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 EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD - TRES - (Jorge Bucay)



Enero 11, 2012, 05:55:53 am
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EL CAMINO HACIA LA FELICIDAD - TRES - (Jorge Bucay)
« en: Enero 11, 2012, 05:55:53 am »
Voy a contar un cuento que me llegó por Internet hace un par de años. Contaba una historia preciosa, pero tenía un final violento y muy desagradable, por lo que decidí, como muchas veces hago, volver a contar la historia de otra manera. Me alegró mucho, hace un par de meses, cuando me volvió otra vez el cuento por correo electrónico, comprobar que ahora el final con que terminaba era el que yo había inventado. Es una historia que habla de tiempos mágicos, cuando la magia era un hecho real. Habla de los tiempos del rey Arturo, de príncipes, princesas, dragones y caballeros, cuando el hechizo y la brujería eran parte real de la vida cotidiana, y no una superchería.

En este cuento, el rey Arturo está muy enfermo; de hecho, agoniza en cama. Los médicos de la corte han venido a verlo, pero nadie consigue diagnosticar la enfermedad. Se han intentado todos los remedios conocidos, le han recomendado las cosas más extrañas; pero está cada vez peor. Finalmente, Arturo ha caído en cama, casi no despierta, duerme todo el día y los médicos temen que el final esté cerca. Arturo es un rey muy querido entre los caballeros de la Mesa Redonda, que lo tienen como su ídolo y su modelo.

Un día, mientras los sirvientes terminan de acomodar las cosas del rey, uno de ellos le dice al otro: "Se va a morir". Ahí está sir Galahad, que es el mejor amigo del rey Arturo, y su compañero de batalla. Como no puede soportar que alguien diga algo así, se acerca el paje y le que dice: "Que sea la última vez que dices eso en mi presencia. El rey tiene que salvarse". Sin embargo, el paje responde: "He visto por lo menos seis o siete personas con este mismo mal, y cinco de ellas se murieron". "¿Ves? Hubo alguna que se salvó. Tiene que haber algo que se pueda hacer. ¿Cómo se salvó esa persona?".

Y entonces el paje responde: "Sucede que el rey no está enfermo. El rey está embrujado. Por ello, ningún médico lo puede sanar, solamente podría curarle un brujo más poderoso que el que lo encantó". "Sí, pero tiene que haber algún brujo en este reino. ¿No está Merlín?". "No, Merlín ha partido, y dijo que no volvería hasta dentro de dos primaveras. Lamento deciros que para entonces el rey...". "¡Pero tiene que haber algo!", exclama el caballero.

Entonces el sirviente se anima a decirle: "Sí, lo hay. La bruja que vive en la montaña". Pero ¿quién se animaría a ir a buscar a la bruja? "La bruja odia al rey", responde Galahad, "no tendría ninguna razón para querer salvarlo. Además dicen que te mira, que te paraliza en el aire; dicen que te devora los ojos literalmente, que hace conjuros extraños y que tira tu cuerpo a los perros que tiene en la cueva. ¿Quién se animaría a ir a verla?".

También Galahad siente miedo. Pero se trata de su amigo el rey, su compañero de aventuras, aquel a quien debe la vida muchas veces. Entonces monta en su caballo y va hasta la cueva. Apenas llega, el día, que era soleado, se vuelve oscuro; las nubes rodean la cueva, los buitres empiezan a revolotear en torno al caballero, que siente estremecimientos y un frío de nevera que sale de la cueva. Armándose de coraje respira y entra dentro de la cueva. Chapotea en el barro; algunos murciélagos pasan cerca de él. Cuando se adentra en la caverna, el espectáculo que ve es terrible: hay esqueletos colgados por todas partes, cientos de velas y de antorchas encendidas, y en el medio de la cueva una bruja vestida de negro, con la túnica muy larga, encorvada sobre sí misma, con los ojos muy pequeños, los dientes muy apretados y negros, las manos en forma de garra, el pelo pajizo, la nariz muy larga y llena de granos, un enorme sombrero negro.

