabaña de lata de Delhi,
otra calla su miseria en Malí,
y otra juega –empachada de lujo-
con la Barbie que caga joyas.
Sé que llora una recientemente desenamorada,
se emborracha un borracho,
y una madre desesperada maquina
cómo hacer para que mañana coman sus hijos.
Sé que una ametralladora escupe balas,
-escupe sangre muerte llanto desesperación-,
que una bomba explota en cualquier país
-explota sangre muerte llanto desesperación-,
que un asesino hizo una de las suyas
-y dejó sangre muerte llanto desesperación-.
Sé que no en todos los países son las tres cuarenta y cinco.
De la madrugada.
Pero es igual: no entienden de horarios
ni la muerte ni el hambre ni la desesperación
ni tampoco el terror o el mundo.
Yo pienso en otros,
pero son otros, y no yo,
quienes andan perdiendo sus vidas.
Yo, ahora, escucho la música de Tchaikovsky
mientras otros escuchan el rugir de sus tripas.
Yo escribo con una pluma cara
mientras otros escriben con su sangre.
Yo tengo la calefacción encendida
mientras otros tienen encendido el frío imbatible.
Sé que hay mucho de injusticia,
que esto está mal repartido,
que sobra por un lado y falta por el otro,
que me duelen los brazos de tenerlos cruzados
mientras que a otros les duelen
de soportar el peso de su inadmisible miseria
de su desgracia de su dolor de su carencia.
Sé que me duele
–pero no sé cuánto-
porque creo que cuando acabe este silente soliloquio
escribiré una poesía aséptica
sobre un sol que calienta a todos por igual
-aunque no es cierto-,
sobre el mar embravecido
-como la rabia de muchos-,
o sobre el amor
-que algunos jamás conocerán-.
Sé que debería hacer algo distinto
a callarme y quedarme quieto,
y que se me acaba el tiempo de hacerlo;
que la vida se me mengua,
las fuerzas empiezan a faltar,
y el ánimo se está desanimando.
Sé que la hipocresía se encargará
de apagar este momento de furia controlada.
Dentro de un rato volveré a la cama
-cálida, mullida y con sábanas limpias-,
y volveré a dormir con la conciencia acallada
por el engaño de que escribí este panfleto
y ya hice algo.
Que no es cierto.
Lo que hice fue espantar el desvelo,
darle gloria al pequeño revolucionario
-que se ha vuelto un placentero proletario-,
darme cuenta de lo que no hago
y nada más.
Sé que,
en el fondo,
me avergüenzo de mí
por rendirme a la cobardía
y acatar y obedecer a la indolencia
con indolencia.
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