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 ENCUENTRO CON LA VIDA - Krishnamurti



Septiembre 01, 2013, 07:08:01 am
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ENCUENTRO CON LA VIDA - Krishnamurti
« en: Septiembre 01, 2013, 07:08:01 am »
ENCUENTRO CON LA VIDA



La sabiduría llega con la humildad.

Hay humildad cuando uno se conoce a sí mismo como realmente es. Pero cuando ustedes tienen una teoría basada en el yo superior, el yo inferior, el atman y todo eso, una teoría que ha sido inventada por la imaginación, eso es vanidad.

Es solamente una mente libre del estado de dolor la que puede amar y conocer la belleza del amor, la que puede ver algo completamente de un vistazo: toda la belleza de la tierra y el cielo, la estrella vespertina o una bandada de pájaros levantando vuelo en la mañana. Puede abarcar todo esto de una sola mirada y conocer la calidad de la belleza, que es amor.

La humildad es necesaria para preguntarse: ¿Puede una mente, que ha vivido por diez mil años, hallarse alguna vez en un estado donde el dolor jamás pueda alcanzarla?

Para formularnos esta pregunta y encontrar esa cualidad de completa inocencia de la mente, tenemos que comprender toda la estructura y naturaleza de la experiencia. El hombre ha tenido, y tiene todos los días, a cada minuto, miles y miles de experiencias; no puede evitar la experiencia, está ahí le guste o no, hace impacto sobre su mente, ya sea consciente o inconsciente de ello.

¿Puede esta mente, que es el resultado del tiempo, de la tradición, de la inenarrable desdicha del hombre, puede alguna vez estar libre de la experiencia? Muy desafortunadamente, creemos que la experiencia es necesaria, pensamos que debemos tener multitud de experiencias de toda clase a fin de enriquecer la mente, para que la mente se vuelva dúctil, clara, después de haber pasado por tantas cosas, de haber leído tanto y haber vivido tanto. Pensamos que la experiencia, grande o pequeña, es una parte esencial de la vida; exigimos constantemente más experiencias: la experiencia del sexo, de Dios, de la virtud, de la familia, de los viajes... y soportamos la diaria, monótona y aisladora experiencia que tenemos cuando estamos a solas con nosotros mismos. Hemos aceptado este modo de vivir.

Con la experiencia viene la comparación. No sé si ustedes han vivido sin comparar, sin compararse con otro que es más inteligente, más brillante, que tiene una posición más alta, más poder y prestigio, sin compararse con otro cuyo rostro es más hermoso, que tiene una sonrisa más radiante, una mirada más clara. Dentro de nosotros tiene lugar una comparación incesante: “Eso es lo mejor, lo máximo”. La comparación de lo que ha sido con lo que debería haber sido, la medida que prosigue constantemente, interminablemente, como cuando ustedes leen un anuncio: “Compre esto, lo hará más inteligente”, “Use eso, le dará alguna otra cosa”... Cuando hay comparación debemos, inevitablemente, invitar a la experiencia; pensamos que sin comparar, sin medir, somos torpes, estúpidos y que no hay progreso. Comparamos una pintura con otra, un escritor con otro, una fortuna con otra; creemos que alcanzamos alguna comprensión de la existencia humana mediante el estudio comparativo de las religiones y de la investigación antropológica. ¿Seríamos torpes si no comparáramos? ¿O sólo conocemos la torpeza a través de la comparación porque otro es sensible, tiene ojos brillantes y vive sin confusión? ¿Es comparándonos a nosotros mismos con esa persona que nos volvemos conscientes de que nuestros ojos son apagados, que la condición de nuestra mente es confusa? Esa comparación, ¿nos ayuda realmente a comprender? Tecnológicamente, tiene que haber comparación, de lo contrario no existiría el conocimiento científico, pero aparte de eso, ¿por qué comparamos en absoluto? Y si no comparáramos, ¿qué sucedería?

