¿Por qué vivimos con miedo a la soledad?
Suele vérsele como algo negativo, algo que nadie quisiera
en su vida. No hablo de una soledad total, porque entonces sí que sería un terrible problema… hablo
de aquella en la que te das un espacio a ti mismo, para mejorar, para crecer, para saber lo que te
apasiona, para explotar tus virtudes y trabajar en tus defectos.
Esa soledad en que no necesitas que alguien ‘’te haga feliz’’ pues esa felicidad sólo puedes
encontrarla en ti y entonces la compartes con alguien más. Esa soledad en que descubres que no
eres la media naranja de nadie, tú ya estas completo.
Estar en soledad es una decisión, ya que como muchos, podría andar por ahí buscando quien me
haga sentir en compañía, aun cuando esto podría terminar en una sensación antónima.
Las personas a las que les aterra estar solas son aquellas que andan dejándose llevar por el mundo,
rompiendo corazones o lamentándose porque siempre rompen el suyo. Las ves buscando atención o
rematando su amor. Se van a extremos: o son de aquellos que buscan llenarse con piel y al ver que
esto no funciona se marchan, dejando un hueco en la vida de quienes sí los estaban amando; o la
viven regateando amor y regalándose a la primera persona que pinte como candidato a quedarse
‘’para siempre’’ provocando que ellos se alejen y sintiéndose entonces peor que antes.
Se necesita un real grado de madurez en este ámbito para comprender que la soledad no es la
enemiga que nadie quiere cerca, sino que es el arma más poderosa para conocerme a mí misma, y
entonces sí, no sentir un verdadero vacío en la mente y el alma.
La soledad es una maestra de la vida, ya que te enseña mucho más de lo que podría enseñarte el
estar acompañado de alguien que exiges que te llene, cuando eres un saco con agujero.
La soledad me ha enseñado a valorarme a mí misma, a saber lo que merezco y lo que no me
conviene en cada aspecto de mi vida. Me ha hecho fuerte e imponente en cuanto a mis ideas. Me ha
hecho abrazarme mucho mejor que como cualquiera lo haría.
La soledad me permitió abrir los ojos al mundo, me permitió analizar aquellos errores que a cada
momento volvía a cometer sin dudar y solo me estaban destrozando. Me permitió atrapar aprendizajes
y archivarlos en mi mente. Me permitió sanar heridas pasadas que nadie pudo ni podría sanar, solo yo
misma.
La soledad me brindó tiempo para aprender cosas nuevas, para pensar más antes de actuar, para
invertir mi tiempo en cosas a mi beneficio. Para consentirme con un buen libro o viendo una película
que hace tiempo quería ver pero con quienes estaba no deseaban verla.
La soledad limpió mi espejo, en el cual veía cientos de defectos, para mostrarme una cálida sonrisa en
el rostro de quien estaba en el reflejo. Que allá fuera no hay personas mejores o peores que yo, pero
al mismo tiempo, soy a quien cualquiera desearía tener entre brazos.
La soledad me regaló tiempo de calidad conmigo misma y así mismo, me regaló la habilidad de querer
bien a aquellos que me quieren también. Me hizo independiente emocionalmente y me hizo madura.
Me regaló la fuerza que en algún momento me hizo falta. Me hizo perseverante y decidida.
La soledad me hizo recordar que puedo hacer lo que me proponga en tanto tenga una voluntad firme.
Que puedo caer cientos de veces con la misma piedra, que después podré patearla, que podré jugar
al avioncito con ella… pero si todo eso no resulta, lo más adecuado es cambiar de camino.
La soledad me permitió admirar paisajes de una manera tan maravillosa como antes no había sido
capaz de hacer. Me permitió sentir escalofríos y enchinarme la piel ante una canción. Me permitió
saborear y deleitarme con la vida.
Ella también me daba bofetadas cuando entraba en pánico y sentía que me derrumbaba, para
recordarme que me tenía a mí misma y eso es mil veces mejor que tener al lado a una persona con
falsos ánimos y que tiene en mente sus propios dilemas.
Me permitió conocerme y centrarme en lo que busco. Me enseñó a no dejarme presionar por las
prisas de encontrar al ‘amor de mi vida’ y sí tener muy claro que la persona indicada llegará cuando
sea el momento, no cuando yo truene los dedos y sufrir por ‘equivocarme de nuevo’ una vez tras otra.
No necesito un ‘príncipe azul’ quiero a una persona real. No necesito a alguien que sea ‘mi todo’
quiero a alguien con quien pueda compartir ese ‘todo’ que soy yo misma. No necesito a alguien que
piense en mí todo el tiempo, quiero a alguien que al igual que yo tenga metas y desvividas pasiones
por lo que ame hacer, y que cuando piense en mí, lo haga de la manera más sincera y leal. No
necesito a alguien que pretenda que yo le llene el alma, quiero a alguien que como yo, que se ame en
soledad y al mismo tiempo adore estar conmigo.
La soledad me ha enseñado que una cualidad importante debe ser la de paciencia… paciencia por
encontrar a quien también desee encontrarme a mí; que llene mis expectativas como yo las de él, con
todo y defectos incluidos pero también el deseo de ser mejor.
No tengo prisa… pues no necesito a alguien que me cure la soledad, quiero a alguien que entienda
que ella es parte de mí y puede invitarla a salir por ratos para hacernos compañía, y entonces todo
será perfecto.
Escrito por: Mayeli Tellez