EUPÉTICA: LA RECETA MÁS SUBVERSIVA DE THOREAU PARA UNA VIDA LIBRE Y PLENA
“La mayoría de los hombres llevan una vida de tranquila desesperación. Lo que se llama resignación no es más que una desesperación confirmada”, escribió el filósofo Henry David Thoreau en su libro “Walden”.
En el mundo moderno nadie tiene tiempo para ser nada más que una máquina, “no le cabe otra cosa que convertirse en máquina”. Dado que el tiempo libre prácticamente ha desaparecido, “nadie puede permitirse el lujo de trabar relación con los demás” La relación con uno mismo y con los otros es falsa. “La conversación cotidiana es vacía e ineficaz”. El espacio de esas cosas lo ocupa por completo el cansancio.
Las preocupaciones inútiles saturan la existencia. La mayoría de las personas son esclavos de la trivialidad de lo cotidiano: trabajo, salario, consumo, deudas… Y luego “enfermamos por contar con algo para un día aciago”, por ahorrar haciendo contorsiones existenciales épicas, “dedicando la mejor parte de la vida a ganar dinero con objeto de disfrutar de una libertad cuestionable durante la peor parte de aquélla”. Mientras tanto, todos mueren hoy al postergar su vida para mañana. Perdemos la vida intentando ganárnosla.
¿La solución? Practicar la eupéptica, uno de los pocos neologismos que usó el filósofo en toda su obra.
¿QUÉ ES LA EUPÉPTICA?
En “La vida sin principios”, Thoreau hace referencia a que la mayoría de las personas digiere todo con dificultad: el estado, la sociedad, la política, las relaciones, la rutina cotidiana… A esa dificultad para digerir la denomina dispepsia y la califica como una “función vital para la sociedad humana”, pero no para cada individuo, por lo que si nos sometemos a ella terminaremos siendo engullidos.
Está convencido de que todos somos una especie de engranaje de un mecanismo mayor que nos “obliga” – de manera más o menos evidente y más o menos coercitiva – a preocuparnos por cosas que nos resultan difíciles de digerir pues en realidad nos alejan de nuestro estado natural y nos condenan a una vida de insatisfacción y resignación.
El filósofo contrapone a esa dispepsia, la eupepsia, una voluntad consciente de disfrutar que se opone a la negatividad y los automatismos que nos circundan. Es un “congratularnos mutuamente por el glorioso amanecer de cada día en vez de reunirnos como dispépticos para contarnos nuestros malos sueños”.
Sin embargo, la “medicina eupéptica” que propone Thoreau no es un simple “pensamiento positivo” sino que va mucho más allá, es un camino subversivo de liberación personal que implica vivir como descubridores de nosotros mismos, no buscando una revolución exterior sino una manera de vivir personal, original y basada en la simplicidad.
LOS 7 INGREDIENTES DE LA “MEDICINA EUPÉPTICA”
1. Elige la felicidad conscientemente
Thoreau creía que nada fuera de nosotros mismos puede aportarnos la paz y la felicidad que necesitamos. Estaba convencido de que todas las situaciones encierran aspectos positivos y negativos, por eso abogaba por transformar los inconvenientes en ventajas, buscar lo positivo en lo negativo, elegir conscientemente la felicidad frente al pesimismo, la alegría a la tristeza y hacer de la propia vida una fiesta. Creía que la diversión que buscamos desesperadamente no es más que la expresión de una tristeza existencial porque no está dirigida a nutrir el alma sino a olvidarnos de los problemas. Su solución pasaba por el autoconocimiento y la simplicidad.
2. Conócete a ti mismo
El mayor viaje de nuestra vida es el viaje de descubrimiento personal. Aunque el filósofo tuvo la oportunidad de recorrer medio mundo, prefirió recluirse en los bosques de su pueblo natal, Concord, para explorar su interior. Animaba a “explorar el mar propio, los océanos Atlántico y Pacífico de uno mismo” y pensaba que “para ello se requiere vista y valor”, mucho más que para perderse por otras latitudes de la Tierra. Ese viaje de descubrimiento personal nos permitirá conocer nuestros recursos pero, sobre todo, saber exactamente qué necesitamos y deseamos, liberándonos del influjo social.
