CAPÍTULO 55 – LOS PROBLEMAS
Este es el capítulo 55 de un total de 82 -que se irán publicando- en los cuales se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.
“La mayoría de las personas gastan más tiempo
y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos.”
(Henry Ford )
“Los problemas son para resolverlos”.
“Si tienes un problema y no tiene solución, ¿para qué te preocupas?
y si tienes solución, ¿para qué te preocupas?”
(Proverbio chino)
“Todos los problemas proponen un aprendizaje.
Resuélvelos, y una vez resueltos, quédate con el don que te aportan”.
“Si nos acercamos demasiado al problema, éste influirá de tal modo en nuestra percepción que hará imposible toda imparcialidad; en tal caso, empezaríamos tratando de resolver el problema antes de haberlo comprendido realmente y de haberlo visto en su conjunto.
Una gran parte del sufrimiento de la humanidad se deriva de esta tendencia que está presente en todos nosotros.”
(Jacob Needleman)
“Enfrentarse, siempre enfrentarse, ese es el modo de resolver el problema. ¡Enfrentarse a él!”
(Joseph Conrad)
“No podemos resolver problemas pensando
de la misma manera que cuando los creamos.”
(Albert Einstein)
“El optimista es una parte de la respuesta.
El pesimista es siempre una parte del problema.”
(Anónimo)
“Un problema deja de serlo si no tiene solución.”
(Eduardo Mendoza)
En este capítulo, cuando me refiero a “problemas”, son exclusivamente los de tipo humano o espiritual, no a un interruptor que no funciona o un coche que no arranca.
“La mayoría de las personas desperdician una gran parte de su tiempo en preocuparse por problemas que nunca han sucedido y que posiblemente nunca lleguen a suceder”.
Eso acarrea inquietudes, miedos, desasosiegos, inseguridades, preocupaciones… y todo ello es evitable e innecesario.
Es muy importante tener esto muy claro, porque saber que la mitad de los asuntos que llamamos problemas no son problemas, sino inconvenientes, complicaciones, o asuntos molestos -todos asuntos muy leves, sin ninguna complicación ni trauma incorporado-, pero que no son problemas, nos puede evitar muchos malos momentos.
Nos gustan las cosas cómodas y nos desagradan las dificultades, aunque estas sean breves, por eso cualquier cosa que podamos encasillar como “problema” nos resulta fastidioso y nos pone nerviosos o de mal humor, y eso es sólo el comienzo de un proceso de auto-destrucción, de mal humor, enfado, bajada de autoestima, nerviosismo, preocupación, etc., por no querer comprender que eso desagradable que está pasando es algo que conviene más resolver que quedarse estancado en la búsqueda del culpable.
LOS PROBLEMAS DE LO OTROS SON DE LOS OTROS
Los problemas, los auténticos, pueden ser ajenos o propios, aunque se interrelacionan en numerosas ocasiones, porque a veces nos hacemos cargo de los problemas de los demás (incluso aunque no nos lo hayan pedido…) y nos creemos una especie de superman o superwoman con superpoderes para solucionar los asuntos del mundo entero y todos sus habitantes, junto con una caridad cristiana mal entendida, y eso nos empuja a querer ayudar al prójimo.
Al prójimo hay que dejarle que viva sus propias experiencias y que resuelva sus problemas, porque todo problema lleva implícita una lección y esa lección es personal, y la enseñanza que contiene es para quien lo resuelve.
Al prójimo hay que dejarle que decida su propia vida y escoja sus propios sufrimientos.
Resolver los problemas de los demás, cuando no nos lo han pedido, es un modo de menosprecio hacia ellos; es como decirles “tú no vales”, “tú no sabes resolver”, “voy a hacerlo yo por ti”, pero, además, es un acto orgulloso en el que estamos diciendo “yo sí sé”, “yo sí puedo resolverlo y lo voy a hacer”. Se convierte en una sobreprotección que no es adecuada.
Amar al prójimo, sí.
Ayudar al prójimo… depende.
