CAPÍTULO 69 – EL YO IDEA – EL YO IDEAL
Este es el capítulo 69 de un total de 82 -que se irán publicando- en los que se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL Y ESPIRITUAL.
“Lo que yo necesito es alguien como yo”.
“Dentro de mí hay un yo que es más yo que yo mismo”.
(Se le atribuye a San Agustín)
“Yo no soy solamente “yo”. Soy mucho más: soy la vida”.
“Yo soy mi premio o mi castigo.
Depende de cómo me quiera tomar a mí mismo”.
“TÚ… YO… pero, fíjate, si nos acercamos… TU-YO: TUYO”.
“Muchas personas lo único que saben de sí mismos
es que se autodenominan “yo”.
“Dios sólo te pide una cosa, y es que te salgas de tu yo,
en cuanto eres un ser creado, y le dejes a Dios ser Dios en ti”.
(Eckhart)
“No solamente no somos la misma persona a lo largo de la vida,
sino que somos varias personas en cada uno de los instantes”.
“Toda idea que me den de mí mismo, y que yo acepte,
queda marcada como una consigna. Así se forma el YO IDEA”.
“Únicamente un Ser tiene derecho a utilizar el pronombre personal “yo”: ¡Dios!”.
(Eckhart)
“Somos una combinación de yoes muy dispares y en total desacuerdo”.
“ En cierto momento toma el mando uno de ellos, pero luego lo cede a otro sin que, en la mayoría de las ocasiones, medie una decisión personal. Las reacciones y lo inconsciente toman el gobierno y sólo nos dejan el papel de sufridor de sus caprichos. No hay un Yo firme y consciente que decida en cada momento cuál es la acción adecuada”.
TÚ NO ERES NI EL YO IDEA NI EL YO IDEAL
En mi opinión, el único corto momento de nuestra vida en que nuestra mente es pura y no tiene ningún condicionamiento es cuando nacemos; entonces, aún no tenemos miedos, ni traumas, ni informaciones contradictorias, ni conocemos ni nos interesa otra cosa que no sean nuestras necesidades fisiológicas.
Entonces no podemos valernos por nosotros.
Dependemos de los demás para todo.
Hay una persona -aunque aún no tenemos consciencia de que es nuestra madre- a la que distinguimos por su tono de voz cariñoso y por el reconfortante latido de su corazón.
Cada vez que tenemos una necesidad o una inquietud viene corriendo, nos consuela, nos alimenta, nos limpia las cacas, nos cuida.
Sentimos, con buen criterio, que ha de ser una persona que nos quiere cuando se preocupa tanto por nosotros, y deducimos por tanto que siempre querrá lo mejor para nosotros y que podemos confiar en ella.
Hay más personas que se acercan durante nuestra lactancia: uno con voz más grave, que parece sentirse orgulloso de que hayamos nacido, que también nos coge en brazos, aunque no con tanta asiduidad, y nos hace sentirnos como juguetes y poco más; hay varias voces más, unas escandalosas, que más adelante sabremos que se llaman abuelas o tías; otras, parece que hablan por compromiso y dicen algo bonito por quedar bien: son las visitas y las que nos miran en la calle cuando salimos a pasear.
Pero la que es interesante de verdad es esa voz, la de la persona que nos pone sobre su pecho y nos transmite una sensación de seguridad que no encontramos en ninguna otra parte.
Se llama mamá.
Y el de la voz más grave, papá.
Nosotros somos el objeto de sus alegrías y sus preocupaciones de los próximos años o de toda su vida. Como llevan mucho tiempo esperando nuestro nacimiento, han tenido tiempo suficiente para imaginar o soñar cómo quieren que seamos; incluso, en algunos casos, han planificado todo nuestro futuro. Otros padres, y eso a la larga será peor, ni siquiera han dedicado un poco de tiempo a tomar conciencia de la responsabilidad que han adquirido y nos criarán según vayan saliendo las cosas, sobre la marcha, y según tengan el día.
Todos tienen más o menos claras las esperanzas que han puesto en nosotros, y lo que van a hacer para conseguirlo.
No saben que con ello van a colaborar en que NO seamos nosotros mismos, sino que nos van a obligar a ser alguien distinto, alguien que no somos pero que ellos quieren que seamos, y eso nos va a crear grandes problemas más adelante, cuando seamos capaces de intuir que algo falla, cuando sintamos de un modo más o menos perceptible que hay una diferencia entre quien creemos que somos -aunque aún no sepamos claramente quiénes somos- y el personaje que estamos representando para satisfacer los deseos de nuestros padres.
