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 61 – LA INFELICIDAD



Julio 13, 2020, 05:05:29 am
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Desconectado Francisco de Sales

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61 – LA INFELICIDAD
« en: Julio 13, 2020, 05:05:29 am »
CAPÍTULO  61 – LA INFELICIDAD

Este es el capítulo 61 de un total de 82 -que se irán publicando- en los que se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.


 “Podríamos olvidar más fácilmente los asuntos infelices
 si no insistiéramos tanto en recordarlos”.

“Desear obsesiva y exclusivamente la felicidad
es uno de los principales motivos de infelicidad”.

“El objetivo no ha de ser eliminar la infelicidad,
sino mantenerla en el mínimo”.

“Todos los instantes tenemos la oportunidad de cambiar
lo que nos hace infelices”.

“La felicidad o la infelicidad no se miden desde el exterior
sino desde dentro”.
(Giacomo Leopardi)

“La infelicidad se produce, básicamente, por la no aceptación de la realidad, y en algunos casos también por no encontrar sentido a la vida”.


Nos han convencido de que tenemos que conseguir éxitos, tenemos que estar bien, recibir alabanzas, ser felices, y es necesario que seamos reconocidos y bien valorados.
Nos han dicho tantas cosas que no son ciertas… y la mayoría de ellas nos las hemos creído. Y nos han convencido de que no lograr ciertas cosas, o no tener bienes materiales, nos tiene que producir, inevitablemente, infelicidad, porque no conseguirlo todo es haber fracasado.
Y es mentira.
Si se consiguen, está bien; si no se consiguen, está bien.
Todo está bien o todo ha de estar bien.
Hay que darse cuenta de esto y evitar que cualquier cosa ajena a nosotros controle nuestra estabilidad personal y emocional.
Nadie nos ha de marcar cuáles son nuestras aspiraciones, ni nos tiene que decir qué ha de hacernos sentir bien o mal, ni qué cosas nos han de producir placer y, menos aún, cuáles nos han de hacer infelices.

Uno ha de decidir lo que permite que le produzca infelicidad, y para qué quiere infelicidad, porque la mayoría de las veces lo único que aporta es una bajada de la autoestima, un punto de vista negro de la vida, una caída en picado del ánimo, desesperanza, desconfianza en uno mismo y en el porvenir, depresión, angustia, infelicidad y demonios similares, a cambio de nada positivo.
La infelicidad no es una buena compañía.


LA INFELICIDAD

En este observarnos, que poco a poco se empieza a convertir en una buena costumbre, nos vamos a dar cuenta de cómo en numerosas ocasiones confundimos insatisfacción con infelicidad.
Y es grave equivocarse.
Sobre todo porque la infelicidad la entendemos casi como insalvable, conlleva pesimismo, frustración y amargura, y además la extendemos al conjunto de la vida en general. No somos capaces de entender “no soy feliz del todo en un aspecto concreto de mi vida,” sino que sentimos “yo soy infeliz, mi vida es infeliz”. Gran diferencia.
Si algo no nos da la satisfacción que esperábamos nos consideramos infelices por ello, y en vez de entenderlo como un hecho aislado en el conjunto de nuestra vida, con un valor ridículo en porcentaje, le autorizamos a que contagie y amargue al resto, y nos ponga encima la losa amarga e insoportable que conlleva ese título.
Hemos de tener cuidado de ser razonables con las posibilidades que tienen de realizarse nuestros deseos, porque si nos ponemos metas imposibles, la no consecución nos regala el título de fracasado, merma nuestra autoestima, y por tanto no nos faculta ni anima para enfrentarnos a conseguir nuevas realizaciones.


