Pablo d’Ors : «APAGAR EL MÓVIL ES AL MENOS EL 50% DEL CAMINO ESPIRITUAL»
José María Sánchez Galera
El escritor y sacerdote Pablo d’Ors, que ha formado parte del Consejo Pontificio de la Cultura, charla sobre la importancia del silencio y la quietud: «La prisa es el principal enemigo de Dios».
Su primer apellido resulta muy reconocible. Al leerlo, a muchos les viene el recuerdo, como un acto reflejo, de Tres horas en el Museo del Prado, Introducción a la filosofía, o un largo elenco de ensayos. Es lógico: su abuelo Eugenio fue uno de los personajes cimeros de la intelectualidad española del siglo XX. Su padre, Juan Pablo, publicó Diario de un médico español en Rusia y Vislumbramientos evangélicos, entre otras obras. Su tío Álvaro sigue siendo, a pesar de haber fallecido en 2004, una destacada figura dentro del pensamiento tradicional, la Filología y el Derecho, además del impulsor de una de las bibliotecas más importantes de España, la de la Universidad de Navarra. Sin embargo, Pablo d’Ors (Madrid, 1963) no es un mero epígono de una familia cultivada, porque sus intereses han transitado por derroteros propios, como lo demuestra una docena de títulos de ficción —Andanzas del impresor Zollinger, El amigo del desierto, El olvido de sí, Contra la juventud…—, otra de colaboraciones en trabajos colectivos, y un puñado de ensayos de corte religioso y espiritual, entre los que suelen citarse Biografía del silencio (Siruela, 2012) y Biografía de la luz (Galaxia Gutenberg, 2021). Aunque tampoco cabe olvidarse de Sendino se muere (Fragmenta, 2012; Galaxia Gutenberg, 2020), en el que diserta sobre el cuidado a los enfermos, y la transformación que experimentan paciente y médico o acompañante —d’Ors ha sido capellán de hospital. Como afirma la doctora que da título al libro, «dejarse ayudar supone un nivel espiritual muy superior al del simple ayudar».
Pablo d’Ors tiene un estilo pausado, pero de intensidad contenida, contemplada, sopesada. Su palabra a veces desconcierta, a veces resuena como un eco o un vino, y a veces suscita un rápido asentimiento. No obstante, sus reflexiones sobre el silencio, la intimidad con Dios y la religión tienden a generar consensos y disensos, pues es hombre cuyas facetas y matices —a pesar de abundantes lecturas e influencias— tienen un acento tremendamente particular, por muy grácil y traslúcido que pueda parecer.
Pregunta: Dos de sus obras más reconocidas son Biografía del silencio y Biografía de la luz. ¿Vivimos en una sociedad con un grado de ruido y obscuridad mucho mayor que otras épocas? ¿El tempo en que nos movemos hoy es un tempo humano?
Respuesta: Hay demasiado ruido en todas partes, lo que dificulta, y a menudo imposibilita, la aventura de ser uno mismo. Sin embargo, hay una minoría prometedora que, alentada por el paradigma de la consciencia, me hace tener una gran esperanza. Cada época tiene sus dificultades, pero cuanto mayor es la dificultad, más grande y hermoso es también el desafío. Por mi parte, no cambiaría el tiempo en que vivo por ningún otro.
Pregunta: Me pregunto qué dirían Teresa de Ávila o Juan de la Cruz, si vivieran hoy.
Respuesta: Teresa de Jesús es de las personas más admirables que, en mi opinión, han pisado esta tierra. Logró lo que pocos han conseguido: destacar en la acción (fue una reformadora inigualable), en la palabra (sus libros siguen sosteniéndose hoy, siglos después de que fueran escritos) y en el silencio (está en las más altas cotas de la mística). En cuando a Juan de la Cruz, se trata, seguramente, del poeta más sublime de todos los tiempos. Creo que ambos harían hoy exactamente lo mismo que hicieron en su época.
P.: Marco Aurelio decía que resulta ridículo evadirse al monte, a un pueblo perdido o a la playa, para retirarse: para retirarse lo que cuenta es la propia actitud, y basta el dormitorio.
R.: Es cierto, de nada sirve cambiar el paisaje externo si no cambias el interno. Pero también es cierto que lo exterior puede ser un estímulo y un acicate para lo interior. En realidad, no hay dentro ni fuera. Eso es algo que decimos para entendernos. Pero una interioridad que no se refleje en exterioridad es, sencillamente, un idealismo o una ideología. Si lo místico no es carnal, no me interesa.
