COLABORAR EN LA FELICIDAD DE LOS OTROS
En mi opinión, todos tenemos la obligación -moral o humana- de colaborar en la felicidad de los otros, ayudándoles en la medida de lo posible –y haciendo también un poco de lo imposible- para que sus vidas tengan algo más calidad, algo o mucho más de comodidad, y tenga más motivos para poder ser calificada como placentera.
Por otra parte, y aunque no sea ésta la razón que nos ha de impulsar a hacerlo, uno se va a ver compensado por la muy agradable y satisfactoria sensación que produce aportar algo a los otros.
Repite esto en voz alta y escúchate:
“Soy yo. Repítelo. Estoy aquí. Soy consciente. Amo y recibo amor. Disfruto de la vida todo lo que puedo. Y trato de pagarle a la vida por todo lo que me da. Irradio optimismo, satisfacción, serenidad, comprensión y una felicidad que pretendo contagiar. Me permito amar.”
Puede ser toda una declaración de principios, algo sobre lo que fundar la vida, el motivo impulsor que nos mueva, una guía… pero no es más que la aplicación de la justicia y la lógica; no es más que la expresión sin represión ni censura de la verdadera naturaleza Humana; no es otra cosa que seguir los impulsos del corazón escuchando al alma… y actuar.
Todos, sin excepción, hemos atravesado momentos duros en la vida, hemos perdido de vista la luz o el horizonte, hemos sentido las punzadas de pesimismo, y hemos soportado algo que nos ha parecido una tragedia.
Todos, sin excepción, hemos tenido en algún momento la necesidad de un cuidado maternal, de unas palabras de ánimo o de consuelo, un halago, una caricia sin palabras, un abrazo en silencio, un hombro sobre el que llorar la pena o la rabia, alguien a quien contar un secreto, o una buena opinión o un empujoncito o una sonrisa…
Y eso es algo que, siempre, nos lo ha tenido que aportar otro. Otra persona. Siempre es una persona quien nos ha facilitado atravesar determinado momento, y nos ha sido muy útil su presencia, casi imprescindible.
Esta sería la razón de justicia por la que debemos colaborar en el mejoramiento de la vida de los otros: porque los otros son como nosotros, y también atraviesan un camino similar y se tropiezan con parecidas piedras.
Sería bueno convertirse en esa persona anónima que un día hizo algo por otro. El ángel fugaz. Una aparición generosa del destino. Aquél milagro que se recordará siempre.
Si te pones a recordar personas que han sido positivas en tu vida, verás que la aparición de cada una de ellas en tu memoria te provoca una agradable sensación interior o una indiscutible expresión de paz o felicidad.
Son personas que te aportaron algo en algún momento, y ese algo lo guardas con cariño y agradecimiento.
Esto es lo que podemos hacer ahora: pagar el diezmo. Y no es un asunto religioso, sino de justicia social.
Dedicar el 5% o el 3% o un poco de nuestro tiempo al servicio para los otros –y todos podemos dedicar un poco de nuestro tiempo libre-, dar un poco de nuestras posesiones -si no tenemos nada o no es posible entonces no importa-, un poco de amor –y no hay problema: se volverá a rellenar nuestro depósito él solito-, una poca de nuestra esperanza, de nuestro optimismo o fe, nuestros abrazos, nuestra atención…
Si todos colaborásemos en la felicidad de los otros, podría acabar convirtiéndose en una realidad algo que sólo se asemeja a una utopía. Es casi mágico imaginárselo: todo el mundo haciendo feliz a todo el mundo, o por lo menos colaborando en su mejoramiento.
Si cada uno hiciéramos algo por el prójimo más cercano, todos nos veríamos beneficiados.
Es sólo cuestión de preguntarse a Sí Mismo, al corazón, en el alma, con toda la sinceridad, si esa propuesta es de justicia, si realmente Uno está de acuerdo con hacerlo, si con eso satisface una solicitud personal acallada, si eso le aportaría la agradable sensación del deber cumplido, y si eso le acercaría a Uno a su auténtica esencia.
Y si dentro de Sí Mismo encuentra la aprobación ya solamente es cuestión de tener el propósito activado… y comenzar.
Te dejo con tus reflexiones…