Una cosa hay que tener clara por encima de lo que queramos hacer por los demás: los problemas de los demás, son los problemas de los demás.
Suyos.
Si alguien nos pide que le ayudemos con un problema personal y creemos estar capacitados para ayudarle de algún modo, podemos y debemos hacerlo, pero no tomando la decisión de lo que el otro tenga que hacer, sino simplemente orientando, exponiendo una opinión, sugiriendo, ofreciendo nuestro punto de vista, pero dejando siempre que sea el otro quien tome la decisión, quien asuma su responsabilidad.
Hay que sentirse en paz con esta actitud y no auto-flagelarse porque nunca sabremos si lo mejor para el otro es, precisamente, que a nuestro parecer se equivoque, lo que le puede o debe aportar una posterior experiencia. Respetar las decisiones del prójimo posiblemente sea uno de los mandamientos que quedaron sin escribir.
DESDE UN PUNTO DE VISTA KÁRMICO
Desde un punto de vista kármico, uno ha preparado que en esta vida se vayan presentando una serie de situaciones-problemas para aprender a resolverlos y de ese modo continuar su camino de perfeccionamiento. Si nosotros nos entrometemos pretendiendo evitarle “el problema”, estamos entorpeciendo su evolución. O sea que mejor no jugar a ser Dios ni pretender arreglar el mundo de los demás.
Una vez escuché contar que en ciertas zonas de la India, donde creen firmemente en la rueda de las reencarnaciones, si una persona era atropellada y quedaba grave, nadie le auxiliaba porque creían que estarían entorpeciendo su experiencia kármica.
LOS PROBLEMAS Y LA AUTOESTIMA
Muchas personas no toman sus propias decisiones porque presuponen que serán equivocadas, y se tienen miedo a sí mismas porque son injustas y crueles en el propio auto-castigo por lo que denominan errores.
En muchos casos, equivocarse en una decisión conlleva una tristeza o una depresión seria, la bajada de un metro en el nivel de autoestima, una larga temporada en que uno no se saludará ni en el espejo, un monólogo interminable de reproches, miedo a tener que tomar más decisiones… A esas personas les resulta más cómodo que sea otro quien las tome por ellas, porque de ese modo le queda la opción de culpabilizar a ese otro de haberse equivocado. “Yo no tengo la culpa, yo hice lo que me dijeron…” pueden decir.
La responsabilidad de la vida es personal de cada uno, y esa responsabilidad no se debe delegar.
En cuanto a los problemas propios, hay que encararlos, nunca negarlos ni evitarlos, pero con optimismo –que es nuestro mejor aliado-, con amor y voluntad -también buenos aliados”, y con decisión y la conciencia tranquila de que uno está haciendo en ese momento lo que cree que debe hacer y del modo que considera correcto.
Nunca tomamos decisiones que creemos serán la peor, o que irán en contra de nosotros y nuestros intereses, sino que actuamos de acuerdo con nuestras circunstancias, nuestras posibilidades, nuestra mejor voluntad, o nuestra educación y conocimientos.
Unas veces seleccionamos la mejor respuesta y otras veces la única que se nos ocurre.
Si después se demuestra que el resultado no es bueno, desde ese punto de vista, posterior a los hechos, con las nuevas experiencias adquiridas, o la nueva situación personal, no se debe juzgar nunca, y aún menos condenar, a uno mismo por la decisión que tomó.
Nadie, ni siquiera uno mismo, tiene derecho a juzgar a sus cincuenta años, con la mentalidad y los conocimientos de esos cincuenta años, a quien fue con veinte, con treinta, o con cuarenta y nueve años y once meses y medio.
Uno sólo tiene derecho a juzgarse a sí mismo desde el instante en que es consciente de algo, y en el caso de que a partir de ese entonces actúe en contra o sin respetar ese algo del que ahora sí es consciente.
SOLUCIONES O SUGERENCIAS
¿Cómo se pueden resolver los problemas?
Conviene dejar en manos del Yo que sabe observar lo que llamamos el problema, que quizás no sea tal cosa, y que él actúe en el modo que mejor corresponda.
