No existen los Maestros, ni los Gurús, ni los Guías Espirituales, en el sentido que se les da habitualmente de ser poseedores exclusivos de una Verdad que les pertenece y nos prestan.
Existen los “recordadores”, los “despertadores”, los “animadores”… existen las personas y las cosas que ponen en marcha lo que está incorporado en cada uno de nosotros, más o menos aletargado, esperando expectante nuestra atención.
El único Maestro, es el Maestro Interior.
El que realmente somos.
El que aún no conocemos.
El que intuimos, pero cuya presencia en nuestro interior se nos hace grande y de una responsabilidad abrumadora.
El que nos hace darnos cuenta, en muchas ocasiones, de que sabemos más de lo que admitimos.
El que pone en nuestra voz, muchas veces, palabras que parecen brotar de una sabiduría desconocida en lugar de provenir de nuestra propia inteligencia.
El que, a veces, pone en nuestro pensamiento una reflexión profunda, una pregunta penetrante, una inquietud espiritual…
La sabiduría borbotea en lo interno, mientras la mente se conforma con cualquier tontería.
De ahí la necesidad de silencio externo, para poder contactar con los latidos profundos, con la voces adormecidas o acalladas, con lo infinito que nos habita, con lo divino que somos.
Por eso la necesidad de procurarse muchos momentos de atención personal, de huida de la distracción mundana, para contactar, poco a poco, con ese silencio profundo en el que habita la sabiduría; para que se empiece a manifestar, aunque al principio sea tímidamente, el que verdaderamente somos, en toda su grandeza y su esplendor, y con todos los honores.
La necesidad primordial es la Quietud, para llegar a escuchar con más claridad el silencio prudente de Dios dentro de ti. De Calma, para aceptar, poco a poco, no sólo la divinidad que te habita sino la divinidad que eres. De Tiempo, para experimentar, de un modo irrefutable, el aforismo que confirma que todo está dentro de cada uno. De Conciencia, para admitir sin rechazo que eres más de lo que aparentas ser.
De fuera, de los llamados Maestros, sólo se debe admitir, y como recordatorio, aquello que resuena perfectamente en nuestro interior.
No es conveniente aceptar “porque sí”, por imposición -o porque lo diga otro que aparente ser más sabio que tú-, aquello que no coincide con algo que, de momento, sólo sospechas que no encaja con lo que aún no sabes que ya sabes.
Si no estás de acuerdo inmediato con lo que te recuerda el denominado Maestro, no insistas en buscar razonamientos que te convenzan de que “él sí sabe y tú no”, o de que “no eres capaz de comprenderlo –y por tanto no te es útil-, pero si él lo dice será así”, o tampoco te dediques a repetirte lo que has oído decir, intentando convencerte, si no estás de acuerdo absoluto con ello.
Los Recordadores fiables son aquellos que no te imponen, sino que te enseñan a confiar en ti; son los que te muestran el camino pero no te llevan de la mano, y te dejan que lo hagas tú solo; los que te sugieren la libertad y no te exigen obediencia ciega y acatamiento sumiso; los que te demuestran que tienes que escapar del rebaño y andar a solas; los que te hablan más de tu divinidad interior que de un Dios lejano e inaccesible; quienes te hablan más de ti que de ellos, y te ensalzan más a ti que a su ego; los que ponen más interés en alumbrarte que en deslumbrarte.
Y quienes no cumplan completamente estos requisitos, han de ser desterrados, ya que, tal vez, su influencia no sea positiva.
El Maestro interior está en ti: tienes que comprobarlo para convencerte de ello, y luego puedes entrar en ti para aceptarle y restablecer la comunicación.
Y ahora, ya lo sabes, no creas ni aceptes nada de lo que acabas de leer, salvo que algo dentro de ti haya dicho: “sí”.