EL VERDADERO YO
por Jean Klein
Es esencial ver con mucha lucidez que el sujeto que aspira a la conciencia del Ser debe esforzarse en discernir la identificación errónea: soy esto, o soy aquello, que es transitoria. Interróguese acerca de lo que es permanente en todas las fases de la existencia. La identificación del "yo" con esto o aquello tiene sus raíces en la ignorancia de nuestra verdadera naturaleza.
Usted puede únicamente formular, explicar lo que no es realmente; lo que es usted genuinamente no se formula, no se razona. Esforzarse en ello tendría como resultado aumentar la confusión. La pregunta "¿quién soy?" no tiene contestación, no es una experiencia dentro de una relación sujeto-objeto, dentro de la relación del que percibe y la cosa percibida, sino que es una vivencia, no dual, presente en todas circunstancias.
Cuando el conocedor está considerado independientemente de lo conocido, se revela como testigo puro y cuando lo conocido y el conocedor son uno, ya no hay testigo.
Cualquier imaginación es no real, está basada en la memoria. Lo que es no-proyectado, inesperado, no-previsto, no-anticipado, proviene de lo real. La búsqueda del placer, del gozo, ha nacido del sufrimiento, de la memoria. Acepte los acontecimientos tal como se presentan, no los puede cambiar, pero sí puede cambiar su actitud para con ellos. El mundo, la sociedad, tienen su raíz en la noción de un "yo" aislado. Viva la última realidad y la sociedad, el mundo, cambiarán. Cuando han desaparecido deseo y aversión, sólo queda el amor.
La identificación con el cuerpo y la personalidad crea la esclavitud. Al colocarse en el puesto de observación todo se resuelve y hay libertad.
La percepción de nuestras sensaciones es una construcción de nuestra memoria e implica un conocedor. Debemos examinar su naturaleza. Darle toda nuestra atención, todo nuestro amor y así descubriremos lo que somos, una vivencia. En la ausencia de deseo y de miedo, está el amor.
Las creaciones de nuestro espíritu aparecen y se desvanecen en el espejo de la conciencia, la memoria les da una continuidad, pero no es más que un modo de ver pasajero. Sobre bases tan inconscientes, edificamos un universo lleno de personajes que nos apartan de la realidad.
Un proceso ascendente, por progresión, nos encierra cada vez más en la confusión. Aparentemente usted constata estabilidad, progreso, cambio, y cree estar en el umbral de la gracia; pero en realidad, no ha cambiado nada, todo esto ocurre en la mente, tejido por sus propias ilusiones. No se puede progresar en la realidad, pues lo real es perfección intangible. ¿Cómo podría acercarme a ella? No hay medios para alcanzarla.
El hombre totalmente maduro, que es consciente de su verdadera naturaleza, no sigue necesariamente las convenciones de la sociedad. Actúa en el momento oportuno y obedece a lo que le impone la situación, sin que la sociedad resulte perjudicada en lo más mínimo. Actuar según los deseos no es más que esclavitud, en cambio, hacer lo que se debe hacer, lo que es justo, es libertad total, no se interpone ninguna coacción interior ni exterior.
La noción de ser una persona no está presente cuando los pensamientos o los sentimientos aparecen: "el pensamiento yo" puede intervenir sólo después de la desaparición del "pensamiento objeto" para reivindicarlo. Cuando esto se ha hecho evidente, la esclavitud aparece como no habiendo existido nunca, usted la trasciende por su naturaleza propia. La lucidez silenciosa está más allá de cualquier estado, en el estado de vigilia es donde lo expresamos con palabras.
