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 CÓMO SUPERAR LA ANGUSTIA



Abril 03, 2018, 08:00:14 am
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CÓMO SUPERAR LA ANGUSTIA
« en: Abril 03, 2018, 08:00:14 am »
CÓMO SUPERAR LA ANGUSTIA

Roberto sufre un trastorno de angustia, pero nadie de su entorno lo sabe. Roberto trabaja como ejecutivo en una empresa de informática. A sus 35 años, ha conseguido el sueño de su vida: tener una esposa y una familia (dos hijos preciosos y sanos, de tres y cinco años) y sentirse valorado en su empresa. “No obstante, no me siento bien -me explica-. Desde hace unos meses, estoy irritable, no aguanto a los niños, y parece que siempre me falta el tiempo; incluso en el trabajo no me puedo concentrar, y siempre estoy pensando varias cosas a la vez”. Roberto tiene una personalidad ansiosa. En el último mes ha tenido varios episodios de sensación de ahogo, con opresión en el pecho, inestabilidad y sensación de mareo, con miedo a volverse loco. Estos episodios le duraban entre 10 y 20 minutos.

¿QUÉ ES LA ANGUSTIA?

Cuando hablamos de manera coloquial utilizamos indistintamente las palabras angustia, miedo y pánico, pero, en realidad, no son lo mismo. El miedo siempre se refiere a algo concreto, es objetivo y delimitado: así tenemos miedo a los perros, a las arañas, a subir en un ascensor, a la oscuridad, etc. Y el pánico es un miedo “masivo”. Se podría decir que el pánico es una ración doble o triple de miedo, que se produce por una situación inesperada que nos sobrepasa. Por ejemplo, un terremoto.
Por contraste con el miedo y el pánico, la angustia es un sentimiento difuso, sin concretar, sin motivo real donde apoyarse. La angustia aparece como reacción frente a una amenaza sin determinar o un peligro desconocido. Se caracteriza por un profundo malestar psicológico y suele conllevar algunas alteraciones del organismo, como taquicardias, hipersudoración, mareos, temblores o sensación de opresión en el pecho.

LA ANGUSTIA EXISTENCIAL

Gibran Jalil Gibran, en el libro El Profeta, propone un pensamiento que nos puede servir de guía para esta reflexión: “Y así como la dura cubierta del fruto debe romperse para que su corazón salga a la luz del sol, así también debéis conocer el dolor”. Muchas veces hemos partido una nuez para comer su nutritivo fruto. En la vida pasa algo parecido: el sufrimiento tiene sentido en tanto en cuanto nos permite crecer psicológicamente. Sin romper la cáscara de la nuez no podemos comer su fruto; pero ¿es posible madurar, en el aspecto psíquico, sin angustia y sufrimiento? Reflexionemos sobre ello.
Vivir es sentir. Sentir es caminar entre la alegría y el sufrimiento. Éste es el espectro que recorre a todo ser humano. No podemos negar la angustia en el hombre, como tampoco podemos olvidar su dimensión de satisfacción. La angustia, pues, es un sentimiento base del desarrollo de toda persona.
Para el existencialismo, la angustia es una vivencia que emerge al cuestionarse sobre la propia identidad (¿quién soy?) y el significado de la vida (¿para qué existo?). La respuesta a esas preguntas conduce al sentimiento de finitud y a la convicción de que “no somos nada” y estamos “solos”. La nada y la soledad explicarían la angustia existencial del individuo, al tiempo que se convertirían en su propio soporte. La nada, la soledad y la angustia se entrelazan constituyendo un círculo sin fin, donde las tres realidades se autoalimentan.
La angustia existencial nos lleva a la nada al constatar la posibilidad de dejar de existir, de morir. Pero es ese mismo pensamiento de “no-ser” lo que alimenta la angustia.
Al mismo tiempo, la angustia conduce al desamparo, a la soledad: “Nadie me comprende -me decía un día Rafael, otro paciente-, porque yo tampoco sé compartir este sentimiento que me corroe hasta ponerme al borde del abismo, de la muerte”. Pero, paradójicamente, es desde esa posición de angustia desde donde podemos comenzar a construir la propia vida.
La angustia le hace a uno replegarse sobre sí mismo, olvidándose de los otros y no queriendo compartir ni siquiera ese sentimiento negativo. Es como una densa niebla que nos aísla e impide contemplar todo lo que ocurre a nuestro alrededor: un bello gesto de ayuda, una manifestación de solidaridad, etc.
Por eso la angustia puede impedir toda posibilidad de progreso. Esclaviza y, al mismo tiempo, destruye toda ansia de modificación, bloqueando el horizonte del cambio. La persona, en este estado, se repliega sobre sí misma renunciando a todo crecimiento. Luego lo contrario de la angustia no es la alegría, sino la esperanza, que permite al ser humano tener nuevos proyectos, nuevas ilusiones.

