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 SER, SENTIRSE Y HACERSE LA VÍCTIMA.



Julio 15, 2023, 05:23:57 am
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SER, SENTIRSE Y HACERSE LA VÍCTIMA.
« en: Julio 15, 2023, 05:23:57 am »
SER, SENTIRSE Y HACERSE LA VÍCTIMA.
Isabel Cañelles

Yo siempre he sido una víctima de manual.
¿Por qué?
Hembra de nacimiento: esto es ya empezar con muy mal pie, me dirás que no.
Niña muy tímida e introvertida, sin un gramo de apoyo emocional en casa pero con toneladas de crítica, empollona y miope perdida: carne de cañón en el colegio.
Joven sumisa, con baja autoestima, dependiente y sedienta de amor, pero creyéndose muy liberada: carne de cañón de las parejas y de los mandamientos sociales.
Mujer traumatizada, contradependiente, miedosa, sensible, desconfiada, consciente de sus patrones pero muy vulnerable: carne de cañón de la culpa y la parálisis.
La vida me ha situado en bastantes situaciones en las que he sido víctima de abusos, maltrato, desprecio, manipulaciones… Y eso me ha creado mucha culpabilidad, vergüenza, miedo, desconfianza y rabia (que por lo general he volcado en mí misma, y también en otras personas más débiles que yo, muy pocas veces en los agresores).
Las heridas causadas por esto están aún lejos de curarse (salir del trauma es un proceso complejo y exasperantemente lento, al menos en mi caso), pero si algo he aprendido a lo largo de los años, es que hay una diferencia sustancial entre «ser» una víctima, «sentirse» víctima y «hacerse» la víctima. Y que me es muy útil reconocer cuándo soy víctima, cuándo me siento víctima y cuándo me hago la víctima.
Ser una víctima es (según el DRAE), «padecer daño por culpa ajena o por causa fortuita». Se puede ser víctima, pues, tanto de un accidente como de una violación.
Sentirse víctima significaría, por tanto, percibir internamente que has padecido un daño que proviene del exterior.
Hacerse la víctima sería (según el DRAE), «quejarse excesivamente buscando la compasión de los demás». Esto último constituiría lo que se suele llamar «victimismo», pero no los dos casos anteriores.
Una persona puede ser víctima sin sentirse víctima o sentirse víctima sin serlo. Por poner un ejemplo, mi hijo, cuando tenía siete u ocho años, fue víctima de un abuso, junto con su mejor amigo, en el campamento de verano al que asistió. Un chaval de dieciséis años los llevaba a un sitio solitario, y jugaba con ellos a lo que llamaba «el pezón retorcido». Les retorcía los pezones hasta hacerles cardenales, haciéndoles creer que eso les haría más hombres. Mi hijo estaba muy contento y orgulloso con eso que consideraba un juego de machotes, y me lo contó por teléfono tranquilamente. Estaba siendo víctima de un abuso, pero no se sentía víctima en absoluto. Hablé inmediatamente con los monitores del campamento, quienes, a su vez, hablaron con mi hijo y su amigo, y por otro lado con el chaval en cuestión. Entonces, mi hijo se sintió víctima de los monitores y de su madre, los cuales —según su punto de vista— nos habíamos compinchado para avergonzarlo. Así que fue víctima sin sentirlo y se sintió víctima sin serlo.
Yo he sido víctima muchas veces en mi infancia (en casa y en el colegio), unas cuantas en mi juventud y alguna que otra en mi madurez. A veces he sido víctima sin enterarme a priori, otras lo he negado, en ocasiones he sido y me he sentido víctima, muchas veces me he sentido víctima sin serlo y otras tantas me he hecho la víctima (siéndolo y/o sintiéndolo o no). En fin, todas las combinaciones son posibles.
Cuando alguien es víctima hay un agresor (de cualquier género o número). A veces al agresor se le une la sociedad, lo que hace las cosas más difíciles. Cuando la víctima es un niño o una niña, no es responsable en absoluto de lo ocurrido. A veces el daño que se ejerce sobre ese niño o niña genera problemas para toda la vida. Cuando la víctima es una persona adulta, a veces comparte responsabilidad con el agresor y otras no, dependiendo del grado en que haya sido forzada su voluntad.