Lo mira y pregunta retadora: "¿Qué quieres?". El caballero tiembla al escuchar esa voz y le dice: "Vengo a pedir tu ayuda". "¿Vienes por tu amigo el rey? Tu amigo el rey está hechizado por un encantamiento que yo no realicé, pero que está bien hecho. Se va a morir. Y me alegro", contesta la bruja. "Por favor", le dice el caballero, "te pido que le ayudes". "¿Por qué habría de ayudarlo?". "Me ha expulsado mil veces de palacio, él no me quiere y yo tampoco a él. No tengo ninguna razón", responde airada.

"Pídeme lo que quieras, pero ayúdalo", suplica Galahad. Entonces la bruja mira al amigo del rey. Es joven, apuesto, realmente hermoso, alto, vestido gallardamente. "Tengo una proposición que hacerte". "Lo que me pidas", dice Galahad, "si está dentro de mis posibilidades". "Lo está", dice la bruja. "Si yo sano al rey, tú te casarás conmigo".

Galahad no puede creer lo que escucha, no había pensado en esa posibilidad. Sin embargo, es su amigo el rey quien se encuentra en peligro de muerte, así que Galahad respira hondo una vez más y le dice: "Sí. Si curas al rey, serás mi esposa". La bruja no puede creer lo que oye. A toda velocidad introduce algunas cosas dentro de su bolsa y dice: "¡Vamos!".

Salen los dos de la caverna, y la bruja empieza a caminar hacia el palacio. Galahad le dice: "Un momento. Si es verdad que vas a ser mi esposa, y no dudo que vas a curar al rey, es bueno que te acostumbres". Entonces la toma por la cintura y la sube encima de su caballo. Él camina mientras la bruja, orgullosa, va montada a caballo. Cuando pasa al lado de algunos campesinos, éstos se ríen burlonamente, le gritan, le abuchean y algunos se animan a lanzar alguna verdura a su paso. Galahad salta encima del campesino que le ha arrojado la verdura, lo agarra de la solapa, lo levanta en el aire y le dice: "¡Cuidado! Esta mujer está bajo mi protección. Quien la ofende me ofende, y deberá batirse conmigo en duelo". "¡Perdón!", exclama suplicante el campesino. "Es mejor que hagas correr la voz. No quiero matar a nadie esta tarde".

Mientras se difunde la noticia, Galahad y la bruja llegan a palacio. Entran dentro de los aposentos reales. El rey, literalmente, agoniza. La bruja prepara un brebaje con algunos ingredientes que trae, llena con él un frasquito y se lo da de beber en la boca al rey Arturo. "¿Y ahora?", pregunta Galahad. "Ahora hay que esperar a mañana. Me voy de vuelta a mi cueva. Avísame si sucede algo". "¿Por qué no te quedas aquí?", le dice Galahad. "Porque no quiero que alguno de mis enemigos me mate durante la noche". "Nadie te va a tocar", responde Galahad: "Estás bajo mi protección". Y sacando la capa, la tiende a los pies de la cama del rey. Se quedará toda la noche en la estancia, custodiando a ambos.

A la mañana siguiente, el rey se despierta. Lo hace por primera vez en semanas. Golpea las manos, los pajes entran: "Traedme de comer y de beber. Tengo hambre y sed". Después mira a los pues de la cama y ve a Galahad. "¡Galahad, ¿cómo estás?! Parece que no hubiera comido en semanas". "No comiste en semanas", responde Galahad. "Bueno, no importa. Iremos de caza, iremos a tantos lugares, haremos tantas cosas juntos. ¡Me siento tan bien!".

Entonces la bruja se levanta de los pies de la cama, y el rey la ve. Le recrimina su presencia: "¿Qué haces aquí? Te he dicho mil veces que no eres bienvenida, así que ¡fuera de mi...!". Pero no llega a decir "palacio" porque Galahad le pone la mano en la boca y le dice: "Tú puedes echarla si quieres, pero quiero que sepas que, si ella se va, también yo me iré". "Pero... ¿qué estás diciendo? ¿De lado de quién estás?". "Sucede que esta mujer que está aquí es mi futura esposa". "¿Qué? ¿Tu futura esposa? ¿Te has vuelto loco? Te he presentado a las princesas más hermosas del reino, a las más ricas, a las más jóvenes, a las más bellas. A todas has dicho que no. Y ahora te vas a casar con... ¡esto! ¿Cómo puede ser?". Y entonces la bruja dice: "Es el precio que pagó para salvarte".

