CAPÍTULO 22 - PERDONAR SIN CONTRAPRESTACIONES
- LO QUE NO ES APROPIADO -
Este es el capítulo 22 de un total de 200 –que se irán publicando- que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER.
A lo largo de la relación, casi inevitablemente, van a haber momentos de desencuentros, momentos de salirse de las casillas, o en los que la naturaleza serena y el cariño o el amor no van a estar equilibrados y en su mejor momento, en que se va a manifestar un ramalazo de temperamento descontrolado, uno se va a levantar con mal día o con el pie cambiado, o no se va a estar muy acertado con un comentario o con un acto… y es que a lo largo de una convivencia hay tiempo para todo.
Hay cosas que van a causar un grave impacto en la otra parte, tanto que va a causar un conflicto, o cuanto menos un enfado, y va a requerir la necesidad de ofrecer disculpas y pedir perdón.
Y, salvo que sea un caso de extrema gravedad, va a ser aceptado o perdonado, porque casi siempre se puede llegar a comprender al otro, y porque cuando existe amor, ese amor es capaz de sobreponerse a casi cualquiera de los contratiempos.
Cuando se perdona fácilmente y se da por supuesto que “aquí no ha pasado nada”, se está cerrando la herida en falso. Porque sí ha pasado algo. Quizás no tan grave como se ha valorado, o tal vez más, pero sí hay algo que afecta a la relación, y mina, en alguna medida, la confianza y la convivencia.
Esto es un poco ambiguo, porque no estoy haciendo referencia a un caso concreto ni puedo hacerlo, pero es mejor que cada uno lo aplique al caso que le afecte, ya que la importancia de cada caso sólo la puede valorar quien recibe la ofensa. Lo que para uno es grave en su escala de valores, para otros es tal nimiedad que ni siquiera es necesario tenerlo en cuenta.
Perdonar sin más, como si no tuviera importancia lo que haya pasado, como si la ofensa fuera algo normal que no hay que tener en cuenta, no es lo adecuado.
Tampoco me refiero a “perdonar pero no olvidar”, porque eso no es perdonar. Eso es un paripé para quedar bien, pero sin sinceridad. Eso es aplazar la venganza.
Es provechoso, para evitar futuras repeticiones, hacerle ver al otro el punto de vista personal con respecto a lo sucedido, manifestar cuánto ha herido, cómo se ha sentido uno, y la importancia que realmente tiene o que se le da. Y sería interesante que el otro tuviera que “pagar” algo por ello, no como un castigo, sino como un desagravio simbólico.
Buscar la fórmula o el modo para cada caso o cada pareja es un asunto a acordar entre ambos, y no se trata de poner una tasa fija de forma que el otro pueda llegar a interpretar, por ejemplo, que si llega un día borracho a casa tiene que fregar la cocina durante cinco días, pero con eso se disculpa todo y no afecta a nada más. Le puede llegar a parecer un precio barato, y puede emborracharse con mucha tranquilidad –casi con beneplácito- todas las semanas, cuando en realidad con ese acto lo que está consiguiendo es el enfado continuado de su pareja y el decaimiento de la relación.
Creo que tampoco es adecuado que si él, o ella, cometen algo que se podría clasificar como un fallo gordo, o como uno ofensa para el otro, la reacción correspondiente sea la del enfado continuado, en un silencio sepulcral y violento, con crueles miradas agresivas o despectivas, sin una explicación que aclare lo que se siente y dejando que sea el otro quien adivine. Ese no es el modo adecuado porque se puede llegar a instaurar la costumbre de pasarse muchas horas distantes, permitiendo que esa distancia se convierta en habitual y crezca desaforadamente, y dando ocasión a que solidifiquen los pensamientos de no querer seguir en una relación así.
Perdonar, que es condescender y olvidar, comprender y amar, es fomentar una correspondencia en que el otro se sienta en una especie de deuda moral simbólica, y por amor y justicia de equivalencia, y no por obligación, perdone, o sea: condescienda y olvide, comprenda y ame.
Que cada pareja decida y valore cómo quiere hacerlo.
Pero perdonar sin contraprestaciones… mejor no.
Francisco de Sales