LA INFELICIDAD NO EXISTE

La infelicidad -tal como la entendemos la mayoría de la gente- no existe.
Llamamos infelicidad a la menor presencia de felicidad en nuestra vida, a que no se cumplan los deseos que hemos soñado y casi por lógica no se pueden cumplir, a que no logremos los éxitos que otros han logrado, al inconformismo con la vida que nos hemos procurado, a no haber acertado en todas nuestras decisiones…
Y eso no ha de ser motivo de infelicidad, porque objetivamente es simplemente que no se han cumplido los sueños/deseos/fantasías, o que no se poseen algunas cosas, y tenemos la capacidad de hacer que todo eso no sea motivo de frustración porque es la realidad y hay que aceptarla como tal.
Nosotros damos el poder a las cosas –consciente o inconscientemente- para que nos afecten o no.
Soy yo quien decide –consciente o inconscientemente- si permito que una cosa me afecte o no. Y TENGO QUE HACER USO DE ESTE PODER Y ESTE DERECHO.
Es mi tarea dejar a salvo mi felicidad sin contaminarse por lo que he querido calificar como infelicidad.

La infelicidad es una opción personal más que algo que nos impongan, es una especie de prejuicio que le ponemos a cómo recibimos y sentimos las cosas. Se produce en la mayoría de las  ocasiones porque queremos que las cosas cambien y no asumimos que somos nosotros quienes debemos cambiar previamente.           
Responsabilizamos de nuestra infelicidad a cosas externas que no dependen de nosotros y que no tienen por qué jugar a nuestro favor, o a no poder realizar sueños imposibles que no asumimos que son imposibles, o a desear sin conseguir algo que es difuso o etéreo y que no concretamos; ni siquiera comprobamos su posibilidad de convertirse en realidad.
Culpabilizamos a los demás o al destino; nos acogemos a la fantasía de que quizás hayamos hecho algo malo en otra vida y ahora debamos pagarlo; no nos revelamos contra la tontería que decían algunos curas de que “a este mundo se viene a sufrir porque es un valle de lágrimas” (¡qué estupidez!); nos creemos esclavos de los miedos que nos atenazan y sucumbimos irremediablemente a su dictadura de lo fatídico, y acabamos conformándonos con la limosna de que la vida nos permita sonreír a veces.

Estamos condicionados por el hecho de tener y usar respuestas emocionales a las situaciones, y que estas  sean automatizadas y no individualizadas.
Un despido en el trabajo es, en la respuesta automática, malo. En cambio, nos puede dar la posibilidad de encontrar otro empleo mejor. Un día de lluvia es, en la misma respuesta automática, triste. Pero también es emotivo, nostálgico, intimista, o romántico. La muerte de una persona puede ser buena si con ello se libera de sufrimientos. La ruptura de una relación –si es tóxica- es liberadora.
Todo esto nos obliga a replantearnos cada situación que aparentemente lleva implícita la infelicidad, porque todo lo incomprendido conlleva una esperanza, todo lo oscuro tiene en alguna parte una luz, todo lo desagradable oculta algo positivo, y la vida nos enseña, a veces, con lecciones que nos parecen caras e ingratas.
Encarémonos a la cosa que nos provoca infelicidad para eliminarla.
No la infelicidad, sino la razón de que sea eso lo que sintamos.
No sirve eludirlas y olvidarlas. La semilla está puesta y seguiremos sufriendo sus efectos.
Se trata de aniquilarlas, a ellas y a sus consecuencias, para evitar seguir siendo sus inconscientes sufridores.
Debemos mantener el compromiso de crear momentos maravillosos para los demás, pero sin duda tenemos la obligación de crear una vida continuamente mágica para nosotros.


ATENCIÓN

Lo que tú llamas infelicidad quizás sea en realidad nada más que una insatisfacción, un desconocido miedo, un poco de desánimo... no te confundas. Tal vez estés magnificando excesivamente algo que no debería ser nada más que otra anécdota en tu vida, algo pasajero que no debería entretenerse en dejar huella.
Averigua con la sinceridad imprescindible en estos casos de dónde proviene.
Que tu Yo Observador observe.
No tienes que preocuparte por el momento de infelicidad, sino por su origen. Es como si te asustaras por oír el rugido de un león; lo que ha de asustarte es si el león está suelto y estás a su alcance, y no la manifestación sonora.

Hay que admitirla como parte de la vida pero sin dramatizarla especialmente. No vamos a poder estar felices siempre y no vamos a poder evitar siempre que alguna sensación de infelicidad se presente en nuestra vida. Se ha de aceptar como otro cualquiera de los estados, pero con la determinación clara de deshacerse de ella a la mayor brevedad.