El ejemplo de la serpiente y de la cuerda, dado a menudo por los vedantistas, se refiere al universo, el mundo por una parte, y la esencia por otra. La serpiente representa el mundo objetivo incluyendo la noción de una entidad personal, y también el pensamiento y la afectividad; la cuerda representa el silencio lúcido. Cuando dejamos de tomar la cuerda por una serpiente, la ilusión de la serpiente se aleja de nosotros y la cuerda resulta ser lo que ha sido siempre. Está en la naturaleza del error, disiparse cuando la verdad está claramente percibida. Ya que el pensamiento es parte integrante de la ilusión, por él no podremos, pues, lograr la revelación de lo absoluto. Lo que existe es la última realidad —el yo y el mundo no son más que superposiciones al Ser.
"Soy" es la fuente de toda experiencia más allá de la dualidad entre experimentador y cosa experimentada. Recalcar el soy, ser consciente —y no el pensamiento o la percepción— nos proporciona ya una gran tranquilidad, a la vez en el plano neuro-muscular y en el plano mental.
AI ir examinando de un modo desinteresado todos los acercamientos, constatará que el pensamiento y la percepción se disuelven en el conocimiento: "sé", único aspecto real, antes de que aparezca otra actividad aparente. Déjese fundir en este silencio cada vez que aparece.
No cultive las ideas que se hace usted de si mismo, no cultive tampoco las que la sociedad se hace de usted. No sea ni alguien, ni algo, permanezca totalmente fuera del juego: esto le proporcionará un estado de estar constantemente en alerta.
Un acontecimiento llega y desaparece. En cambio, la realidad no es esperada, es perpetua. No pierda de vista el carácter efímero de las experiencias y esto será suficiente para abrirle a la gracia.
En lo que llama usted meditación, recogimiento, usted se esfuerza en eliminar cualquier intención y se encuentra delante de una pantalla vacía de ideas objetivas o subjetivas. Después de eliminarlas, otros pensamientos rebeldes se presentan, le invaden indistintamente y usted procede de la misma manera. Inevitablemente, después de un periodo más o menos largo, usted consigue una mente cuya actividad está reducida. Si el investigador no está guiado por un instructor entendido, esta pantalla vacía permanecerá siendo un enigma para él. El silencio lúcido que buscamos está más allá de la mente. En la comprensión última, la vivencia, el discípulo y el instructor como tales están ausentes, sólo hay silencio en la unidad.
El conocimiento objetivo es alcanzado por el órgano correspondiente, pero el conocimiento real no tiene instrumento. En los límites de la mente, se concibe como testigo silencioso; cuando se establece la madurez última, esta definición nos abandona y el testigo es pura lucidez, tanto en la acción como en la inacción.
Los conflictos son la característica del individualismo. Ante la toda-presencia del Uno, ya no existen. Cualquier esfuerzo, cualquier competición o agresión conciernen sólo el ego. Hágase la pregunta, ¿hasta qué punto está usted libre de sus tendencias, fuente de perpetuas dificultades? Lo que surge inesperado, instantáneo, espontáneamente, sin motivo, no es un lastre del pasado, lo que, sin raíces, no florece ni se marchita y surge repentinamente, lo que no es eminentemente familiar, esto donde no queda ninguna atadura, esto es el Ser.
Observe, sin idea preconcebida escuche su mente, como entra en acción, como actúa. Descubrirá que es usted el vigilante, el testigo; más adelante, comprenderá que es usted la luz del observador; esta toda-posibilidad está en el origen; todo surge de ella y no es más que ella.
La realidad no es un producto, un resultado, es. El único método que se puede sugerir es el de observar imparcialmente los procesos de la mente en acción, en las diferentes circunstancias de la vida. Naturalmente, no se trata de encontrar en ello una solución y menos aún dejarse engañar; siga viviendo como antes, al pensar, al sentir manteniéndose abierto, se liberará así sin esfuerzo. Lo que llama usted su personalidad se evaporará y sólo permanecerá el testigo; al final se consumirá para dejar el sitio al saber último. Sobre todo, no me pregunte como ocurre.
Fuente: Jean Klein. La Alegría sin Objeto (Luis Cárcamo Editor, 200