Mientras escuchan, dejen que sus mentes se observen a sí mismas. Verán que la mente está siempre presa en el comparar y el medir; esto origina insatisfacción, ustedes desean más. Desean encontrar satisfacción y, por lo tanto, invitan a esta interminable experiencia.
¿Qué es la experiencia? Tenemos que entender qué es antes de avanzar en algo que requiere una gran comprensión; vamos a hablar de una mente que es por completo inocente, porque es sólo la mente en estado de inocencia, la mente muy, muy sencilla, la que puede ver lo que es verdadero, la que puede ver claramente. Una mente repleta de experiencias es una mente complicada; cada experiencia ha dejado una huella en esa mente, y una mente así, haga lo que haga, jamás conocerá la bendición de la inocencia.

Uno tiene que inquirir en la naturaleza de la experiencia; la palabra “experiencia” quiere decir “pasar por”. Sin embargo, la mente nunca “pasa por” una experiencia, nunca “pasa por” ella y termina con ella. Cada experiencia deja una huella, y debido a que hay otras huellas, otras marcas de experiencias previas, cada nueva experiencia es traducida por las experiencias anteriores, por la huella anterior, por el recuerdo anterior. Obsérvenlo en sí mismos. Uno descubre que la experiencia jamás puede liberar la mente, jamás; uno ve que toda experiencia que reconoce, sólo es reconocible porque uno ya ha experimentado eso, de otro modo no podría reconocerlo.

La experiencia deja una huella, esto es un hecho obvio. Usted me ha insultado y mi reacción a ese insulto ha dejado un recuerdo; la próxima vez que me encuentro con usted lo encaro con el recuerdo, y el encontrarme con quien me ha insultado hace que ese recuerdo se torne más denso; o si me ha ensalzado, si me ha dicho: “¡Qué persona maravillosa es usted!”, esa lisonja deja nuevamente una huella, un recuerdo, y la próxima vez que me encuentro con usted hay un fortalecimiento de ese recuerdo; nos hacemos amigos. La experiencia ha dejado huellas, tanto agradables como desagradables. Ahora bien, ¿podemos vivir la experiencia, pasar por ella mientras ocurre, de modo que cuando usted me insulta yo reciba ese insulto de manera tan completa que no deje en absoluto ninguna huella en la mente, que no deje ningún recuerdo? ¿O, del mismo modo, cuando usted me alaba, que esa alabanza no deje ninguna huella? Eso implica que la mente ya no está acumulando experiencias. Tengan la bondad de comprender la esencia de esto. La mente, cuando recibe el insulto o la alabanza, está tan clara, es tan aguda, que se enfrenta a eso totalmente porque ha rechazado la experiencia. Por favor, háganlo la próxima vez, háganlo, no sólo “traten” de hacerlo ni lo hagan “lo mejor que puedan”, sino háganlo realmente porque comprenden con mucha claridad que la experiencia jamás libera la mente.

Las personas religiosas quieren experiencias; repiten y repiten cierta palabra, mediante lo cual se genera un estado de histeria que les brindará una experiencia de algo que está más allá; y muchos de los jóvenes de la nueva generación toman drogas a fin de tener alguna clase de experiencia trascendental. Es siempre el mismo problema: el hombre, que ha vivido una vida tan carente de sentido tan desesperadamente pobre en lo interno, tan monótona y ajustada a semejante rutina imitativa, desea naturalmente algo que le ofrezca un regocijo mayor, una mayor visión y significación del vivir; por eso está siempre buscando experiencias ?que es lo que hacen ustedes-. Quieren pruebas, quieren buscarlas, encontrarlas, o sea, quieren experimentarlas. Pero cuando comprenden realmente la naturaleza de la experiencia, cuando ven cómo está formada, cuando ven la verdad de ella y, viéndola, dejan de comparar, entonces ya no siguen más, no hay autoridad a quien seguir; ven que nadie podrá conducirlos a experiencias más elevadas.

