¿Cómo fortalecer la autoestima en los niños de hoy?
Todos queremos que nuestros hijos, alumnos, pacientes puedan tener una autoestima alta; y para que esto suceda, escuchamos que se deben valorar y apreciar sus logros, darles incentivo, palabras de aliento, apoyo, seguridad. Sin embargo, si queremos generar una real fortaleza interior, deberíamos ir un poco más profundo.
Estaremos de acuerdo que los niños desde muy pequeña edad, muestran pura iniciativa, deseo de conocer, aprender, superarse. Simplemente ¡no paran! Van de acá para allá incansablemente, probando y probándose; conociendo y conociéndose mediante la experiencia.
Esta fuerza por descubrir, desde lo físico y biológico, es comandada por su órgano de aprendizaje, el cerebro. Este está ávido de aprender, y mediante la acción y repetición, asimila el mundo que lo rodea. Pero lo físico no lo es todo, más bien es una respuesta secundaria.
El niño naturalmente es pura energía y vitalidad porque está conectado con su fuente máxima de poder, su espíritu. De aquí parte su deseo de hacer o descubrir. Con cada intento, esfuerzo y logro, el niño se arraiga aún más en su poder personal, y como consecuencia, se acrecienta su seguridad en el mundo.
Muchos padres, por simple temor o desconocimiento, evitan o reprimen las iniciativas de los niños. Esto no solo coarta su experiencia física, sino que su mundo anímico-espiritual también se debilita.
Imaginemos un bebé que está aprendiendo a moverse por su propios medios. Es pura voluntad e iniciativa. Reptando, gateando o dando sus primeros pasos, intenta llegar a un juguete que está a varios metros de distancia de él. Su padre, en vez de ver este despliegue como una manifestación de ilimitado poder, percibe lo opuesto. Le apena el esfuerzo que este pequeño tiene que hacer para llegar a “tan poco”. Por eso, para ayudarlo le acerca el juguete.
El bebé no pudo comprobar su poder, en otras palabras, si iba a poder; es más, pareciera que el afuera le confirma lo contrario, por eso, le han resuelto el problema.
No hubo esfuerzo, tampoco frustración, ni logro alguno.
El desarrollo de la real autoestima
Hoy en día vemos que tanto padres como educadores le temen a las experiencias, y por eso las evitan. Quieren impedir las crisis, la frustración, que el niño se sienta impotente, incapacitado, que “sufra”. Por eso, evitan las exigencias, los retos, las pruebas de las capacidades. Muchas veces resuelven sus conflictos, sin dejar que el niño se enfrente a ellos.
No sabemos que en el encuentro con los desafíos y las pruebas del mundo, el niño se empodera, lo cual es el origen de una real buena autoestima.
La autoestima no tiene mucho que ver con mirarnos al espejo y gustarnos. Es un contacto directo con nuestra fuente divina, que nos hace sentir poderosos, capaces y acompañados por todo, incluso, estando solos.
Se llega a este espacio, o más bien, no bloqueamos este contacto que naturalmente todos tenemos, permitiendo que la fuerza de voluntad e iniciativa se plasme en la acción y experiencia.
Tomar decisiones, enfrentar las consecuencias, hablar con la verdad, hacer con valentía, acertar y equivocarnos, es el ejercicio que necesita el espíritu para empoderarse. Así como el cuerpo físico requiere de alimento, movimiento, reposo, etc., el espíritu precisa de experiencias reales en el mundo.
Cuando no permitimos que el niño compruebe si puede; se esfuerce, se frustre, incluso, pida ayuda si lo necesita, estamos debilitando su ser anímico-espiritual.
Cuando se produce la desconexión del poder y confianza innata, un nuevo rol toma preponderancia: uno pasivo, de víctima. El niño, en vez de sentirse capaz de ir hacia, esperará que lo sirvan, que sea todo fácil y esté a disponibilidad. Los encuentros con pequeñas dificultades, le parecerán enormes; se percibirá como una pequeña cáscara de nuez, navegando en un mar de tumultuosas experiencias.
Sin embargo, nacemos sintiéndonos en el barco más grande y poderoso. Nos sentimos capitanes, capaces de enfrentar cualquier tempestad. Sabemos que podemos atravesar el camino que está delante, y llegar a donde queremos ir.
Si los límites, miedos e inseguridad del mundo adulto, no permiten la experiencia, el ser, el Yo Espiritual del niño, se debilita. En cambio, si no le tememos al error, al fracaso, al posible dolor o imperfección, estaremos diciéndole, sin palabra alguna, “confiamos en que puedes”, “confiamos en que tienes el Poder para hacerlo”.
Permitir que el niño se ilumine ante un logro, que pueda llorar ante un fracaso, para luego, tomar fuerza e intentarlo nuevamente, es uno de los regalos más valiosos que le podemos dar.
Si queremos una autoestima alta, debemos cuidar las iniciativas, el deseo por descubrir, las ganas de experimentar; y por supuesto, debemos permitirlas en un marco de cuidado, pero de confianza. Habrá que recordar que, allí detrás, hay un espíritu queriendo confirmar que es poderoso, que quiere y puede estar aquí, en este bello mundo.
Autora: Nancy Erica Ortiz