Además de distinguir entre ser víctima, sentirme víctima y hacerme la víctima, para mí también ha sido muy importante diferenciar entre responsabilidad, culpa y culpabilidad.
He descubierto que, con respecto a las situaciones en las que he sido una víctima mayor de edad, de poco me ha servido culpabilizarme o culpabilizar al otro —he hecho ambas cosas, alternativamente y a la vez, durante o después de los sucesos, con escasos resultados—, pero sí me ha servido responsabilizarme de mis sentimientos (asumir que he sido víctima, y dejarme sentir la impotencia y la tristeza que implica ese hecho), repartir responsabilidades (en los casos que tocaba) y actuar en consecuencia. En cuanto a la culpa, yo la ceñiría a un ámbito legal: un agresor es culpable (además de responsable) de forzar a alguien a hacer algo en contra de su voluntad, y según las leyes de cada sociedad, tendrá que ser penalizado.
En las ocasiones en que me he sentido forzada o manipulada, asumir mi parte de responsabilidad y deshacerme del resto no ha sido fácil (a veces creo que he llegado a culpabilizar para no responsabilizar al otro o a mí misma), pero es lo que me ha permitido aprender a mostrar límites cada vez más claros y poner todo de mi parte (que es lo máximo que puedo hacer) para no verme envuelta en situaciones de maltrato.
También me he dado cuenta de que sentirme víctima (de mi familia, de mis parejas, de la sociedad, de la vida en general) no implicaba necesariamente que lo fuera, sino que se trataba en muchas ocasiones de un patrón aprendido, una creencia falaz, un filtro que le ponía a mi existencia, un sesgo involuntario que tomaba por real. Que alguien decida cortar una relación conmigo, por ejemplo, no significa que «me abandone», o que mi hijo deje desordenada la habitación no implica que me desprecie. Cuando se te ha dañado en la infancia, pareces buscar inconscientemente el mismo clima inhóspito de lo que fue el único hogar que conociste. Hay una parte de ti (a veces dominante) que prefiere el infierno a lo desconocido. Y eso es a veces mucho más peligroso que un agente externo, porque lo llevamos siempre a cuestas, resulta una suerte de agresor interno.
Con lo que digo no pretendo en ninguna medida exculpar a los agresores externos, que los hay a patadas y han de asumir lo suyo (he de decir que yo misma he ejercido de agresora —como unas cuantas madres— con personas más débiles que yo) pero sí pretendo devolverme a mí misma el poder que el victimismo me quita a cambio del ralo beneficio de no asumir responsabilidades.
Yo no puedo evitar que alguien me asalte un buen día y me viole por la fuerza, por ejemplo, ni puedo evitar (a día de hoy) quedarme paralizada ante situaciones de violencia, pero sí puedo prestar atención a lo que ocurre en mi interior, descubrir las creencias erróneas que me manejan y desactivarlas, en la medida de mis posibilidades.
Eso me devuelve el poder que me quita vivir bajo el eterno influjo de los demás y de la queja constante.
Eso me permite ir dejando en el pasado sucesos (algunos, otros todavía no puedo) que le ocurrieron a otra yo que ya no existe, y no a la de ahora.
Eso me permite, aun sintiéndome víctima en muchas ocasiones (tanto de cosas del pasado como del presente) poder dilucidar si realmente soy víctima o lo fui o no lo soy o no lo fui; y de ese modo, solo si realmente subsiste algo real en el presente, actuar en consecuencia —pero entonces sí, hacerlo, hacerlo sin excusas y siempre en la medida de mis posibilidades—, para que esa situación no se siga dando y la otra persona asuma su responsabilidad en el daño que está ejerciendo.
Este es el «temazo» de mi vida, aquel que posiblemente me acompañe a la próxima para que siga trabajando sobre él. He querido, no obstante, compartir mis reflexiones y aprendizaje contigo para que, si eres, te sientes y/o te haces la víctima, lo hagas al menos en compañía.

https://escribirymeditar.es/ser-sentirse-y-hacerse-la-victima/


 

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