Si comprenden que toda medición invita a la experiencia, que el deseo de más experiencias engendra a esas personas que asumen la autoridad ?el sacerdote, el monje, el hombre que sabe más-, si comprenden eso, pueden entonces investigar el problema del dolor y de por qué sufre el hombre, no sólo físicamente de enfermedades graves, sino también por qué sufre cuando alguien muere, cuando no puede lograr algo, realizarse; por qué de pronto se siente aislado de los demás cuando le falta apoyo y no tiene en quien confiar, cuando lo dejan completamente solo... por qué sufre en absoluto. Y, como dijimos, para comprender esto tiene que haber humildad; pero ustedes no son humildes, han leído mucho, demasiado, buscando la razón de por qué surge el dolor y el modo de terminar con él. Y así, buscando la terminación del dolor, se han vuelto muy mundanos. Han aprendido cómo evitar el dolor, cómo evitarlo astutamente.
Para comprender el dolor y la terminación del dolor, uno tiene que comprender el miedo; no “comprenderlo” intelectualmente o verbalmente, sino comprenderlo abordando realmente el miedo de modo que uno quede enfrentado al hecho mismo. Cuando ustedes se enfrentan al hecho, el pensamiento no puede operar; cuando se enfrentan a un gran choque emocional, a una crisis grave, el pensamiento no interviene. No sé si lo han advertido. Apenas interviene el pensamiento, surge el tiempo. ¿Tengo que explicar todo esto, cómo el pensamiento engendra el tiempo, cómo el tiempo es dolor, cómo el tiempo es miedo? ¿Necesito explicarlo? ¿Sí? ¡Qué lástima! Porque ustedes saben lo que significa: significa una mente que ha vivido de palabras y explicaciones, una mente que se ha embotado y, por lo tanto, no puede ver rápidamente, instantáneamente, la verdad de algo, pero ustedes piensan que comprenderán esa verdad cuando les sea explicada. Las explicaciones y definiciones sólo embotan más la mente. Les daré una explicación breve, pero la explicación no es el hecho. No se queden con la explicación, escúpanla como algo que no tiene buen sabor.

El pensamiento es tiempo y el pensamiento es temor. Ustedes tienen que comprender esto, no de manera verbal sino factual, porque cuando dan con el inmenso problema de la muerte, para comprenderlo, para vivirlo y ver toda su belleza, es preciso comprender el pensamiento como tiempo y como temor. Ayer hubo una experiencia feliz y el pensamiento dice: “Espero tener otra vez esa experiencia mañana”. Miren lo que ha ocurrido: uno ha tenido una experiencia placentera ayer y desea repetirla mañana; el pensamiento retiene esa experiencia como un recuerdo y quiere repetirla al día siguiente. Es eso lo que ustedes hacen en relación con el sexo: quieren que la experiencia de ayer se repita mañana. El pensamiento ha creado el ayer y el mañana. Pero el mañana es incierto, el mañana puede ser algo completamente distinto. Todo lo que el pensamiento conoce realmente es el ayer. Por lo tanto, el pensamiento es del ayer, el pensamiento es viejo, jamás es nuevo.

El pensamiento, que es experiencia, conocimiento, el almacenado manojo de recuerdos cuya reacción es el pensar, crea el tiempo como el ayer. Yo fui muy feliz ayer contemplando ese maravilloso crepúsculo, el sol resplandeciente poniéndose en el mar espléndido y esa nube que pasaba junto a él, plena de color rosado y de una gran belleza... Estaba ahí y ahora es un recuerdo; y mañana iré allá y puede que el sol se ponga sin ese color, sin esa belleza. El pensamiento ha creado el tiempo como el ayer y el mañana. Eso es muy simple. ¿Es el pensamiento, pues, el que crea el miedo a la muerte? Mañana, en el futuro, habrá un final porque hemos visto muy a menudo la muerte en las calles, sabemos de la muerte; está ahí, caminando todos los días a nuestro lado. Y el pensamiento piensa en ella como en algo que ha de llegar alguna vez, en el futuro; está, pues, el intervalo, el tiempo entre el vivir y el morir. Ese intervalo, ese tiempo, es miedo. Ese tiempo, ese intervalo, es creado por el pensamiento.


J. Krishnamurti

 

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