P.: Sigamos con la idea del ritmo, de la lentitud. ¿Los seres humanos necesitamos bajar nuestro nivel de revoluciones para sintonizar con nosotros mismos, con la naturaleza, con Dios?
R.: Desde luego. Lentitud, quietud, plenitud: ese es el camino. La prisa es el principal enemigo de Dios. Nadie puede hablar de su corazón o de su alma rápidamente. Lo más espiritual de cualquier conversación son siempre los silencios que median entre una intervención y otra, entre una frase y otra. No hay creatividad posible sin silencio. La única forma de tomar consciencia de algo es hacerlo despacio. Lo único que hay que hacer para vivir humanamente es tomarse tiempo. Tenemos tiempo, somos tiempo. Nos hacen creer que no, esa es la gran mentira.
P.: Hablar más bajo, hablar menos, apagar el móvil y el televisor. ¿Son buenos primeros pasos para alcanzar esa quietud que nos hace tan humanos?
R.: Sí a todo. Hablar menos: casi todo lo que decimos es totalmente prescindible, sólo sirve para autoafirmarnos y alimentar el ego. Hablar más bajo: es un signo de respeto y de elegancia que estimula la escucha, la salida de uno mismo hacia el otro. Apagar el móvil: eso es al menos el 50% del camino espiritual. A mayor conexión con el exterior, menor con el interior. Tener el móvil siempre encendido es el signo más claro de nuestro profundo sentimiento de orfandad. El otro día leí que tienes dos posibilidades: ver el móvil nada más despertarte o verlo mientas haces el primer pis.
P.: Usted, en Biografía del silencio, reconoce la influencia del budismo zen y otras corrientes orientales. Me acuerdo de la ceremonia del té, que consiste, sobre todo, en estar centrado en el momento presente, en lo que se hace ahora. En no pensar en lo que sucedió ayer o sucederá mañana.
R.: El zen me produce un respeto inmenso. Si no fuera cristiano, sería budista. Practico el hesicasmo, que es la búsqueda de la paz por medio de la quietud dentro de la tradición cristiana. El hesicasmo es un injerto del budismo zen en el cristianismo. Ese es mi camino espiritual. Naturalmente, soy un principiante.
P.: Todo esto requiere de un cierto ritualismo.
R.: Sustancialmente tenemos dos posibilidades: el rito o la rutina. O haces las cosas ordenada y conscientemente, y eso es el rito, o las haces mecánica y automáticamente, y eso es la rutina. Los cristianos, como los fieles de cualquier otra religión, celebramos ritos para darnos cuenta de que nuestra existencia es ritual. Que o es ritual o no es.
P.: Dice Rod Dreher que el hogar cristiano es una especie de monasterio, de lugar donde se respira un silencio, un ambiente de oración, de austeridad, de orden que lleva a Dios.
R.: Cuando hay orden nos sentimos bien, cuando hay caos nos sentimos mal. Esos son los hechos. Si entramos en una habitación limpia y ordenada, nuestra alma lo agradece. Si entramos, por contrapartida, en otra sucia y desordenada, experimentamos desasosiego y zozobra. Si ordenásemos nuestros días, seríamos espirituales. Las Órdenes religiosas se inventaron para ayudar a crear orden en la vida de las personas. Todos tenemos un monasterio dentro, es decir, un lugar en el que es posible la armonía y la paz.
P.: El silencio es la ausencia de ruido, ¿o la ausencia de todo sonido?
R.: Ninguna de las dos cosas. El silencio es la ausencia de ego. Los sonidos de la naturaleza no impiden la experiencia del silenciamiento interior, sino que lo facilitan. Lo que nos turba es el ruido y el parloteo interior. Sólo cuando callamos de verdad, escuchamos el grito de nuestro verdadero ser.
P.: Usted es un denodado apóstol de la meditación. Pero meditación no es oración. O, mejor dicho, puede ser una actividad separada de la oración.
R.: Meditación es para mí oración contemplativa, es lo mismo. La oración puede ser vocal, mental, afectiva o contemplativa, según se acentúen las palabras, los pensamientos, los sentimientos o el silencio. Otra cosa es que no quepa, que cabe, meditar sin ser creyente: eso es el mindfulness, que es la versión secular del budismo. La meditación comporta una dimensión terapéutica (conocerse y sanarse) y otra mística (abrirse a lo trascendente). Otro asunto es las formas culturales y religiosas en que expresas esa experiencia. Pero somos seres históricos, y no nos basta sólo el fondo, necesitamos las formas. A mí las formas cristianas me sirven y me ayudan. A decir verdad, me encantan.
