Tenemos que afrontar todas las situaciones, aunque no sepamos cómo.
A lo largo de la vida nos vamos a encontrar con mil situaciones que tendremos que afrontar y resolver.
Unas serán agradables y otras preferiríamos no tener que pasarlas.
Cuando son inevitables es mejor solucionarlas desde la comprensión de que hay que hacerlo, y que sólo afrontando los conflictos y las situaciones aprendemos a resolverlas, y sólo desarrollando nuestras capacidades , nuestro potencial, este se actualiza y puede manifestarse de un modo más asiduo, y cada vez de un modo más atinado.
Es nuestra relación con ese potencial lo que requiere ser actualizado y desarrollado, lo que requiere un contacto que nos lleve a la relación continua y la confianza en ello.
De una parte, se encuentra el potencial interno, la esencia que somos, y de otra parte el Humano que duda, que está acostumbrado a enfrentar –en plan guerrero- los conflictos en vez de afrontarlos –ponerse cara a cara con ellos en la tarea de resolverlos-, y está acostumbrado a hacerlo desde el miedo, la desconfianza de que no va a acertar, y la inseguridad o la tensión, en vez de hacerlo como un entrenamiento en que sea menos importante el resultado que el ejercicio.
Aquellos a quienes consideramos evolucionados, o iluminados, son los que han aprendido a relativizar las cosas, los que sobreponen su amor propio (amarse a sí mismos) a la enemistad propia; los que saben comprenderse y amarse de antemano, incondicionalmente, pase lo que pase, hagan lo que hagan, se equivoquen lo que se equivoquen; son los que preservan su relación consigo de los estados alterados que dimanan de la auto-exigencia de perfección y acierto en intervenciones para las que no siempre están plenamente preparados.
En nuestro interior, más o menos furtivos, más o menos actualizados, se hayan la sabiduría ancestral, la capacidad de desenvolverse siguiendo la intuición, la comprensión para ver y percibir, y se encuentran marcados, como si ya estuvieran dados, los pasos correctos que hay que dar.
El reto consiste en dejar exteriorizar al sabio que nos cuesta reconocer que habita en el interior (el que somos), ese que ya nos ha dado alguna vez muestras de su existencia en frases que hemos pronunciado sin saber de dónde salían, en momentos de lucidez asombrosa, en ocasiones en que hemos sentido la seguridad y la firmeza, aunque sólo haya sido durante el breve tiempo en que la incredulidad y el temor –o la falsa modestia- a Lo Superior instalado en nosotros, nos haya hecho bajarnos del éxtasis para encerrarnos en nuestro caparazón de tortuga.
Recomiendo afrontar las experiencias que aparezcan en nuestra vida en vez de aplazarlas o eludirlas, pero desde la máxima serenidad, como si no nos fuera nada en ello, sin tensión, sin exigencias, con amor, sabiendo que, en cualquier caso, sea cual sea el resultado, saldremos beneficiados de ello: o habremos tenido una experiencia que algún día se demostrará necesaria, o habremos hecho un ejercicio de acercamiento, amor y comprensión, a nosotros mismos en un momento en que nos necesitábamos de verdad.