LO QUE APRENDÍ VIENDO LA LISTA EN SCHINDLER
En mi opinión, la atención consciente al Mejoramiento Personal permite descubrir grandes lecciones incluso donde menos se esperan: en una conversación banal, en La mirada de un animal, en una canción… y hasta en un silencio.
Reconozco –con enorme satisfacción- que uno de los momentos claves en mi vida, de esos que marcan un antes y un después, se produjo mientras veía la película La lista de Schindler, de Steven Spielbeg.
Al final de la película, Schindler dice arrepentido: “podría haber salvado a más…” y más adelante dice: “yo he despilfarrado tanto…”, y se sigue lamentando: “no he hecho lo suficiente…”.
Y aunque él se refiere a salvar vidas de judíos, a haber despilfarrado dinero, a no haber hecho lo suficiente por salvar más, dentro de mí se interpretó de otro modo distinto. Aquello fue un revulsivo para que en mi interior se tradujese a los asuntos que a mí me interesaban entonces y me siguen interesando.
“Podría haber salvado a más…” fue interpretado como que podía haber hecho más por los otros –incluso por mí mismo- y eso me provocó pena y congoja, una tristeza que se hizo inconsolable, un dolor que no quería ser redimido, un reproche que me dolió en el alma. Lloré. No pude ni quise evitarlo. Aquel contacto con lo más humano de mí merecía un llanto. El arrepentimiento era un fuego, un puñal, una tortura.
“Yo he despilfarrado tanto…”, y sin mi colaboración expresa en mi interior se pasó revista a todo aquello que sentía que había desperdiciado. Lo que más me dolió era la cantidad de vida que había desaprovechado. De mi irrecuperable e irrepetible vida. Y eso alimentó aún más el llanto que para entonces ya era caudaloso. Y ahondó más –y sin respeto- en aquel dolor que era tan lacerante. Desfilaron ante mí casi todos los momentos de mi vida que podían haber sido intensos y conscientes pero los había dejado marchar sin ser vividos. También aparecieron las ocasiones que podían haber sido distintas si hubiera hecho algo por darles atención y vida. Y los seres queridos a los que no había dicho cuánto les amaba. Y los abrazos que no entregué. Toda una retahíla interminable de lamentos y de arrepentimientos que se manifestó con una rabia intensa porque tomé conciencia de lo que significa “irrecuperable e irrepetible vida”.
“No he hecho lo suficiente…”. ¡No he hecho tantas cosas!, pensé. No he hecho lo suficiente por mí, y eso es horrible, pero me entró un cargo de conciencia que no sabía aplacar porque también comprendí que podía haber hecho mucho más por los otros. Mucho más. Hay tantos a los que les podía haber hecho una llamada, haberles escuchado, haberles hecho reír o ayudado de cualquier manera, soportando el peso de su soledad durante un rato para que descansaran, o mostrándoles mi empatía en un abrazo aunque fuese sin palabras. Me había perdido mucho del contacto con otros Seres Humanos, con otros iguales.
Aprendí, sin duda. Como ya dije, marcó el fin de un modo de ser y actuar y el principio de otro más acorde con mi voluntad de aquél y este momento.
Ahora vivo mucho más atento, con otra intensidad, con toda la consciencia.
Quien está abierto y receptivo a aprender de la vida, ve señales por todas las partes. Un anuncio en la televisión puede iluminar, una frase que alguien dice sin darle importancia puede ser el detonante que uno necesitaba para ponerse en marcha, un amanecer puede ser el encuentro con Dios o con Uno Mismo.
“Podría haber salvado a más…”, “yo he despilfarrado tanto…”, “no he hecho lo suficiente…” estas frases –y también otras- pueden ser una invitación a pararse, a darse cuenta, a tomar decisiones, a hacer modificaciones.
VIVIR requiere mucha atención y esa atención bien aplicada nos predispone a saber ver y a saber aprender.
Te dejo con tus reflexiones…