CAPÍTULOS INCONEXOS 1
Con más sorpresa que esperanza llegó al siguiente nivel.
Ante sí, dentro de sí, aparecían unas lucecitas inquietas, sin forma definida, cambiantes con las oscilaciones de cada tiempo y cada situación; volubles pero sin llegar a ser frágiles: se había topado con la sensibilidad.
Y la sensibilidad es un estado inubicado que escapa a cualquier definición y escapa de las estrecheces en las que a veces se pretende encerrar.
Acostumbrada a andar entre represiones y traumas, entre opresiones y trabas, desarrolla la vivacidad de un chaval inquieto y se cuela por donde puede, aunque sea una inapreciable rendija por donde solo cabe una mínima expresión de aire.
Se alimenta de las sorpresas, de las sensaciones que llegan y nos pillan sin una respuesta preparada o una puerta sin cerrar.
La sensibilidad –femenina y singular- es el más grande de los motores que nos hacen sentir.
Es lo exquisito y sutil. Lo fino y aterciopelado. Lo tierno que acaricia. Lo que cada uno tiene de mariposa y de amanecer.
No la aceptó como suya –por alguna interferencia extraña-.
Una luz de neón centelleaba la palabra SENTIMIENTO.
No pudo encontrar definiciones para ella.
Se permitió sentirla ya que la razón se vio imposibilitada para razonarla.
Cerró los ojos y visualizó, en grande, la palabra: SENTIMIENTO.
Nunca debió hacerlo.
Con la última sílaba, las estructuras que le quedaban en pie comenzaron a sentir el terremoto que se aproximaba.
Se le removió todo el cuerpo y comenzó a sentir que se le desprendía la máscara que le ocultaba, la tapadera del olfato, la venda de la mirada, el candado de los besos, las manos de caricias de cemento, el muro de los lamentos, y cada una de las defensas fortificadas.
No le quedó otro remedio más que el de sentir… y sintió.
Ahí comenzó la segunda parte de su vida.