"¡Me niego!", exclama el rey. "No puedo permitirlo. Mi vida no vale tal sacrificio, de modo que te prohíbo que lo hagas". Y Galahad le dice: "Majestad, le he dado mi palabra a esta mujer de que, si te salvaba, me casaría con ella; la verdad es que ella ha cumplido y se merece recibir su recompensa". "Te lo prohíbo como rey". Pero Galahad concluye: "Hay una sola cosa en la vida que es más importante para mí que una orden tuya. Es mi palabra. Y voy a cumplir con ella".

"Tiene que haber algo que yo pueda hacer", se ofrece el rey. "Sí. Podrías casarme mañana en la parroquia real. Sería un gran honor".

A la mañana siguiente, en presencia del capellán y del rey, los novios celebran la ceremonia de casamiento. El rey abraza a Galahad, le agradece lo que está haciendo y le regala un carruaje para que llegue a la casa que le acaba a regalar junto al río, lejos del palacio, lejos del pueblo, puesto que no quiere que nadie le vea ni se burle de su amigo Galahad. Éste despide al cochero y ayuda a su esposa a subir al carruaje; manejando él mismo las riendas, llegan hasta la cabaña que va a ser su casa, y, una vez allí, detiene el carruaje, se bajan y, como era costumbre entonces, coge a la esposa en brazos y, para que no toque el umbral, abre la puerta de la cabaña y la deja dentro. A continuación dice: "Ahora mismo vuelvo", y se va.

Sujeta los caballos, se aleja unos pasos, contempla cómo el sol se pone. Poco después, entra de nuevo en su casa. El fuego de la hoguera está encendido y de pie, frente a las llamas, ve la espalda de una mujer muy alta, muy rubia, vestida con un tul blanco que, a transparencia del fuego, muestra unas curvas femeninas increíbles.

Galahad se sorprende: "¿Dónde está mi esposa?". La mujer se da la vuelta. Es rubia, hermosa, la piel muy blanca, los ojos celestes, grandes y luminosos. Galahad se da cuenta de que, si el amor a primera vista existe, esto es lo que está sintiendo. Se está enamorando, pero insiste: "¿Dónde está mi esposa?". Y entonces la hermosa mujer, con una voz increíble le dice: "Tu esposa soy yo".

Galahad no ceja: "Sé con quién me he casado, y no me gustan estos trucos. No me he casado para hacer magias ni brujerías, sino que quiero ver a mi esposa". Entonces la mujer le dice: "La mitad del tiempo soy aquella que conociste, y la otra mitad del tiempo soy ésta que ahora ves. Sin embargo, has sido tan amable y tan generoso conmigo que, como eres mi esposo y lo serás para siempre, y yo creo que por tu amabilidad te amaré para siempre, quiero que seas tú quien elija. ¿Quién quieres que sea? ¿Quieres que sea ésta de día, y la otra de noche, o prefieres que sea ésta de noche y la otra de día?

Galahad se queda pensativo. Difícil dilema. ¿Qué hacer? ¿Elegir que sea la bella de día y pavonearse por el pueblo y en palacio, siendo la envidia de todos, y padecer el silencio en la noche, la tortura de estar con la otra, a la cual él se había resignado? ¿O acaso es mejor que no importe nada lo que diga la gente, ser objeto de la burla de todos, pero disfrutar en la intimidad de la noche de la compañía de esta mujer de la cual ya se ha enamorado? Difícil elección.

Finalmente, concluye: "Como eres mi esposa y lo serás para siempre, como sólo por esto, pero también por aquello, te amo y te amaré para siempre, quiero que seas la que tú decidas ser en cada momento".

Dicen que, cuando la bruja escuchó esta respuesta de su amado marido, decidió ser siempre la más hermosa de las dos, que era la que más gustaba a Galahad.

Y yo digo que, en este camino que todos debemos recorrer para ser felices, hará falta encontrar algunos compañeros de ruta.

Mi propuesta final es que elijamos a aquellos compañeros de ruta a quienes podamos decir "quiero que seáis quienes queráis ser en cada momento". Asimismo, debemos elegir a aquellos que nos puedan decir "quiero que seas quien quieras ser en cada momento". Porque solamente cuando nosotros, los demás y todos tengamos la posibilidad y la libertad de elegir ser quienes queramos ser en cada momento, seremos príncipes y princesas, y no más, ogros ni brujas malvadas.


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