LA “RUPTURA DE LA CÁSCARA DE LA NUEZ” O LA ANGUSTIA PSICOLÓGICA

Con respecto a la angustia existencial se produce un cambio cualitativo que modifica la propia esencia de esta vivencia.
Un día me contaba una compañera la odisea trágico-cómica que vivió en el Parque de Atracciones, adonde había ido con su hijo de cinco años: “De repente, Sergio desapareció. Noté su ausencia, y durante unos minutos (que a mí me parecieron eternos) me puse a temblar: el corazón latía muy deprisa, la cabeza me daba vueltas, y las piernas me flaqueaban. Por un instante perdí la noción del tiempo y del espacio. Era como estar en otra dimensión. Cuando vi a mi hijo detrás de un banco (estaba él solo jugando al escondite), sentí un gran alivio, pero mezclado con rabia y dolor”.
He aquí un ejemplo de angustia psicológica: parte somática (temblor de piernas, taquicardia, ahogo, cefaleas, etc.); parte psíquica: la sensación de estar flotando, la pérdida de la noción del tiempo, el bloqueo en las decisiones, etc.
La angustia normal, no neurótica (ni mucho menos psicótica), puede estar producida por la amenaza de la pérdida de un valor, una persona o una cosa. No es regresiva ni paralizante, sino que es más bien acicate para progresar. Siempre que se “pierde algo” (un ser querido, una pareja, un empleo, una etapa de la vida, la salud, un cambio de domicilio, etc.), sentimos ese cosquilleo que nos destroza las entrañas. Toda situación de cambio (salud-enfermedad, trabajo-desempleo, niñez-adolescencia, etc.) lleva en sí el germen del desarrollo y del retroceso.
Otra gran fuente de ansiedad es una situación de encrucijada: elegir entre esto o aquello, tomar talo cual decisión, hacer esta labor o aquella otra, etc. La vivencia desagradable surge al constatar la confusión, la ambigüedad. De hecho, como después veremos, la única salida sana consiste en optar por una cosa o por otra. Aunque elegir siempre supone un riesgo de equivocarse, es aconsejable hacerlo. Es como cuando estamos perdidos en una gran ciudad: la solución pasa por decidirse por un camino, no por adoptar una conducta paralizante.
Otras veces, la angustia tiene su origen en uno mismo: sentir que algún valor u objetivo se está tambaleando. Desde el simple hecho de no aprobar un examen, no tener trabajo, etc., hasta la propia sensación de inutilidad, de autodescalificación. Son otras tantas situaciones que producen una gran ansiedad. Esta angustia es evitable si conseguimos armonizar nuestras metas(terminar una carrera universitaria, ser valorado por los demás, conseguir una elevada posición social, ser un líder, etc.) con nuestras posibilidades. De lo contrario, se producirá el malestar.
Como en tantas cosas de la vida, también aquí se dan niveles. Desde la gran angustia psicótica (sentirse dividido, poseído por otro, ser otro, etc.), pasando por la angustia neurótica, donde la causa no está definida, y el sujeto se siente invadido por un sentimiento ambiguo y muchas veces confuso: “¡No sé qué me pasa, doctor!”, suelen exclamar estas personas. ¿Dónde poner el límite de la normalidad?

ANGUSTIA NORMAL Y PATOLÓGICA

Los límites son muy difusos. Lo anormal viene dado por la intensidad o su cronicidad en el tiempo, que condiciona e incluso paraliza la vida cotidiana. Esa reacción desproporcionada (entre el objeto-situación y la respuesta psíquica) es lo que distingue la angustia normal de la patológica (neurótica y psicótica).
Un ejemplo: uno puede sentirse angustiado por la muerte de un ser querido, lo cual es comprensible desde el punto de vista psicológico; pero si esta vivencia se prolonga en el tiempo o es tan fuerte que impide el normal desarrollo de la actividad diaria, o bien provoca conductas infantiloides (necesidad constante de cuidados, incapacidad para tomar decisiones, etc.), entonces podemos hablar de angustia patológica.

LA “RECOGIDA DEL FRUTO DE LA NUEZ” O CÓMO SUPERAR LA ANSIEDAD

Al igual que la fiebre, la angustia es signo de lucha entre el yo y sus “fantasmas inconscientes”. En la enfermedad somática, el síntoma es indicador de una posible patología, y por eso no es muy recomendable suprimirlo de golpe, ya que nos cerraríamos las puertas para llegar a un diagnóstico adecuado. Así, la angustia no debe ser neutralizada, en una primera instancia, pues nos puede dar la clave del cuadro clínico. Más que suprimir la angustia, sería conveniente fortalecer el yo, o bien disminuir los peligros. Por eso, el objetivo del tratamiento psico¬terapéutico no es eliminar la angustia, sino transformar esa vivencia neurótica en una vivencia normal que facilite la paz y la felicidad del individuo.

