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 LA DIGNIDAD ES EL LENGUAJE DE LA AUTOESTIMA, NUNCA DEL ORGULLO



Agosto 16, 2018, 07:33:02 am
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LA DIGNIDAD ES EL LENGUAJE DE LA AUTOESTIMA, NUNCA DEL ORGULLO


La dignidad no es cuestión de orgullo, sino un bien preciado que no podemos colocar en bolsillos ajenos ni perder a la ligera. Dignidad es autoestima, respeto por uno mismo y salud. Es también la fuerza que nos levanta del suelo cuando tenemos las alas rotas con la esperanza de llegar a un punto lejano donde nada duela, donde permitirnos mirar el mundo de nuevo con la cabeza alta.
Podríamos decir casi sin equivocarnos que pocas palabras tienen tanta importancia a día de hoy como la que encabeza en esta ocasión nuestro artículo. Fue Ernesto Sábato quien dijo no hace mucho que al parecer, la dignidad del ser humano no estaba prevista en este mundo globalizado. Todos lo vemos a diario, nuestra sociedad se articula cada vez más en una estructura donde vamos perdiendo poco a poco más derechos, más oportunidades e incluso libertades.

“Más allá del dolor y la alegría, está la dignidad de ser”
-Marguerite Yourcenar-

Sin embargo, y esto es interesante tenerlo muy presente, son muchos los filósofos, sociólogos, psicólogos y escritores que intentan ofrecernos estrategias para dar forma a lo que ellos llaman “la era de la dignidad”. Consideran que es momento de definirse, de tener voz y trabajar en nuestras fortalezas personales para encontrar una mayor satisfacción en nuestros entornos más próximos, y generar así, un cambio relevante en esta sociedad cada vez más desigual.
Personalidades como Robert W. Fuller, físico, diplomático y educador, ha puesto sobre la mesa un término que sin duda vamos a empezar a escuchar con mayor frecuencia. Se trata del “rankismo”. En este término se incluyen todas esas conductas que día día van carcomiendo nuestra dignidad: ser intimidados por terceras personas (parejas, jefes, compañeros de trabajo), sufrir acoso, sexismo e incluso ser víctima de la jerarquía social.
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido esa sensación de estar perdiendo la dignidad de algún modo. Ya sea por una relación abusiva o por desempeñar un trabajo mal renumerado, son situaciones con un alto coste personal. Exigir un cambio, posicionarnos a nuestro favor y luchar por los propios derechos nunca será un acto de orgullo, sino de atrevernos a ser valientes.

LA DIGNIDAD EN LA OBRA DE KAZUO ISHIGURO

Hace muy poco nos levantamos con la noticia de que el escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro iba a ser el premio Nobel de Literatura de este año. El gran público lo conoce sobre todo por una de sus novelas, “Lo que queda del día”, una obra que a su vez fue llevada al cine de manera excepcional. Lo más curioso de todo ello es que no todos atisban cuál es el tema central de ese libro tan meticuloso, desesperante a veces pero magnífico siempre.
Podríamos pensar que “Lo que queda del día” nos habla de una historia de amor. De un amor cobarde y de murallas, de esos donde los amantes jamás llegan a tocarse la piel y las pupilas quedan perdidas en cualquier otro lugar, menos en la persona que uno ama. Quizás deduzcamos que el libro es la historia de una casa y de sus habitantes, amos y sirvientes, y de cómo un noble, Lord Darlington, buscó la amistad de los nazis ante la pasividad de su mayordomo que vio cómo su señor traicionaba a la patria.
Podríamos decir esto y mucho más, porque esa es sin duda la magia de los libros. Sin embargo, “Lo que queda del día” habla de la dignidad. De la dignidad del personaje que hace de narrador y que a su vez, es el protagonista de la historia, el señor Stevens,  mayordomo de Darlington Hall.
Toda la novela es un puro mecanismo de defensa, un intento de justificación continua. Estamos ante una persona que se siente digna y honrada por el trabajo que realiza, pero tal labor no es más que el reflejo de la servidumbre más cruenta y absoluta, ahí donde no cabe espacio para la reflexión, la duda, el reconocimiento de las propias emociones y aún menos para el amor.
Sin embargo, llega un momento en que la imagen del “gran mayordomo” se desmorona. Durante una cena uno de los huéspedes de Lord Darlington le hace una serie de preguntas al señor Stevens para evidenciar la total ignorancia de las clases bajas. Un ataque directo a su “yo” donde el mayordomo queda a un lado para dejar paso al hombre herido que nunca tuvo dignidad y que vivía bajo una coraza. El hombre que se negó el amor verdadero por servir a los demás.

RECUPERAR Y FORTALECER NUESTRA DIGNIDAD

Resulta sin duda curioso cómo el observador externo e incluso el lector que navega página a página en libros como “Lo que queda del día”, sabe de inmediato cómo determinada persona está siendo manipulada o cómo teje un laborioso autoengaño para justificar cada acto a nuestros ojos inexplicable. Sin embargo, también nosotros podemos estar llevando a cabo determinadas labores muy similares a las del mayordomo de Darlington Hall.

“La dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos”.
-Aristóteles-

Puede que lo estemos dando todo por ese amor, por esa relación dañina, tóxica e incluso desgastante. A veces amamos con los ojos ciegos y el corazón abierto, sin percibir que en ese vínculo se nos va hebra a hebra todo el tejido de la autoestima. Puede también que llevemos tiempo en ese trabajo mal pagado, en el que no nos valoran, se nos va la vida y la dignidad… pero qué se le va a hacer, los tiempos son los que son y siempre será mejor lo malo conocido que una cuenta corriente vacía.

Debemos despertar, lo decíamos al inicio, esta debe ser la era de la dignidad, esa donde todos debemos recordar nuestra valía, nuestra fortaleza, nuestro derecho a tener una vida mejor, a ser merecedores de aquello que deseamos y necesitamos. Decirlo en voz alta, poner límites, cerrar puertas para abrir otras y definirnos ante los demás no es un acto de orgullo o egoísmo.
Evitemos perder nuestra individualidad, dejemos de justificar lo que es injustificable y evitemos formar parte de ese engranaje que apaga día a día nuestras virtudes y maravillosas personalidades. Aprendamos por tanto a dejar de ser súbditos de la infelicidad para crearla con nuestras propias manos y voluntades.




Valeria Sabater



 

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