LA INUTILIDAD DE LA INFELICIDAD

¿Tiene  alguna utilidad la infelicidad?... A pesar de haber profundizado en la pregunta, no he encontrado ni un solo motivo que la haga útil; más bien es al contrario, lo que hace es crear una enemistad en el interior, un desasosiego y una pena; lo que hace es enturbiar el futuro, crear una barrera, un muro alto que impide ver lo siguiente, y lo tiñe de amargura. La infelicidad, odiosa situación y amarga palabra, nos engaña y atormenta, e impide utilizar el optimismo que es parte de la naturaleza humana.
Se aprende más al quererse que al odiarse.
Se ve todo mejor desde la felicidad que desde su opuesto.
Dios puso en los seres la capacidad de ser felices y no nos hemos encargado de desarrollarla del todo. El Camino ha de ser la aspiración a lo sublime, al potencial que llevamos incorporado, y no al conformismo con lo que vaya apareciendo.
La infelicidad no vale ni siquiera como justificación de “algo que habré hecho” o de “algo que me merezco”. Uno siempre se merece lo mejor, aunque alguna vez se haya equivocado. Uno, cuando ha actuado con su mejor voluntad y con su conocimiento, aunque se equivoque, tiene derecho a no tener remordimientos, y no tiene derecho a juzgarse con mano dura.

¿Tiene alguna utilidad la infelicidad?
“Que se aprende mucho”.
¿Y te conformas con esa respuesta?
Se puede aprender en todo y de todo.
Se puede aprender en la infelicidad, pero también en la felicidad y en el amor, y es mucho más cómodo, más agradable, más enriquecedor, y menos sufriente.
Ten cuidado con ella: Te saca de tu centro, juega con tu calidad de vida y la convierte en algo no gozoso, no esperanzado, y muy alejado de tu obligación de ser feliz.


VISTO DE OTRO MODO

Nos programan para ser infelices y cumplimos esa programación.
Nos enseñan que la felicidad viene, de una parte, por la relación con familiares y amigos, y de otra, por la consecución de muchos bienes materiales, en los que parece ser que delegamos la responsabilidad de que nos produzcan felicidad.
La infelicidad encuentra un motivo de manifestarse si nos falta alguna de estas cosas: éxito, aceptación, dinero, fama, poder, amor, fe, espiritualidad, amistad… y, claro, siempre falta algo. En la medida que seamos comprensivos con el hecho de que no han de ser esas cosas las que nos provean de felicidad, ni de infelicidad, sino que es tarea y responsabilidad exclusivamente nuestra, y que por otra parte no se puede tener todo, descansaría nuestra vida con la tolerancia y relajación que produce saber esto con seguridad.
No lo tengo todo… ¿y qué pasa? porque nada tiene que pasar, salvo que lo que pasea sea que nos sintamos motivados para tratar de conseguirlo, sin obsesión y sabiendo que tenerlo o no, no ha de cambiar nuestra esencia feliz, que se ha de mantener a salvo de ese asunto.
Si seguimos en la idea de que son ajenos quienes nos proveen la felicidad, corremos el grave peligro de apegarnos a las personas o cosas proveedoras, y el proceso es siempre igual: adquirir la persona o cosa, aferrarse a ella para que no nos falte, y eliminar toda posibilidad de perderla, creando todo ello, por supuesto, una dependencia emocional y una tensión insoportable: por la angustia que produce el poder verse privado de ello y por el pavor ante el hecho de que la pérdida fuese definitiva. Demasiada complicación.

Si pierdes algo… ¿qué pasa? te sigues teniendo a ti, siempre, y tú has de estar por encima de eso, siempre.
Si sientes que hay ataduras que te hacen dependiente de una cosa, deshazte de la cosa. Sea lo que sea no vale más que la tensión y esclavitud que te produce esa dependencia. Tu libertad vale más.
Lo que pasa es que un yo pequeño y asustadizo va a tratar de boicotear el proceso, y va a hacer todo lo posible por seguir en ese papel de tirano en el que lleva muchos años de mal reinado.
Y el caso es que es muy fácil desapegarse de las cosas. No se requiere ningún esfuerzo, no hay peligro en ello, no hay un ritual ocultista, y está al alcance de cualquiera. Cualquiera que se quiera dar cuenta, porque no hace falta más que eso: atención y honradez. Darse cuenta. Verlo con los ojos nítidos del descondicionamiento. Darse cuenta de que uno estaba programado y ahora se quiere desprogramar. Y el convencimiento de que uno puede ser feliz a pesar de que le falte una amistad o un bien material.

