DESAHOGO EN FORMA DE POESÍA
El pesimista que me habita
-a quien procuro dejarle poco gobierno-,
a veces me contagia su esperanza muerta
y lo aciago de su mirada en blanco y negro.
(Mejor dicho: sólo en negro)
A veces me acuerdo del poeta:
“Quién me iba a decir que el destino era esto”.
Espanto sueños infantiles,
deseos adolescentes,
proyectos adultos,
y me quedo en esta pesadez
de verlos incumplidos, en su mayor parte.
Me duele –no voy a negarlo-,
no ser un Dios –o no saberme-,
y no hacer milagros –o no intentarlo-.
Me enerva mi indolencia,
mi rendición antes de las batallas,
mi flojera de espíritu,
y ser tan amigo de las lágrimas…
Quisiera –quiero-,
ver con ojos agradecidos
lo que soy lo que miro lo que siento;
incluso mi reflejo en el espejo.
Pero soy inquisidor nato,
experto verdugo,
torturador maquiavélico,
desacertado desertor.
Soy un irresponsable
cuando me rindo al pesimismo.
Soy un traidor
cuando me abandono a lo que venga.
Soy un loco
cuando me olvido de atender a mi vida.
No quisiera –no quiero-,
sentarme a copiar al poeta y opinar
“quién me iba a decir que el destino era esto”,
con su melancólica letra,
con ese aire de derrota abarcándola,
y con la irrefutable sensación
de haber perdido la vida.
De haber perdido.
Sé que están en mis manos
las riendas de mi destino,
y en mi corazón el empuje,
y en mi interior el camino.
Sé que me debo lo mejor,
que tengo la obligación categórica
de entregarle a Dios –o a mí-,
una vida prácticamente plena.
Sé que dependen de mí
el color de mi cielo,
la lozanía de mi esperanza,
y las sonrisas de mis tristezas.
Sé que tengo que vivir la vida de mi mano,
protegido por mi amor,
alentado por mi espíritu,
acunado en mis brazos.
Sé que tengo que resucitar,
abrir más los ojos,
desapolillar el corazón,
purificar mi sonrisa vital.
Sé que tengo que salir a la calle –a la vida-,
con el alma dispuesta y resuelta
y mirar con mirada enamorada
a los latidos, los peces, la tarde,
el parque, otros ojos,
la lejanía del horizonte,
la calidad y la calidez de los Humanos,
las manos diciendo adiós con un beso pegado,
el campo cuando se rejuvenece
y cuando está otoñado,
a quien está serio y a quien está extraviado,
los hijos ajenos, los padres equivocados,
lo que nunca tuve y lo que perdí siempre,
a quien vea en el espejo cada vez que me miro…
“La vida sin amor no es vida”,
debiera haber escrito algún sabio.
“Los brazos sin abrazos están muertos”,
debiera haber pensado algún ilustrado.
“Corazón que late, pero no ama, está muerto”,
debiera haber descubierto yo antes.
No sé vivir.
Como casi le pasa a cualquiera.
Le llamo vivir, irresponsablemente,
a este esperar que cada noche la cama me refugie,
que el sueño me exilie,
y que mañana, en un milagro imposible,
sea diferente.
Si yo soy el mismo, mañana será lo mismo.
Si yo no evoluciono hasta ser yo,
el mundo no va a hacerlo por mí.
Lo exterior es el reflejo de mi interior.
Vendrán más días de Año Nuevo,
pero serán siempre el mismo.
Vendrán más amaneceres,
pero no para mí.
Florecerán más soles,
a los que no les importaré en absoluto.
El espejo seguirá callándose lo que opina de mí,
aunque a veces lo adivino
en esa mirada de desaprobación
que veo en mis ojos cabizbajos.
Ese que se refleja es mi amante secreto
y mi feroz feraz enemigo.
Ese que veo y distingo
pero desconozco.
El de la mirada que clama un rescate,
que suplica por Dios una Luz,
un tutela, un Camino,
un abrazo propio,
un manto que me abrigue del frío de la desesperanza,
que alguien me lleve de la mano simbólica
hasta la próxima parada del buen porvenir;
que me lleve a mi destino,
que soy yo, parada obligatoria;
ese que suplica sin saberlo,
el pecho materno, la infancia,
el tiempo donde los problemas y las dudas
tienen prohibida la entrada;
el que suplica la luz o la verdad,
el ánimo el empuje la confianza,
el encuentro con la sabiduría prometida,
la puerta de entrada.
Ese que me mira desde el espejo y calla,
a quien he visto crecer desde niño,
mi obligado fiel compañero,
es un enigma y un reto.
Es alguien a quien amo en secreto,
a quien cuido, inexpertamente,
por quien daré la vida.
Nos falta, a mí y a mí, enterrar viejos rencores,
restablecer los abrazos,
prometernos o jurarnos amor eterno,
cuidados mutuos,
ánimos cuando esté desanimado,
una vida de dos plazas:
yo y Yo, o viceversa.
Dios o mí, o Yo Dios.
Amor en mí, o Yo Amor.
Fe en mí, o Yo confiando confiado.
Nos falta un abrazo indisoluble,
cuidado maternal o fraternal, mutuo;
escoger el Camino y andarlo
aún en los días de niebla bruta
y en los días sin confianza.
Fortalecernos solidariamente,
el que parece mi foto en el espejo, y Yo,
el que me recrimina por dentro, y Yo,
el que no estoy siendo, y Yo.
Ya es tiempo de gobernar a este ingobernado,
tiempo para plantar ilusión,
tiempo de abonar el futuro,
tiempo de cosechar felicidad.
Es el tiempo.
Tiempo de ver.
Tiempo de realizar.
Tiempo de cambiar utopías o engaños por realidades.
Tiempo de cambiar teoría por práctica.
Tiempo de mudar la piel.
Tiempo de no perder el tiempo.
Tiempo de Vivir.
Tiempo de Amar.
Tiempo de Ser.
Ya es mi tiempo.