Ellos diseñaron un modelo que encajara dentro de lo que la sociedad aprueba, que cumpliera las expectativas que ellos no pudieron llegar a cumplir -“que a mi hijo no le falte nada de lo que me faltó a mí, y que llegue donde yo no pude llegar”-, querrán que sea obediente, que les haga sentirse orgullosos, que no dé mucha guerra… alguien perfecto. Pero será artificial.
Decía Antonio Blay, que la educación a un hijo debería basarse en la aportación de un legado cultural, en la enseñanza de unas normas de convivencia, y en la colaboración incondicional para que sea realmente él mismo. Y decía, con razón, que generalmente prestamos atención a las dos primeras, pero nada o casi nada a la tercera.
Nos van a “educar” para que cumplamos el modelo ideal que han diseñado, o que van montando sobre la marcha con más buena fe que conocimiento y experiencia.
Yo soy partidario de que cuando nace un bebé se le debería hacer una impecable carta natal y entregársela a los padres, diciéndoles “esto que aparece reflejado en la carta es su bebé, y aquí quedan expresadas sus cualidades, sus debilidades, sus habilidades, sus tendencias: fortalezcan las buenas y ayúdenle más adelante a que comprenda las otras, o traten de enmendarlas de un modo prudente. Esto que acaba de nacer no es un papel en blanco sobre el que se puede escribir cualquier cosa o llenar de trazos borrosos, no es solamente un lienzo vacío ansioso de cualquier cosa, ni un pedazo de arcilla que se puede modelar al gusto, sino que tiene su propia naturaleza y su identidad, y se deben respetar para que llegue a ser quien realmente es”.
Pero sería igual: ellos ya lo tienen más o menos idílicamente planificado. No son conscientes de que nos están condenando a una vida ajena, que no es la nuestra, y a un porvenir condicionado, a una infelicidad que se va a manifestar en nosotros de un modo confuso, indefinido, pero que no nos va a dejar descansar hasta el momento en que descubramos que todo se basa en que hay una descoordinación entre el Ser Esencial de nuestra naturaleza, que es el que estamos destinados a ser, y el personaje que otros han creado; uno no se da cuenta siempre de que está siendo un actor en todo momento, y que no abandona el papel porque no sabe que está siendo sólo un actor.
Debemos ser capaces de distinguir de quién estamos hablando cuando decimos “yo”, ya que cientos de yoes nos habitan y casi nunca se ponen de acuerdo.
Cada uno de ellos desea tomar el mando y dice estar capacitado; cada uno de ellos se cree en posesión de la verdad y toma el control hasta que otro consigue derrocarle.
Para entonces, es posible que hayan provocado en nosotros problemas casi irreparables, o de elevado trabajo para ser arreglado. Falta un Yo que sea más yo que los otros: inalterable, ecuánime, lúcido, consecuente, con ideas y objetivos claros, con dotes de líder fiable, y preferiblemente nada traumatizado. Un Yo que sea un infalible Juez y un justo Rey.
Aclaro que cuando escribo Yo, con mayúscula, me estoy refiriendo al Yo que realmente somos. Más adelante veremos quién es.
Usaré otro “yo” –con minúscula- para referirme a quien creemos ser, el de carne y hueso, y escribiré “yo” seguido de un adjetivo o diré “yoes” cuando me refiera a cada una de las pequeñas partes o los yoes que habitan en nosotros, tan diversos que cada uno es distinto y mantiene una especie de personalidad propia definida.
Llamaré “yo” a las personalidades dispersas y desiguales que pretendemos reunir, para comodidad y entendimiento, en una única persona que creo ser.
EL YO IDEA: LA IDEA QUE TENGO DE MI
Antes de averiguar quiénes somos realmente, vivimos con un concepto o creencia sobre nosotros mismos creado en función de lo que nos han dicho los demás acerca de nosotros.
O sea que, como no sabemos quiénes somos, escuchamos a los demás y vamos formando un personaje con las pistas que nos dan. Por eso mismo de que no sabemos quiénes somos, nos creemos lo que nos digan y, lo que es peor, comenzamos a actuar en función de cómo es ese personaje que estamos representando.