CLAVES PARA SUPERAR LA ANGUSTIA

#1.- Tomar conciencia de las propias posibilidades y desarrollarlas
Si las potencialidades del individuo no se cultivan, se anquilosan y mueren, como las piernas inmovilizadas, que se atrofian y ‘pierden’ hasta la capacidad de andar. Me lo decía un día una persona que había sufrido un esguince de tobillo y había estado tres semanas inmovilizada: “Parece como si ahora, tras la retirada de la escayola, no supiera andar”. De la misma manera, algunas personas se encierran tanto en sí mismas que se incapacitan para crecer psicológicamente.
Lo que sigue son palabras de un paciente: “Me siento como metido dentro de una gigantesca caja de cartón sin posibilidad de contemplar todo lo que ocurre a mi alrededor: los gestos de cariño de mis hijos, el afecto de mi mujer, el aprecio de mis amigos…” Encerrado sobre sí mismo se empobrece y se incapacita para crecer. Podemos afirmar que el hombre angustiado se encuentra como dentro de un gran laberinto cuya salida está obstruida por la propia ansiedad.

#2.- Bajar el listón de la exigencia
Cuando alguien en la consulta me dice: “No puedo más. Intento hacerlo todo bien, y es imposible. Pienso que no sirvo para nada”, yo le recuerdo que puede ocurrir que no se consiga superar la prueba, no por ser ‘mal deportista’, sino porque ‘el listón’ está demasiado alto. En el conflicto de objetivos y metas a conseguir, la solución no pasa por machacarse afirmando que uno es “un inútil”, “un desgraciado” o “un parásito”, sino más bien reflexionar y rebajar el nivel de exigencia, de responsabilidad, de aspiraciones.

#3.- Necesidad de elegir una opción
En cierta ocasión, una persona me dijo: “Estoy muy preocupado, pues mi relación con el jefe se va deteriorando, y no sé si marcharme de la empresa o pedir un cambio de puesto de trabajo”. Es cierto que la ambigüedad es una fuente de ansiedad; por eso, ante la duda, lo mejor es elegir, tomar partido. Es mejor equivocarse que continuar en la angustia de la ambivalencia.

#4.- Rescatar los aspectos positivos
Toda pérdida (de salud, de un trabajo, de un ser querido, de posición social, de dinero, etc.) supone desprenderse de algo valioso. La solución se encuentra en potenciar todo aquello que el objeto perdido nos ha proporcionado: bienestar, compañía, cariño, admiración, respeto, etc.

#5.- Acompañar durante la crisis de angustia o el ataque de pánico
Por definición, la crisis de angustia es un descontrol que el sujeto no puede neutralizar. Sus síntomas de ahogo, palpitaciones, mareo, etc. no son voluntarios ni caprichosos, por lo que es exigible de parte de la familia que manifieste comprensión y ponga todos los medios para que el paciente se sienta acogido y no rechazado o incomprendido. Hay que procurar una atmósfera relajante, donde no se produzcan reproches por los síntomas, sino más bien compartir su malestar y transmitir que será un proceso breve y sin resultados graves.

#6.- No tomar una postura muy alarmista en una crisis de angustia
Cuando un familiar o un amigo con ansiedad está experimentado alguno de los síntomas de una crisis de angustia, es mejor no adoptar un comportamiento de excesiva alarma, como salir corriendo hacia el hospital o llamar a la urgencia médica, pues ello le transmitiría al enfermo ansioso una gravedad que en realidad no existe.

#7.- Practicar ejercicios de relajación y evitar la hiperventilación
Si conocemos alguna técnica de relajación, deberíamos tratar de que la persona afectada por ansiedad la realice o, simplemente, hacer que el paciente respire dentro de una bolsa de plástico, pues de esa forma conseguiremos que reduzca su hiperventilación, que es la causa fisiológica de su crisis de angustia.

Por último, quiero señalar que, por definición, toda angustia es negativa. El ser humano no quiere sufrir, pues todo sufrimiento es alienante o, al menos, puede serlo. Pero la vida está salpicada de ese “dolor del alma” que es la angustia; y como nos dice el poeta Jalil Gibran, en muchas ocasiones la vida nos pone ante situaciones en las que se produce una ruptura de nuestra ‘cáscara’; pero, para que ese sufrimiento no sea estéril, debemos conseguir que esa ruptura, al final, nos lleve a disfrutar del ‘fruto’: mayor paz, tranquilidad, bienestar, seguridad, etc. De esta manera, la angustia nos ayudará a “crecer psicológicamente”: ése será nuestro ‘fruto’.

ALEJANDRO ROCAMORA BONILLA
Psiquiatra. Profesor en Centro de Humanización de la Salud. Exprofesor de Psicopatología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Comillas


 

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