Hay muchas técnicas que se pueden usar.
Una de ellas, bastante eficaz y sencilla, es imaginarse a uno mismo sentado, y visualizar que una imagen de nosotros se duplica, sale de nuestro cuerpo, se sienta frente a nosotros, y nos cuenta qué es lo que le pasa. Podemos ir haciendo preguntas, para saber qué siente, o cuál es su preocupación, pero no juzgarle. Sólo escuchar.
Después, uno reintegra a su “doble” en sí mismo y… ahora comienza la parte complicada, porque nos acabamos de enterar con más claridad de cuál es problema.
Desde ese desapego de ver el problema en otro, y no sentirse involucrado ni afectiva, ni económica, ni emocionalmente, es más sencillo tener la objetividad de valorar las cosas en su exacta medida.
Es ahora cuando hay que aplicar la solución que hayamos descubierto mientras el otro yo nos contaba nuestro problema. Ahora es cuando comienza la responsabilidad: ya lo sé y sé que soy quien tiene que resolverlo.
Para esta práctica conviene que sea el Yo Observador quien se quede sentado, y que sea el yo confundido quien vaya a la silla de enfrente y cuente su revoltijo.
Hay una variación para quien le resulte difícil la anterior, y es imaginar que el problema es de otro, que sea otra imagen la que se sienta enfrente, y pedirle que nos lo cuente. Es lo mismo que hacemos cuando una persona nos relata su problema. Como no estamos implicados en él, tenemos la objetividad suficiente como para verlo con claridad, sin sus nervios y preocupaciones, y podemos decirle nuestra opinión. Sólo nuestra opinión, porque la tendencia del que tiene el problema es preguntar: ¿tú qué harías en mi lugar?
La respuesta –cuando nos pregunten- es sencillísima y absolutamente igual en todos los casos: “yo haría lo mismo que tú. Si yo estuviera en tu situación, con tu educación y tus circunstancias, con tu edad y tus inquietudes, haría exactamente lo mismo que tú. Ahora, si la pregunta es qué haría yo en tu lugar pero sin dejar de ser yo mismo, mi respuesta es…” y uno dice su opinión.
ATENCIÓN
Problemas vamos a tener siempre, para qué negarlo.
Estamos condenados, de momento, a convivir con ellos. Se van a presentar más de los que desearíamos, y más a menudo.
Tenemos que ver qué hacer con ellos, si dejarnos aplastar por su pesadez y su tiranía, o si estamos dispuestos a enfrentarnos a ellos y tratar de eliminarlos o, cuanto menos, quitarles las espinas y el veneno, y diluirlos para que no duelan. Mejor dicho, para que no nos descentren de nuestro punto de orden y equilibrio.
Ya lo hemos visto antes: si hay un problema, y su resolución depende de nosotros, primero reconocerlo; después solucionarlo.
¿Y si no tiene solución el problema?
En los que no depende de ti el poder resolverlos, porque tú no eres quien lo ha provocado sino el afectado, puedes conseguir que te perturben más, menos, o nada, y esto sí depende de ti.
Si depende de ti y no has conseguido la solución óptima, tendrás que aplicar la segunda mejor opción, y seguir atento al problema por si cambia alguna cosa o aparece la buena.
¿Estás dispuesto a convivir con el problema hasta que se resuelva?
La aceptación te evitará mucho sufrimiento. Reconoce que tienes que convivir con él una temporada y no permitas que afecte al resto de situaciones de tu vida.
RESUMIENDO
A raíz de todo lo expuesto, espero que queden claras dos cosas: que muchos de los denominados problemas no lo son (y por tanto no hay que tratarlos como tales), y que eres responsable de tus problemas, que tienes que resolverlos tú, y que no debes afligirte porque otra persona decida afligirse por sus problemas.
Hay que resolverlos.
De nada te sirve seguir sufriendo por ellos durante más tiempo.
Antes o después tendrás que hacerlo.
Mejor, antes.
No existe nadie mejor que tú para resolver tus problemas.
Tienes que confiar en esto.
Francisco de Sales