Generalmente llamamos personajes a los seres humanos sobrenaturales, simbólicos o de ficción, y todos aquellos que intervienen en una obra literaria, teatral o cinematográfica. Lo que tienen en común es… que no son reales. Ninguno de ellos. Incluso aunque estén basados en personas históricas o existentes, en el momento de la representación no son más que personajes. No son ellos: son otros que hacen de ellos.
Así nos pasa casi siempre: actuamos.
Si nos han dado una imagen bastante acertada, estaremos aproximándonos a quien realmente somos, pero seguiremos sin ser nosotros; seguiremos siendo un personaje que nos sugieren, pero que en cualquier momento se pude desenmascarar porque no estamos seguros de ser así.
Si nos dan una imagen negativa de nosotros, nos la creeremos sin dudar. Viviremos en ese personaje tan perjudicial, nuestra autoestima correrá grave peligro, y nos sentiremos incapacitados para remontarnos.
En todos los casos seremos un falso yo, porque estaremos confirmando la imagen que los demás nos dan de nosotros… pero los demás no nos conocen en todas las facetas; tienen una idea más o menos acertada o equivocada, pero intentan convencernos de que es real.
Por ejemplo, si uno entra en un bar y le atiende una camarera simpática, atractiva y servicial, la idea de la camarera sólo se compone de esos aspectos agradables que muestra. No se ve, sin embargo, que tras ese personaje que está representando mientras dura su trabajo, hay una persona que puede tener tendencias depresivas, el hígado fatal, que acaba de separarse de su marido, no tiene claro si le va a llegar el sueldo a fin de mes, sufre por su hijo que está con fiebre, o se pasa las noches llorando.
Ella sabe o no sabe cuál es su realidad, pero el cliente, con los pocos elementos de juicio, y basándose sólo en el personaje que ella representa tras la barra, no la puede conocer de verdad. Su idea tiene todas las posibilidades de estar equivocada.
Hay que tener cuidado, por tanto, de no creerse la imagen que los demás tienen y dan de uno mismo, porque no tiene una información suficiente ni veraz.
Este Yo Idea está viviendo de las opiniones ajenas, y de las comparaciones con respecto a una escala de valores ajena.
Te dirán que eres torpe o hábil, que vales mucho o poco, que eres más o menos que…
Nunca te dirán que, intrínsecamente, eres energía, que eres inteligencia, que eres amor-felicidad; que eres tú mismo, el único e irrepetible, y nada más.
SI HACES CASO A LOS OTROS, NO SABES QUIÉN SERES: LO QUE SABES ES QUIÉN CREEN LOS DEMÁS QUE ERES. Y actuarás en función de esa creencia, incluso cambiando de personaje dependiendo de con quién estés y lo que el otro crea y espere de ti.
No siempre hay que actuar para agradar a los demás, y si sería muy conveniente, y además es un acto de Amor Propio, pensar en agradarse a uno mismo y, sobre todo, nunca perjudicarse.
La idea que yo tengo de mí es lo que veo en el espejo, pero he de recordar que yo soy el que está a este lado, el que se refleja, pero no la imagen que veo, y hay demasiadas personas que tratan de ser su reflejo en vez de su verdadero yo.
Es importante que entiendas que tu naturaleza generalmente es distinta de la que te dice tu Yo Idea.
Tus educadores te dijeron que eras torpe –por ejemplo- porque una vez no sujetaste bien un plato y se te cayó al suelo. Como creías en ellos, les creíste eso de que eras torpe y empezaste a considerarte como tal. No supiste entender que para ellos eras torpe en comparación con otro, en este caso ellos mismos, que sí saben sujetar las cosas con precisión por su edad y experiencia. Si te hubieran comparado con otro niño de tu edad se hubiera comprobado que eras exactamente igual de inexperto que ellos y nada torpe.
Para el niño revisten gran importancia estas opiniones de los demás acerca de sí mismo, puesto que él carece de puntos de referencia propios y, por lo tanto, depende totalmente de la valoración y estimación que aprecia en cuantos le rodean para formarse una opinión sobre su propio valor y merecimiento.
En el ejemplo, creíste que eras torpe y te consideraste y actuaste como tal, y es ahora cuando ves que eso es un Yo Idea, y que no eres torpe.
EL YO IDEAL: EL QUE ME GUSTARÍA SER.
Como en nuestra infancia nos han tratado de convencer, o nos han convencido, de que no se nos va a apreciar por nosotros mismos, sino en función de que cumplamos o no las expectativas que se han formado de nosotros, y de que cumplamos las normas que nos han impuesto, nos queda un pobre concepto de nosotros mismos, como identidad y esencia: “no valgo y no soy apreciado si me muestro como realmente soy –deduces-, así que tendré que crear un personaje que cubra los requisitos solicitados para ser aceptado y querido”.