Te lo has pasado mal ante la desaparición en tu vida de un ser querido o apreciado. Te has angustiado ante otras pérdidas, pero has comprobado más adelante que puedes volver a retomar la sonrisa y puedes volver a sentir la dulce caricia de la felicidad. Y no es malo. No has cometido ningún delito por seguir en la vida y tratar de que sea buena. Aquella creencia de “no puedo vivir sin…” era un error de tu programación y lo has comprobado.


TAMBIÉN PUDIERA SER QUE

La infelicidad casi siempre proviene de los apegos (ver capítulo de LOS APEGOS), pero ahora vamos a tratar la infelicidad de otra forma.

Cuando me cuestiono mi situación actual, siempre encuentro infelicidad por alguna parte, y eso enturbia el conjunto de mi persona. Las cosas que me dan alegrías parece que no son totales y completas si por alguna parte aparece una pequeña porción de infelicidad. Es curioso que aunque tengamos mucha felicidad, una pequeña infelicidad puede conseguir que no se muestre nuestra plenitud y el bienestar.
Hay otros motivos que producen infelicidad y estos los notamos exclusivamente cuando prestamos atención y dedicación a ellos, ya que el resto del tiempo no son visibles a nuestros ojos distraídos, y a nuestra mente casi ausente.
Por ejemplo la muerte, cuando pensamos en ella, porque entonces nos damos cuenta de la inevitabilidad del trance y nos causa dolor no saber qué va a pasar después y qué hay detrás. Y es otro apego: apego a la vida. Fíjate que no sentimos miedo a morir, sino a dejar de vivir.
Al pensar en la muerte no se puede evitar esa sensación de ser vencidos, de que casi nada tiene sentido, puesto que algún día nos hemos de ir. Pero hay un error en el planteamiento porque la lección a sacar de esta realidad es la opuesta: si no me puedo llevar nada cuando me vaya, ¿para qué atesoro?, ¿por qué sufro queriendo cosas que no van a ser eternas y no me las voy a llevar?... Y otra vez hemos llegado a los apegos.
La lección nos dice que lo que podremos llevarnos es la paz sentida, las emociones apreciadas, el reconocimiento por las buenas obras hechas, el cariño de quienes nos conocieron, y el amor de todo lo que hayamos amado.

Otro de los motivos que nos provocan infelicidad es la desesperación que se siente frente a lo absurdo, porque en el fondo estamos buscando el sentido a nuestras existencias, todos sabemos que tiene que ser algo más que llegar, consumir el tiempo y morir; tiene que haber algo más, estamos seguros de ello, pero la pregunta es ¿qué?... porque si de pronto pensamos que la vida no tiene ningún sentido es posible que pensemos que no merece la pena ser vivida o seguir viviendo. Y de aquí parte el Proceso de Desarrollo Personal en el que estás. Aquí es donde nacen las grandes preguntas. Y solo al encontrar las respuestas puedes acallar esa sensación y darle un sentido a tu vida.

El tercer motivo de insatisfacción que provoca infelicidad, se produce cuando nos vamos aislando de los otros y de la totalidad. Las personas necesitan el dialogo, vivir en comunidad, y el contacto cálido con los semejantes; necesitamos muestras de cariño, palabras de ánimo, apoyo, consuelo y saber que estamos vivos en otros pensamientos y recordados en otros recuerdos.


RESUMIENDO

A descartar urgentemente: insistir en la infelicidad, regodearse en ella, quedarse más del tiempo necesario, admitirla como inevitable, darle preponderancia o poder, pensar en ella obsesivamente, aceptarla como compañera inevitable… porque nada aporta pero entorpece, desmoraliza, pesa, agravia, frena, duele…


Francisco de Sales





 

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