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 LA MUERTE: UN AMANECER



Septiembre 07, 2012, 05:50:51 am
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LA MUERTE: UN AMANECER
« en: Septiembre 07, 2012, 05:50:51 am »
DATOS DEL LIBRO
Nº de páginas: 128 págs.
Editorial: LUCIERNAGA
Lengua: ESPAÑOL
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788489957947
Año edicón: 2008
Plaza de edición: Barcelona


LA MUERTE: UN AMANECER
(Elisabeth Kübler-Ross)


Todo lo que está más allá de nuestra comprensión científica son verdades y realidades abiertas a cada uno de nosotros.
Cuanto más aferrado está nuestro pequeño ego a sus miedos y razonamientos, más difícil nos será abrirnos a lo que Elisabeth expone y aceptarlo, al menos, como posible. La doctora Ross no ignora esa dificultad; conoce bien la violen-cia de la que son capaces los que seguros de todo no soportan, sin embargo, otra opinión.


VIVIR Y MORIR

Hay mucha gente que dice: “La doctora Ross ha visto demasiados moribundos. Ahora empieza a volverse rara”.
La opinión que las personas tienen de ti es un problema suyo no tuyo. Saber esto es muy importante. Si tienes buena conciencia y haces tu trabajo con amor, se te denigrará, se te hará la vida imposible y diez años más tarde te darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así transcurre ahora mi vida.
Quisiera explicarles muy someramente lo que cada ser humano va a vivir en el momento de su muerte. Esta experiencia es general, independiente de que seas aborigen de Australia, hindú, musulmán, creyente o ateo.
La experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es un nacimiento a otra existencia que puede ser probada de manera muy sencilla.

En el momento de la muerte hay tres etapas.
La muerte física del hombre es idéntica al abandono del capullo de seda por una mariposa. La observación que hacemos es que el capullo de seda y su larva pueden compararse con el ser humano. Un cuerpo humano transitorio. De todos modos, no son idénticos a ustedes. Son, digámoslo así, como una casa ocupada de modo provisional. Morir significa, simplemente, mudarse a una casa más bella, hablando simbólicamente, se sobrentiende. Desde el momento en que el capullo de seda se deteriora irreversiblemente, ya sea como consecuencia de un suicidio, homicidio, infarto o enfermedades crónicas (no importa la forma), va a liberar a la mariposa, es decir a su alma.
En la segunda etapa estarán provistos de energía psíquica, así como en la primera lo estuvieron de energía física. Al liberarse de ese capullo de seda, se llega a esta segunda etapa. La energía física y la energía psíquica son las dos únicas energías que al hombre le es posible manipular. Desde ese momento en que son una mariposa liberada, es decir, desde que su alma abandona el cuerpo, advierten enseguida que están dotados de capacidad para ver todo lo que ocurre en el lugar de la muerte, en la habitación del enfermo, en el lugar del accidente o allí donde hayan dejado su cuerpo. Estos acontecimientos ya no se perciben con la conciencia mortal, sino con una nueva percepción.
Los sabios deben ser humildes. Debemos aceptar con humildad que haya millones de cosas que no entendemos todavía, pero esto no quiere decir que sólo por el hecho de no comprenderlas no existan o no sean realidades.

Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención. Todos los médicos y enfermeras deben tener conciencia de este hecho. Eso quiere decir que en la proximidad de una persona inconsciente no se debe hablar más que de cosas que esta persona pueda escuchar, sea cual fuere su estado. Es triste lo que a veces se dice en presencia de enfermos inconscientes, cuando éstos pueden oírlo todo.
Si alguien no quiere admitir un hecho, encuentra mil argumentos para negarlo. No intenten convertir a los demás. En el instante mismo en que mueran, lo sabrán de todas maneras.
En esta segunda etapa se dan cuenta también de que nadie puede morir solo. Cuando se abandona el cuerpo se encuentra en una existencia en la cual el tiempo ya no cuenta, o simplemente ya no hay más tiempo, del mismo modo en que tampoco podría hablarse de espacio y de distancia tal como lo entendemos, puesto que en ese caso se trata de nociones terrenales. En esta segunda etapa ha dejado de existir, pues, la distancia.
Lo que la Iglesia enseña a los niños pequeños sobre su ángel guardián está basado en estos hechos, ya que está probado que cada ser viene acompañado por seres espirituales desde su nacimiento hasta su muerte. Cada hombre tiene tales guías, lo crean o no, y el que seas judío, católico o no tengas religión no tiene ninguna importancia.
Después de realizar en esta segunda etapa la integridad del cuerpo y después de haber rencontrado a aquellos a los que se ama, se toma consciencia de que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Antes de dejar nuestro cuerpo, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales terrestres. Puede tratarse de un pasaje de un túnel o de un pórtico o de la travesía de un puente. Después, cuando hayan realizado este pasaje, una luz brilla al final. Y en esta presencia, que muchos llaman Cristo o Dios, Amor o Luz, se dan cuenta de que toda vuestra vida aquí abajo no es más que una escuela en la que deben aprender ciertas cosas y pasar ciertos exámenes. Cuando hayan terminado el programa y lo hayan aprobado, entonces podrán entrar. En esta Luz, en presencia de Dios, de Cristo, o cualquiera que sea el nombre con que se le denomine, deben mirar toda su vida terrestre, desde el primero al último día de la muerte. Volviendo a ver como en una revisión vuestra propia vida, ya están en la tercera etapa.
Esta posibilidad de recordar no es más que una ínfima parte de vuestro saber total. Pues en el momento en que contemplen una vez más toda su vida, interpretarán todas las consecuencias que han resultado de cada uno de sus pensamientos, de cada una de sus palabras y de cada uno de sus actos.

LA MUERTE NO EXISTE

Si vivís bien, no tienen por qué preocuparse sobre la muerte, aunque sólo les quede un día de vida. El factor tiempo no juega más que un papel insignificante y de todas maneras está basado en una concepción elaborada por el hombre. Vivir bien quiere decir aprender a amar.
Quiero explicarles que el saber es útil, sin duda, pero que el conocimiento sólo no ayudará a nadie. Si no utilizan además de la cabeza su corazón y su alma, no ayudarán a nadie.
Los mayores maestros de este mundo son los moribundos. Si uno se toma el tiempo de sentarse junto a la cabecera de la cama de los moribundos, ellos son los que nos informan sobre las etapas del morir. Nos muestran de qué modo pasan por los estados de cólera, de desesperación, del “¿Por qué justamente yo?” y también la forma en que acusan a Dios, rechazándolo incluso durante un tiempo. Luego comercian con él y caen seguidamente en las peores depresiones. Pero si a lo largo de estas fases están acompañados por un ser que les ama, pueden llegar al estado de aceptación.

En mi opinión, el sentido de sufrimiento es éste: todo sufrimiento genera crecimiento. La mayoría de la gente considera sus condiciones de vida como difíciles y sus pruebas y sus tormentos como una maldición, un castigo de Dios, algo negativo. Si pudiéramos comprender que nada de lo que nos ocurre es negativo, y subrayo: ¡absolutamente nada! Ser infeliz y sufrir es como forjar el hierro candente, es la ocasión que nos es dada para crecer y la única razón de nuestra existencia. Se crece si no se esconde la cabeza en la arena sino que se acepta el sufrimiento intentando comprenderlo, no como una maldición o castigo sino como un regalo hecho con un fin determinado.

Nadie debería vivir en la función de lo que los otros han dicho que hay que hacer. Esto es como si se obligase a un adolescente a emprender un oficio que no le conviene. Si se escucha la voz interior y el propio saber interno, que con relación a uno mismo es el más importante, entonces uno no se engañará y sabrá lo que debe hacer con su vida.

En mis cursos, el testimonio ofrecido por la señora Schwartz fue el primero que conocimos de una experiencia extra-corporal experimentada por alguno de nuestros enfermos. La persona en cuestión abandona su cuerpo físico con toda conciencia. Esta muerte, de la que los científicos quieren convencernos, no existe en realidad. La muerte no es más que el abandono del cuerpo físico, de la misma manera que la mariposa deja su capullo de seda. La muerte es el paso a un nuevo estado de conciencia en el que se continúa experimentando, viendo, oyendo, comprendiendo, riendo, y en el que se tiene la posibilidad de continuar creciendo. La única cosa que perdemos en esta transformación es nuestro cuerpo físico, pues ya no lo necesitamos. Ninguno de mis enfermos que haya vivido una experiencia del umbral de la muerte ha tenido a continuación miedo a morir, y quisiera subrayarlo, ¡ni siquiera uno solo de ellos!

