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 HE PASADO POR TODAS LAS EDADES



Agosto 27, 2015, 11:01:32 am
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Desconectado Francisco de Sales

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HE PASADO POR TODAS LAS EDADES
« en: Agosto 27, 2015, 11:01:32 am »
HE PASADO POR TODAS LAS EDADES



En mi opinión, cuando estamos en cada una de las edades y las estamos viviendo, no somos plenamente conscientes de lo que eso representa.

Tuve diez años pero no soy consciente de ello. No sé qué pensaba entonces. Tal vez ni siquiera tenía que pensar. Pero ahora siento un doloroso vacío y me gustaría volver a tener diez años y darme cuenta de ello. (Ya sé que pido lo imposible, porque si se produjera el milagro tendría aquella misma mentalidad que tuve con diez años, y no la de ahora, y haría exactamente lo mismo que hice)

También tuve quince y veintisiete y cuarenta. He tenido todas las edades desde uno hasta los sesenta y uno que tengo ahora.

Ahora estoy esperando las que están por venir. No les auguro que vayan a ser las mejores. Sí serán, sin duda, las que viviré con más consciencia ya que estaré al tanto de cada una de ellas, de cada día, de lo que venga.

El hándicap es que me iré volviendo cada vez más mayor –y eso parece que es sinónimo de torpe y de inútil en algunos aspectos-, y supongo que cada vez el desánimo irá siendo más consciente de mis limitaciones, y cada vez los achaques se cebarán más en mí, y los inconvenientes se irán haciendo más presentes.

Es lo que toca y hay que aceptarlo. No hay posibilidad de negociaciones diabólicas ni bienaventuradas, ni hay pócimas mágicas que puedan remediarlo.

Convertirse en anciano tiene sus ventajas y algunos inconvenientes.

Sí es cierto que las cosas de la vida a esta edad se ven de un modo distinto. A casi todo se le quita el aire de dramatismo, casi todo va perdiendo la gravedad, lo relativo es cada vez más notable. Se aprende a componer una mueca que se parece a una sonrisa ante las actuaciones desesperadas de algunos, y con un silencio se le dice algo parecido a: “¡Ay, si supieras…!”

La conmiseración se hace cada vez más patente porque uno ha aprendido ya que la vida está poblada de zancadillas y de momentos tristes, y a quien está atravesando un mal momento apetece acogerle y abrazarle, o prestarle una sonrisa y un ánimo para que le sirvan para salir del atascadero, e incluso ser El Cirineo y hacerse cargo de la mitad de su pena y ayudarle a llevar la cruz durante un tiempo.

La solidaridad se despierta y se manifiesta: ¿Qué puedo hacer por ti?

Parece como si el corazón se reblandeciera y se despojara de las corazas y los miedos. La ternura aflora y uno se emociona más y con más facilidad, y las emociones casi siempre son un terremoto que es el preludio de una tormenta de lágrimas sensibleras, temblorosas, naturalmente piadosas, y aparecen a menudo las rememoraciones de los momentos en que uno no amó lo suficiente –y eso duele un poco-, en que uno no fue del todo consciente de lo que hizo o lo que no hizo –y eso provoca un arrepentimiento desamparado que hay que saber acoger y consolar-, y uno piensa que tenía que haber hecho más cosas y algunas de otro modo, y, si uno es listo, sabe confortar a su corazón y acallarle con nanas de viejo, para que no se altere y se desboque, y para que acepte que no siempre acertó y eso no es malo sino que es humano.

Uno coquetea con la idea de que esto de hacerse mayor y acercarse cada vez más a la muerte es cierto, también en nuestro caso particular es cierto, y, aunque sabe que ha de pasar, uno se opone.

No quiero.

Pero la realidad me dice que esto es innegociable.

He sido una persona y muchos personajes. He cometido errores y he tenido aciertos. He usado los sentimientos y las emociones, y unas veces me han ofrecido alegrías y fiestas y otras veces lágrimas indeseadas.

Esto es vivir, aunque no lo supiéramos antes de empezar.

Tuve seis y siete años y no me gustó nada de lo que pasé entonces. Tuve catorce y estuvieron llenos de dudas y miedos. Tuve veinticuatro y me comí el mundo. Tuve cuarenta y seis y me enamoré como jamás pensé que fuera posible hacerlo. Tuve cincuenta y cinco y solo lo notaba en la partida de nacimiento porque me encontraba en el mejor momento de mi vida y todo estaba en su sitio y bien.

Ahora sólo tengo esta edad de los sesenta y uno y ni siquiera puedo saber si conoceré otras.

Cualquier edad que se tenga, sea la que sea, es un momento excelente para tomar consciencia de lo que ha pasado hasta ahora, para comprobar el grado de satisfacción acerca de cómo se está desarrollando la vida, para tomar decisiones encaminadas al mejoramiento, para preguntar y preguntarse, y para sentirse unido a sí mismo y firmar continuamente un pacto de lealtad y compromiso, de amor y cuidado, de comprensión y compañía.

He vivido. O, por lo menos, he estado en todas las edades.

Supongo que esta es otra reflexión de las personas que vamos restando tiempo de vida a nuestra vida, y vamos siendo conscientes de ello.

Tengas la edad que tengas, algún día ya no te quedarán días que vivir.

Hasta entonces, habrás pasado en muchas ocasiones, muchos días, por momentos de arrepentimientos y, te lo garantizo, son dolorosos y dejan una amargura inconsolable porque ya no se puede volver atrás.

Te escribo todo esto por si ahora -que aún estás a tiempo- crees conveniente pensar en ello y tomar decisiones.

Te llegará, ya lo verás.

Ojalá cuando llegues a la Edad de los Arrepentimientos no tengas mucho de lo que arrepentirte.


Te dejo con tus reflexiones…









 

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