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 CAPÍTULO 120 – CREER QUE EL OTRO PIENSA DEL MISMO MODO QUE PIENSA UNO



Diciembre 29, 2020, 06:12:47 am
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Desconectado Francisco de Sales

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CAPÍTULO 120 – CREER QUE EL OTRO PIENSA DEL MISMO MODO QUE PIENSA UNO
-EL PELIGRO DE LAS FALSAS EXPECTATIVAS-

Este es el capítulo 120 de un total de 200 –que se irán publicando-  que forman parte del libro RELACIONES DE PAREJA: TODO LO QUE NO NOS HAN ENSEÑADO Y CONVIENE SABER


Esto no es un asunto exclusivamente de mujeres, ya que a los hombres les pasa exactamente lo mismo: les cuesta ponerse en el lugar del otro. Falla, en demasiadas ocasiones, la empatía con el otro, porque se cree que el otro tiene el mismo proceso o desarrollo mental y de razonamiento, así que cuando el otro no actúa o no responde del modo esperado, o no se comporta como uno se comportaría, se hace incomprensible y se produce un enojo.

“¿Cómo no se ha dado cuenta?”, se le reprocha.

“¿Cómo puede ser tan torpe o tan poco sensible?”, se le recrimina.

Esta es la respuesta y es la misma para ambas preguntas: porque cada uno es como es. Porque cada uno es otro y es distinto. Y el otro no se da cuenta  y es tan torpe y tan poco sensible por eso mismo: porque tiene otra delicadeza, otro modo de actuar, otra capacidad, otra forma de ser y otro modo de pensar y de proceder distinto, sus intereses son distintos, y tuvo y tiene una educación y unas circunstancias distintas. Por todo esto.

El hombre -por ejemplo- no tiene una sensibilidad tan notable ni tan acusada como la mujer, ni la ternura innata, ni una afectividad connatural y expresiva tan sensible como ella, ni los sentimientos tan cálidos, ni la intuición tan afinada, ni la delicadeza femenina. La mujer es notablemente distinta del hombre en la expresión, en los razonamientos, en los sentimientos y en el modo de comportarse.

Así que cuando uno se siente molesto o desilusionado con alguna actitud del otro se queda dolido, se entristece, se siente enojado o resentido, pero no siempre expresa claramente qué es lo que siente, o qué es lo que esperaba, y deja al libre albedrío de la voluntad del otro –quizás no tan sensible y atento como quisiera- el que se dé cuenta de lo que ha hecho o lo que no, o de lo que ha dicho y no debiera haber dicho.

En lugar de expresar los sentimientos o el estado, lo que se suele hacer es apesadumbrar la actitud habitual, y quedarse enojado sin explicar por qué –con la intención de que el otro lo adivine, que se dé cuenta y, claro, por supuesto: no se da cuenta- y se le castiga con un enfado, la cara larga, un frío de hielo entre ambos, y a esperar inútilmente que el otro haga lo que no está capacitado para hacer y ni siquiera sabe que tiene que hacer. Cuando lo correcto sería, por todo el cariño que se le tiene, dialogar, expresar, explicar, preguntar… y no remarcar y acrecentar la distancia.

Con lo fácil que puede llegar a ser y qué difícil lo hacemos.

SUGERENCIAS PARA ESTE CASO:

- La comunicación, la comprensión, la atención, la empatía, el amor… ya tenemos claro que son ingredientes básicos e imprescindibles en la relación, así que no hay que relegarlos, hay que usarlos.
- El otro es el otro, la otra es la otra. Y hay que aceptarlo así, respetando su unicidad, sus formas, sus modos, su mentalidad.
- Juzgar desde la mente y situación propia sin tener en cuenta la mente y situación del otro es un error imperdonable en una relación.


Francisco de Sales



 

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