Actualmente casi todos mis enfermos son niños. Yo los llevo a sus casas para que puedan morir. Preparo a sus padres, a sus hermanos y hermanas. Los niños temen estar solos en el momento de la muerte, tienen miedo de que no haya nadie junto a ellos. En el acontecimiento espiritual del pasaje no se está solo, como tampoco estamos solos en la vida cotidiana, pero esto no lo sabemos. Por tanto, en el momento de la transformación, nuestros guías espirituales, nuestros ángeles de la guarda y los seres queridos que se fueron antes que nosotros, estarán cerca de nosotros y nos ayudarán. Esto nos ha sido confirmado siempre, así que ya no dudamos nunca de este hecho. ¡Noten bien que hago esta afirmación como un hecho científico!

Sobre la cuestión de saber a quién se ve en una muerte aparente, dos condiciones se manifiestan con un denominador común: primero, que la persona percibida debía de haber “partido” antes, aunque sólo fuera unos minutos antes, y segundo, que debía de haber existido un lazo de amor real entre ellos.

Mi trabajo sobre el morir y la muerte no serían para mí más que una prueba para verificar si era capaz de imponerme a pesar de mis dificultades, la difamación, la resistencia y muchas cosas más. Salí bien de este examen y lo aprobé. La segunda prueba consistía en verificar si la gloria no se me subiría a la cabeza, pero no se me subió, y también la pasé.
Mi tarea verdadera, y en este punto necesito de su ayuda, consiste en decir a los hombres que la muerte no existe. Es importante que la humanidad lo sepa, pues nos encontramos en el umbral de un período muy difícil, no únicamente en América, sino en todo el planeta Tierra. La falta tiene que ver con nuestra sed de destrucción, incumbe a las armas atómicas, incumbe también a nuestra codicia, a nuestro materialismo y a nuestro comportamiento en materia de polución. Somos culpables de haber destruido muchos dones de la naturaleza y de haber perdido toda espiritualidad. Yo exagero un poco, pero seguramente no demasiado. El único modo de aportar un cambio para el advenimiento del tiempo nuevo, consiste en que la tierra comience a temblar a fin de conmovernos y tomar conciencia.
Es necesario que lo sepan, pero no tengan miedo. Sólo abriéndose a la espiritualidad y perdiendo el miedo llegarán a la comprensión y a revelaciones superiores. A esto pueden llegar todos. Es suficiente con que aprendan a entrar en contacto con su ser profundo y aprendan a desembarazarse de cualquier miedo.
Lo que hemos aprendido por nuestros amigos que se fueron, lo que aprendimos de los que volvieron, es la certeza de que cada ser, después de su pasaje, debe mirar algo que recuerda a una pantalla de televisión, en la que se reflejan todos nuestros actos, palabras y pensamientos terrestres. Esto sucede después de haber experimentado un sentimiento de paz, equilibrio y plenitud, habiendo encontrado a una persona querida para ayudarnos a dar este paso. De esta manera, tenemos la ocasión de juzgarnos a nosotros mismos en lugar de ser juzgados por un Dios severo. A través de la vida aquí abajo ustedes crean desde entonces su infierno o su cielo en el más allá.

LA VIDA, LA MUERTE, Y LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Actualmente estamos ya en un nuevo tiempo de valores espirituales (en oposición a los valores materiales), aunque no hay que identificar la expresión “valores espirituales” con religiosidad. Se trata más bien de una toma de conciencia, de la comprensión de que existe algo mucho más grande que nosotros que ha creado el universo y la vida, y que en esta creación representamos una parte importante y bien determinada que puede contribuir al desarrollo del todo.
En el momento del nacimiento cada uno de nosotros ha recibido la chispa divina que procede de la fuente divina. Esto quiere decir que llevamos una parte de este origen, y gracias a ello nos sabemos inmortales.
Mucha gente empieza a comprender que el cuerpo físico no es más que una casa, un templo, como nosotros solemos llamarle “el capullo de seda” en el que vivimos durante un cierto tiempo hasta la transición que llamamos “muerte”. Cuando llega la muerte abandonamos el capullo de seda y somos libres como una mariposa.
Cuando se reflexiona sobre la definición de la muerte, muy pronto se comprende que nos referimos únicamente al cuerpo físico, como si el hombre sólo fuera esa envoltura. Yo misma formaba parte del conjunto de científicos que no habían cuestionado nunca esa concepción.
El hombre existe sobre el planeta Tierra desde hace 47 millones de años. Y en su forma actual, con su dimensión divina, desde hace siete millones de años. Cada día los hombres mueren por todas partes. Y nuestra sociedad, sin embargo, no ha realizado ningún esfuerzo para estudiar la muerte y llegar a una definición actualizada y universal de la muerte humana, mientras que ha triunfado enviando hombres a la Luna y logrando igualmente que regresaran sanos y salvos. ¿No resulta extraño?

