MEJOR NO ADMIRAR DEMASIADO
La admiración equivale a estimar las cualidades de otra persona, por ser extraordinarias y dignas de ser imitadas.
Esto de admirar es bueno, porque es motivador: uno ve que otro ha podido llegar, o saber, o conseguir, o ser de cierto modo, y eso que se denomina tan mal, lo de “envidia sana”, empuja de un modo silencioso a tratar de conseguir algo parecido a la referencia admirada.
¿Alguna vez has notado que has dejado de admirar, poco a poco, a la persona que tenías hasta entonces puesta sobre un pedestal?
No te preocupes. Eso está bien.
Ese desencanto puede formar parte de un proceso que comprende, por una parte, que te estás dando cuenta de que los demás también son humanos, y tras la aureola que le hemos colocado está el ser que también duda, y que puede aparentar ser experto en un asunto pero frágil en otros; de otra parte, eso indica que estás en una fase de maduración propia, donde te das cuenta, aunque no te des cuenta, de que cada vez estás más cerca de aquello que alguna vez, más o menos secretamente, aspiraste a ser.
Hay que tener cuidado con encumbrar a alguien, y más si ese alguien no lo ha solicitado.
Por otra parte, hay una multitud de “pseudo-maestros” que pululan por ahí solicitando adoración, reconocimiento y agasajos.
Tenemos que saber esto: todos los Maestros son humildes; ninguno pedirá reconocimiento, sino que la modestia y la sencillez serán sus señas de identidad; tendrán el ego domesticado; no serán dogmáticos y aceptarán perfectamente cualquier duda, incluso cualquier discusión.
Es mejor admirar, pero desde un punto imparcial y humilde, y sin menospreciarnos por ello. No es que el otro valga mil y nosotros cero. Es que quizás él comenzó antes, sus circunstancias le permitieron avanzar más, o sus dones son distintos.
Admirar, sí. Pero no quedarse enganchado o apegado al admirado, ni adorarle como a un gurú o Dios falso, ni seguir sus pasos y sus indicaciones fielmente sin raciocinio. Nunca decir que sí a todo, y nunca dejar de refutar lo que no convence. Antes que aceptar ciegamente lo que no resuena armónicamente en nuestro interior, es mejor confiar en la intuición de uno, en esa sabiduría interna que no dejamos manifestarse tanto como debiéramos.
Admirar, sí. Pero no quedarse estancado a causa de esa admiración, rendido de antemano porque uno no va a llegar a donde ha llegado el admirado. La envidia y los complejos, a un lado.
Que sólo te sirva como la confirmación de que se puede llegar, y adelante hasta que llegues.
Si te interesa conocer lo que opino sobre “El Maestro”, lo puedes ver aquí:
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