Parece ser que cuando somos niños nunca estamos a la altura de lo que esperan de nosotros. Quieren que seamos unos adultos pero en pequeño y no lo somos. Tenemos limitadas las habilidades y la inteligencia; somos por naturaleza un Niño Libre que sólo quiere ser niño, jugar, y crecer en paz sin tener que asumir unas responsabilidades que a esa fecha no nos corresponden.
Pero en la práctica totalidad de las ocasiones los educadores parentales se toman demasiado en serio su nueva tarea y se vuelven excesivamente rigurosos y exigentes.
Creamos por desconocimiento el Yo Ideal porque tenemos que sobrevivir a cualquier precio. El siguiente paso es fingir que somos como ellos quieren que seamos, y para eso creamos el personaje del hijo ideal, del hijo sumiso obediente, del niño dócil y perfecto… del que NO somos nosotros pero es como quieren ellos.
Ya nunca más seremos nosotros mismos, porque acabaremos viviendo el Yo Idea o el Yo Ideal y actuaremos así, y llegaremos a olvidarnos del que realmente somos, porque ese tiene pocas posibilidades de sobrevivir, y porque no le aceptan cuando se manifiesta como es.
En el momento en que empezamos a diseñar el personaje que cubrirá las expectativas de los otros lo hacemos a lo grande. Proyectamos uno que no nos deje en ridículo, uno que sea admirable, que sea aceptado y querido por todo el mundo, el más de lo más, un Superman.
El proceso de creación está presidido por la rabia que nos ha producido ese no ser aceptados, ese tener que soportar en la infancia que somos torpes -según nos dijeron-, o que no somos dignos de recibir amor.
Sólo porque no somos como ellos quieren que seamos nos hacen todo tipo de chantajes emocionales, como decirnos “si vuelves a hacer eso la abuela no te va a querer…”, “si no obedeces, te voy a castigar…”.
Como somos niños y no somos muy conscientes de los límites y de las posibilidades reales, creamos ese Yo Ideal –que es como sería una persona ideal-, un Yo perfecto, magnífico, insuperable, que sea fácil de amar para los demás, un cúmulo de cualidades y con grandes proyectos, y como ese ideal difícilmente será conseguido, en realidad lo que hemos creado es un personaje condenado a la frustración porque jamás alcanzará su imaginativo e irreal proyecto.
Esta frustración nos acompañará toda la parte de la vida que vivamos sin ser conscientes de que no somos ese personaje, y que en realidad somos aquel que dejamos de ser, el que ya tal vez nunca llegaremos a ser, un humano más o menos completo, más o menos apto, pero que era él mismo en toda su pureza.
Ser conscientes de que jamás seremos el que diseñamos como Yo Ideal, y que no debemos serlo porque ese no somos nosotros, nos lleva inexorablemente a una toma de contacto con la actual realidad, con el crudo encuentro con quien realmente estamos siendo en este momento, con el desenmascaramiento del personaje, a quien antes de despedirle habrá que darle las gracias por los servicios prestados por sacarnos del apuro cuando creímos necesitarle.
Pero ya no le necesitamos.
Ahora nos estorba porque nos engaña. Distorsiona la realidad. Es ficción, es fantasía, es falso.
Ahora es cuando debemos averiguar lo que seguimos haciendo por ese Yo Ideal, y de ese modo no seguir alimentándole; esto lo haremos solamente en el caso de que sea sólo ese que hemos creado inconscientemente, porque si sus propuestas coinciden con lo que queremos en este aquí y ahora, entonces no hace falta desterrarle.
Nuestro trabajo es averiguar quiénes somos realmente, descartando el Yo Idea y el Yo Ideal, porque ahora sí podemos ser el Yo sin más, o sea, Uno Mismo.
Más vale ser realista, reconocer las trabas y las posibilidades, aceptar lo bueno y lo menos bueno, hacerse cargo de lo que uno es descubriendo el potencial al que aún no se ha accedido.
¿Qué queda en ti del Yo Idea?
¿Cuánto eres del Yo Ideal?
El Yo Idea es un personaje inventado por los otros.
El Yo Ideal es un sueño.
Sólo Uno Mismo es la realidad.
Hay que descubrir a ese Uno Mismo y serlo ya para siempre.
Francisco de Sales