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 VARIOS CUENTECITOS



Octubre 30, 2010, 05:43:03 am
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Desconectado Francisco de Sales

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VARIOS CUENTECITOS
« en: Octubre 30, 2010, 05:43:03 am »
Los discípulos se hallaban sentados a la orilla del río.
“Si me cayera al agua, ¿me ahogaría?”, preguntó uno de ellos.
“No”, respondió el Maestro. “No es caerte al agua lo que hace que te ahogues, sino el quedarte dentro”.


Cuando Omar supo que el Dr. Zen se presentaba como entendido en la Biblia, le preguntó cuántas veces la había leído.
“Nunca he leído la Biblia. No necesito leerla. Si se comprende un solo verso de la Biblia, se ha comprendido entera”, contestó.
Un curioso preguntó: “¿Qué verso es ese?”
El Dr. Zen contestó: “Jesús lloró”.

En cierta ocasión, el Maestro puso en evidencia a sus discípulos sirviéndose de la siguiente estratagema:
Entregó a cada uno una hoja de papel les pidió que hicieran constar en ella la longitud exacta de la sala en la que se encontraban.
Casi todos ellos escribieron cifras en torno a los cinco metros. Dos o tres de ellos añadieron además la palabra “aproximadamente”.
El Maestro les dijo: “Ninguno ha dado la respuesta correcta”.
“¿Y cuál es la respuesta correcta?”
“La respuesta correcta”, dijo el Maestro, es: “no lo sé”.


Detrás del mostrador el hombre miraba distraídamente hacia la calle mientras una pequeña niña se aproximaba al local.  Ella aplastó su naricita contra el vidrio del espectacular aparador y de pronto sus ojos color miel brillaron cuando vio determinado objeto.
Ella entró decididamente en el local y pidió ver un hermoso collar azul que le había llamado la atención y le dijo al vendedor:
- Es para mi hermana. ¿Podría hacerme un lindo paquete?
El dueño del local, quien estaba a un lado, miró a la chica con cierta desconfianza y con toda tranquilidad le preguntó:
- ¿Cuánto dinero tienes, pequeña?
Sin alterarse ni un instante, la niña sacó de su bolsillo un atadito lleno de nudos, los cuales delicadamente fue deshaciendo uno por uno.  Cuando terminó, colocó orgullosamente el pañuelo sobre el mostrador y con inusitado aplomo, dijo:
- Esto alcanza, ¿no?
En el pañuelo solamente había unas cuantas monedas.  Mirando al dueño con una tierna mirada que expresaba una mezcla de ilusión y tristeza le dijo:
- Sabe, desde que nuestra madre murió, mi hermana me ha cuidado con mucho cariño y la pobre nunca tiene tiempo para ella.  Hoy es su cumpleaños y estoy segura que ella estará feliz con este collar, porque es justo del
color de sus ojos.
El empleado miraba al dueño sin saber qué hacer o decir, pero éste sólo le sonrió a la niña, y se fue a la trastienda, y personalmente lo envolvió en un espectacular papel plateado e hizo un hermoso adorno con una cinta azul.
Ante el estupor del empleado, el dueño colocó el hermoso paquete en una de las exclusivas bolsas de la joyería y se lo entregó a la pequeña diciéndole:
- Toma, llévalo con  cuidado.
Ella se fue feliz saltando calle abajo.  Todavía no había terminado el día cuando una encantadora joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio.  Colocó sobre el mostrador el paquete desenvuelto y preguntó:
- ¿Este collar fue comprado aquí?
El empleado cortésmente le pidió que esperara un momento y fue a llamar al dueño, quien de inmediato regresó, y con la más respetuosa sonrisa le dijo:
- Sí, señora, este collar es una de las piezas especiales de nuestra colección exclusiva y en efecto, fue comprado aquí esta mañana.
- ¿Cuánto costó?
- Lamento no poder brindarle esa información, señora. Es nuestra política que el precio de cualquier artículo siempre es un asunto confidencial entre la empresa y el cliente.
- Pero mi hermana sólo tenía algunas monedas que ha juntado haciendo muñecas de trapo con ropa vieja, pues mi sueldo es demasiado modesto y apenas nos alcanza para sobrevivir. Este collar ciertamente no es de fantasía, y ella simplemente no tendría dinero suficiente para pagarlo.
El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio casi ceremoniosamente, y con mucho cariño colocó de nuevo la cinta diciendo mientras se lo devolvía a la joven:
- Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar: “ella dio todo lo que tenía.”
El silencio llenó el local y las lágrimas rodaron por el rostro de la joven, mientras sus manos tomaban el paquete y salía de allí lentamente, abrazándolo fuerte contra su pecho.







 

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