Podía observar también que inmediatamente después de un fallecimiento, el rostro de mis enfermos expresaba paz, equilibrio y serenidad, y esto era tanto más incomprensible en los casos en los que el moribundo poco antes de morir se encontraba en un estado de cólera, de agitación o de depresión.
Mi tercera observación, y sin duda la más subjetiva, era el hecho de que estando siempre muy próxima a mis enfermos, y comunicándome con ellos con un amor profundo, influyeron en mi vida al tiempo que yo influía en la de ellos, de una forma muy personal e incisiva. Sin embargo, minutos después de su muerte mis sentimientos por ellos ya no existían, lo que me extrañaba tanto que me preguntaba si yo era normal.

Lo más sencillo será resumir lo que estas personas, clínicamente muertas, viven en el momento en que su cuerpo físico deja de funcionar. Lo llamamos simplemente “experiencia de muerte aparente” o “del umbral de la muerte”, puesto que todos estos enfermos, una vez restablecidos, la han podido compartir con nosotros.
En el momento de la muerte vivimos la total separación de nuestro verdadero yo inmortal de su casa temporal, es decir, del cuerpo físico. Este yo inmortal es llamado también alma o entidad. Si nos expresamos simbólicamente, como lo hacemos con los niños, podríamos comparar este yo, liberado del cuerpo terrestre, con la mariposa que ha abandonado el capullo de seda. Desde el momento en que dejamos nuestro cuerpo físico nos damos cuenta de que no sentimos ya ni pánico ni miedo ni ansiedad. Nos percibimos a nosotros mismos como una entidad física integral. Siempre tenemos conciencia del lugar de la muerte, reconocemos muy claramente a las personas que forman parte de un equipo de reanimación o de un grupo que intenta sacar los restos de un cuerpo del coche accidentado. Estamos capacitados para mirar todo esto a una distancia de metros sin que nuestro estado mental esté verdaderamente implicado. Estas experiencias tienen lugar, a menudo, en el momento mismo en que las ondas cerebrales no pueden ser medidas para poder probar el funcionamiento del cerebro, o cuando los médicos no pueden ya comprobar el menor signo de vida.
El cuerpo que ocupamos pasajeramente en ese momento, y que percibimos como tal, no es el cuerpo físico sino el cuerpo etérico. Más tarde hablaré de las diferencias entre la energía física, psíquica y espiritual que forman este cuerpo.

Es comprensible que muchos de nuestros enfermos reanimados con éxito no siempre agradezcan que su mariposa haya sido obligada a volver a la crisálida, puesto que con la vuelta a nuestras funciones físicas debemos aceptar de nuevo los dolores y las limitaciones que les son propias, mientras que en nuestro cuerpo etéreo estábamos más allá de todo dolor y limitación.

En primer lugar, la mitad de los casos de experiencias en el umbral de la muerte que hemos recogido son el resultado de accidentes brutales, e inesperados, en los que las personas no podían prever lo que les iba a suceder.

Además de la ausencia de dolor y la percepción de integridad corporal, en un cuerpo simulado perfecto que podemos llamar cuerpo etéreo, los hombres toman conciencia de que nadie llega a morir solo. Todos tenemos la posibilidad de abandonar nuestro cuerpo físico y llegar a lo que llamamos una experiencia extra-corporal. Todos tenemos estas experiencias a lo largo de ciertas fases del sueño, pero son pocos los que se dan cuenta de ello.






(http://www.pasoalternativo.com/2011/07/la-muerte-un-amanecer-elisabeth-kubler.html)


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