3. Sé fiel a tus sueños
En un mundo donde todos nos invitan a ser pragmáticos, Thoreau proponía justo lo contrario. Creía que “si ya has levantado castillos en el aire, tu trabajo no tiene por qué ser vano; ahí es donde debieran estar. Ponles ahora los cimientos”. Uno de sus mandamientos era vivir la vida que hemos imaginado, seguir nuestros sueños, en vez de dejar que se enmohezcan en el fondo de un cajón, relegándolos a un último plano para priorizar los mandamientos de la sociedad. Estaba convencido de que, si creemos en nuestros sueños, hallaremos la confianza necesaria para hacerlos realidad. Así también evitaremos esa calcificación del alma que nos impide la creación y la frescura en el uso de nosotros mismos y del mundo.
4. Ama tu vida, vive sin penitencia
Thoreau estaba convencido de que debemos amar nuestra vida y alejar de ella todo sentimiento de culpa o exaltación del sufrimiento, como proponen muchas religiones. Para el filósofo, amar la vida significa alejarse de esas pulsiones autodestructivas tan comunes en nuestro pensamiento cotidiano y, sobre todo, tener confianza en nosotros mismos y en la dirección que toman las cosas. Es buscar la alegría en la propia existencia, sin necesitar nada más. Es no necesitar justificar la existencia sino simplemente disfrutarla y abrazarla.
Para ello necesitamos deshacernos de la esclavitud de los juicios, no solo de los juicios de los demás sino de los nuestros. Necesitamos crear nuestra vida con nuestras propias manos. Afirma que “ninguna forma de pensar o hacer, por antigua que sea, puede ser tomada a pies juntillas” porque los modos de vida antiguos no son verdades eternas e insuperables, certezas inmutables sino más bien opciones criticables. “Lo que todo el mundo celebra o admite hoy en silencio puede revelarse falso mañana”. No debemos asumir como verdad un estilo de vida solo porque lo comparten millones de personas. Un gran número de personas también pueden compartir el mismo prejuicio y eso no lo hace más válido.
5. Simplificar, simplificar, simplificar
“Lo superficial lleva a lo superficial”, escribió Thoreau. “¿Qué sentido tiene adquirir riquezas mundanas o fama, y dar una falsa imagen a los demás, como si fuéramos todo cascara y concha, sin un corazón tierno y vivo dentro de nosotros?”, se preguntaba. La sencillez es un imperativo de su medicina eupéptica y los dos años que vivió en el bosque son la muestra de ello. El filósofo pensaba que nos hundimos bajo el peso de lo superfluo, de manera que gastamos nuestro tiempo y energía para comprar esas cosas, convirtiéndonos por ende en esclavos de lo que deseamos y lo que poseemos.
De hecho, ese simplificar también incluye las actividades, entre ellas el propio trabajo, sobre todo cuando este tiene como único objetivo seguir comprando cosas que no son imprescindibles ni brindan felicidad. Pensaba que el trabajo solo es un medio para producir los bienes necesarios para una vida sencilla.
6. Estar donde esté tu cuerpo
Thoreau no se mantuvo al margen de la sabiduría oriental, conocía la meditación y sus beneficios, pero sobre todo, era consciente de la importancia de vivir en el aquí y ahora. Creía que caminar y observar la naturaleza eran dos estrategias eficaces para encontrarse a uno mismo. Abogaba por estar plenamente presentes, aprovechar el instante y tener tiempo libre para estar con uno mismo. En sus propias palabras: “estar ocupado sin hacer nada”.
7. Vivir libre, sin ataduras
“¿Alardeamos de la libertad de ser esclavos o de la libertad de ser libres?”, se preguntaba el filósofo que ha exaltado como nadie la libertad y la soledad elegida. Para Thorea, la libertad consistía en poder inventar la propia vida, tener tiempo para hacer lo que deseamos, obedecer nuestros deseos y vivir sin ataduras. Irse, regresar o quedarse a voluntad, haciendo de la propia vida una obra de arte. Pero sobre todo, la libertad era libertad de pensamiento. “Si un hombre piensa con libertad, sueña con libertad e imagina con libertad, nunca le va a parecer que es aquello que no es, y ni los gobernantes ni los reformadores ineptos podrán en realidad coaccionarle”.
Aunque quizá el consejo más valioso de todos con el que nos podemos quedar, para hacer honor al pensamiento de este filósofo, era: “No me imiten, no me copien, inventen vuestra vida, creen vuestra existencia […] No se puede vivir la vida de otro”.
Jennifer Delgado