DEJARSE ENCONTRAR POR DIOS
Este es el momento de encontrar la calma y eludir las prisas.
Serenidad.
Silencio.
Los ojos abiertos hacia adentro.
Parar… y sentir.
SENTIR.
Escuchar dentro.
O sea, SENTIR.
TIEMPO, SILENCIO, y SENTIR.
Esta es la fórmula mágica para dejarse encontrar
por la sabiduría y por Dios.
Quédate quieto.
Esperando, pero sin expectaciones ni ansias.
Sabiendo que no llegará precedido de trompetas y tambores,
ni es externamente deslumbrante.
Se trata de probar el estremecimiento de sentir.
Alargar el sentimiento, permitiendo la claridad.
Dejar los diálogos internos dormidos,
parado el deseo,
todo en descanso.
Escuchar la llamada,
en medio del ruido y las distracciones,
de un pájaro que nos dice en su lenguaje de pio-pio que es Dios.
Escuchar a una flor,
que nos dice en el lenguaje de los colores y las formas,
que es Dios.
Escuchar un amanecer,
que nos dice en el lenguaje de la luz que es Dios.
Y sentirlo.
Nada más –en principio- que ser consciente de todo ello,
nada más que darse cuenta de que todo ello sigue allí,
sin preocuparse de nuestra atención o no.
Desocupar la mente de viejos prejuicios archivados.
Tirar en un camión de basura casi todo lo guardado.
Permitirse ser un campo necesitado de siembra y abono.
Darse el gusto enorme,
y la satisfacción completa,
de no tener que ser algo o alguien concreto,
ni es preciso cumplir unos mínimos necesarios,
ni saber de simbolismos o tener conocimientos esotéricos,
ni nombres de importantes,
ni frases afortunadas.
Ser Uno.
UNO.
No un número, sino UNO MISMO.
Ser todo y ser nada.
No necesitar ocupar un orden en una escala,
ni méritos adquiridos, ni batallas ganadas;
que sea suficiente ser una mínima pisada,
algo insignificante.
Ser también un Dios de andar por casa
o ser la expresión más grande de la creación humana,
pero sentirse, saberse vivo y en calma.
Estar quieto y vacío para recibir lo que se nos mande.
Saber que la vida no son solamente momentos trascendentes,
sino que la vida también es lo cotidiano y cuando no pasa nada.
Dejar quieto el pensamiento.
Dejar descansar el alma.
Olvidar las prisas y las urgencias.
Estar receptivos a Su llegada,
para que cuando llegue Dios encuentre nuestra vida en calma.
Permitirse ser recorrido por el escalofrío que anuncia la llegada de Dios.
Permitirse ser menudo,
ser deseo de Sus caricias,
y sentirlas en el alma.
Cerrar los ojos y sentirlo todo,
porque Dios es TODO.
Es un paseo arbolado,
un camino entre hierbas,
la música, el aire, el pan,
la lluvia que nos moja y la cotidiana esperanza.
Dejarse encontrar por Dios.
Somos sus hijos y nos busca.
Abrir los brazos y esperar ser abrazado.
Estar atentos para que en el momento que quiera contactar
con nosotros estemos conscientes y no nos encuentre ocupados,
distraídos con otras cosas y sin poder recibirle.
Al final de nuestra vida tal vez lo único que de verdad importe
es que hayamos realizado el reencuentro,
y toda la alegría que hayamos podido repartir,
el poso que haya dejado la Vida en nuestra alma,
tanto el amor que nos hayan entregado
como el que nosotros ofrecimos…
Y al final, como ya fue al principio, Dios.
Dejarse encontrar por Dios.
Te dejo con tus reflexiones…