P.: Hay quienes le critican arguyendo que usted cita más fuentes orientales no cristianas que a los Padres del Desierto. Incluso dicen que puede haber atisbos de cierto sincretismo.
R.: Prácticamente todos los que dialogan con los otros son acusados de sincréticos. Pero no hay verdad sin diálogo. Jesús dialogó con la religión judía, pero fue más allá. Pablo dialogó con la filosofía griega. El diálogo entre el cristianismo no me lo he inventado yo, surge prácticamente desde los orígenes de la fe cristiana. Hoy no se puede ser religioso sin ser interreligioso. Cuanto más conozco a los demás, mejor me conozco a mí mismo. La inclusión es un signo de verdad. La exclusión y la condena, en cambio, el mejor signo de la propia debilidad. Todos los hombres del Espíritu, vengan de donde vengan, son hermanos. Esta separación es absurda, es denigrante, me da vergüenza. Sólo el respeto a la diferencia nos lleva a la verdadera unidad.
P.: ¿Nos fijamos en Oriente, porque hemos olvidado nuestra tradición occidental, desde Homero, Sócrates o Séneca… o Teresa de Ávila?
R.: Yo no la he olvidado, al contrario: creé la asociación Amigos del Desierto hace siete años para mostrar que no es preciso emigrar espiritualmente a Oriente para hacer la experiencia interior, que tenemos aquí el instrumental necesario para esa empresa. Occidente no es peor ni mejor que Oriente, los dos son necesarios, los dos son hermosos, los dos son uno, están llamados a serlo. Yo quiero ser oriental para los occidentales y occidental para los orientales. Me gustaría poder abrazarlo todo para poder ser yo.
P.: Usted reconoce como maestro al jesuita Franz Jalics.
R.: Sí. Era un santo. Era un sabio. Era un hombre transfigurado. Para mí fue la puerta, la puerta que me abrió a mí mismo. Tengo con él una deuda de amor tan grande o mayor que la que puedo tener con mis padres biológicos. Él me ha engendrado en la fe, en el espíritu. Tener un gran maestro es tan importante como tener un gran amor: el primero te enseña a ser discípulo de todo y de todos, que es exactamente como me siento. El segundo te ayuda a amarlo todo, que es mi propósito fundamental.
P.: Desde hace al menos un siglo, han proliferado en la Iglesia interpretaciones cada vez más seculares de la Escritura. Por ejemplo, hay quienes dicen que el milagro de los panes y los peces fue la solidaridad, y no una multiplicación prodigiosa de los alimentos. Usted, en Biografía de la luz, al hablar de cómo José, tras sus dudas y angustias, acepta a María en su casa, no cita lo que Mateo considera esencial: «No temas, José, porque lo concebido en el seno de María es obra del Espíritu Santo».
R.: Mi último libro, Biografía de la luz, quiere ser una demostración de que la sabiduría perenne está en todos los libros verdaderamente sagrados, y por supuesto también en el evangelio. La sabiduría que encierra Mateo, Marcos, Lucas y Juan es para todos sin excepción, con independencia de su confesionalidad o agnosticismo. Para mostrar esto he escrito este libro. Son nuestros prejuicios los que nos impiden leer de verdad y disfrutar con la verdad, que es lo que te hace libre. En el pasaje que dedico en la Biografía de la luz a san José hablo de absolutamente todo lo que considero importante para entender esta figura y, sobre todo, muestro cómo su dilema vital es el mismo que con frecuencia hemos de atravesar nosotros. Claro que el ser que concibió María fue obra del Espíritu santo. No creo que sin la intervención del Espíritu, por otra parte, ninguno de nosotros estaríamos aquí.
P.: «No temas, no temáis», son expresiones que Dios emplea mucho en el Evangelio. Y también aparecen mucho los milagros. ¿Hemos perdido hoy en la Iglesia esta perspectiva? ¿Esta apertura a un Dios que nos sobrepasa y nos sorprende?
R.: Nuestro principal cáncer es, probablemente, el miedo, la enfermedad del futuro, así como la culpa es la enfermedad del pasado y el apego la enfermedad del presente. Ese «no temáis» evangélico alude a esa parálisis del corazón que nos impide vivir y disfrutar. Disfrutar es el verdadero problema religioso. Disfrutar es entrar en comunión con el mundo. Eso es lo que hemos de aprender, eso es lo que yo busco: superar la pesadilla de la separación, comprender que todo y todos somos uno.