Aristóteles fue el primero en hablar sobre el acto y la potencia.
Él distinguió claramente el ser potencial de una semilla (un árbol) y su ser en acto… si bien los agricultores de esos tiempos ya lo sabían experiencialmente, el hecho de acuñar en una palabra ese fenómeno, contribuyó a una visión más amplia sobre las potencialidades de las cosas.
Gracias a los avances de la tecnología, hoy en día se pueden tener, a priori, detallados análisis sobre las “potencialidades” de una semilla. Desde el tipo de árbol que engendrará, el tamaño que en determinadas circunstancias tomará y el color exacto de sus hojas, entre otras cosas más.
Incluso también en pocos años, gracias al estudio del genoma humano, se podrá saber con exactitud las disposiciones físicas y tendencias emocionales que tendrá una persona cuando aún sea un embrión.
¿Pero ahí terminan las potencialidades humanas?
Evidentemente no… bajo esos “condicionamientos” físicos recién comienza a vislumbrarse la infinita potencialidad del hombre. Los habrá algunos más bajos y otros más altos. Los habrá algunos de piel oscura y otros con piel más clara, pero todos, absolutamente todos tenemos una potencialidad infinita que ningún estudio científico puede alcanzar.
¿Por qué? Por nuestra necesidad insaciable de felicidad, por nuestra búsqueda interminable de la verdad y por nuestra capacidad trascendente de ser y amar.
Creo firmemente en que somos potencialmente infinitos: Queríamos volar y lo logramos, queríamos comunicarnos a distancia y lo conseguimos; lo que alguna vez fue sueño, se volvió realidad… y lo que hoy es anhelo del corazón… algún día cobrará vida.
Pero más allá de esta inefable potencialidad infinita de la humanidad, hoy quisiera dar mi opinión sobre las bases para el despertar de estas potencias humanas.
Hablo de potencias concretas, hablo de virtudes como el coraje y la sinceridad, así como también, de habilidades para el arte, el deporte, el trabajo y las relaciones humanas.
Hablo de todo tipo de potencias que el hombre tiene en su interior y es impulsado a explotarlas desde lo más profundo de su naturaleza.
En este mundo tan competitivo y perfeccionista, suele suceder que no nos demos cuenta de las grandes capacidades que tenemos. Por querer hacer todo “perfecto“, pareciera que nada hacemos totalmente bien… el complejo de inferioridad oprime el alma y al compararnos siempre nos sentimos menos que otros.
El miedo a equivocarnos nos esclaviza y frena el despliegue de nuestra propia originalidad.
Entre tanta dificultad, ¿Cómo despertar el propio potencial?
Claramente, descubrir y despertar el potencial original de cada persona es algo complejo y relativo. Sin embargo, hay 3 pilares que para mí, son fundamentales:
CONOCERSE, ACEPTARSE Y CREER EN UNO MISMO
Como la raíz de un árbol, los cimientos de una persona que explota sus potenciales, es un profundo autoconocimiento.
Conocerse es importante porque ayuda a entenderse, ayuda a saber potenciar las cosas buenas de uno y disfrutarlas.
Por otro lado, ayuda a reconocer las propias debilidades, y con ello, a tener más criterio para tomar decisiones que correspondan con las propias capacidades y motivaciones.
Por otra parte, conocerse permite comprender un poco más los sentimientos y reacciones de uno. Conocer lo que te hace feliz, saber cuáles son las cosas que te hacen bien y cuales te hacen mal, son herramientas que cooperan con una vida más sana y más plena.
Pero no basta con tener consciencia de la propia identidad. Un paso necesario para poder hacer valer este conocimiento es la auto-aceptación.
Quererse uno mismo, aceptarse tal como uno es… por más que suene a facilismo, creo que es una de las tareas más difíciles de nuestra existencia.
Estar cómodo con uno mismo, tanto física como espiritualmente; valorar la propia historia, la vida que te toca vivir, y aun conociendo las propias limitaciones, asumirlas como condición necesaria que permite a uno comprender a otros y a la vez, son una oportunidad para seguir creciendo y mantenerse vivo.
Siguiendo con el símbolo del árbol, la auto-aceptación sería como el tronco, el que da altura (dignidad) a la persona; ya que quien no logra aceptarse a sí mismo, se siente indigno, se siente insignificante ante los demás y poco a poco la fuerza de la vida lo va apagando.
Tomar con fuerza las amarras de la propia libertad, animarse a vivir la aventura de ser uno mismo y jugársela por lo que uno cree, confiando en las propias potencias y desplegándolas en la vida, constituyen el tercer y último pilar.
La diferencia entre aceptarse y creer en uno mismo está en que mientras el primero es meramente un trabajo interior, el segundo implica un acto concreto que demuestre ese propio potencial transformado en acto.
Y así como cada árbol se muestra orgulloso de sus frutos, así cada uno debería poder sentirse a gusto de los frutos de la propia originalidad, por más que no a todos les gusten.
http://www.jpvillani.com.ar/2009/02/buscando-el-propio-potencial/