EL CAMINO DE LIBERACIÓN DEL ALMA
Transitar el camino que nos lleva a conseguir la completud del ser, la manifestación plena del alma en la tierra, resulta para el ego, el yo mental, muy perturbador, desestabilizante y por momentos desconcertante.
El yo que creímos ser, poco a poco se va transformando, diluyendo, y junto con esto aparecen las mentiras que nos hemos dicho a nosotros mismos y las formas de “ser o estar” que creamos para sostenerlas.
Por miedo al abandono, rechazo, exclusión, discriminación y por miedo a la libertad.
De niños no supimos, ni pudimos, hacer otra cosa más que intentar ser esos que sentimos nos asegurarían “ser queridos”.
Un modo maravilloso de supervivencia cuando no se goza de auto-sostenes físicos, emocionales y por lo tanto se tiene altos grados de dependencia.
Iniciar el proceso de liberación del alma implica comenzar a discriminarnos del yo que creemos mentalmente ser y empezar a sentir y descubrir el yo que somos a cada momento.
En esta etapa del proceso la emoción que con mayor frecuencia se experimenta es miedo.
El ego siente miedo a la muerte que se le avecina y a perder el lugar de "comodidad incomoda" conocido hasta el momento.
Las emociones que experimenta el niño interior, el alma, son dolor o ira, por estar oprimida por el ego, por no poder ser quien de verdad es.
En el cuerpo físico se vive como angustia, es decir sentirse y estar en un espacio angosto.
Y por otra parte experimenta miedo a manifestarse libremente, por falta de experiencia física y por el recuerdo físico – emocional, del rechazo recibido cada vez que lo había intentado hacer.
Esta es la estructura interna que originan síntomas que van desde la necesidad de hacer que todo sea como la mente lo planifica, hasta ataques de pánico, fobias, adicciones, formas ilusorias de jugar el control que ejerce el ego.
A medida que el ego se diluye y el niño interior y el alma, se hacen presentes y activan el proceso de liberación, estos dos aspectos de nosotros mismos que conforman nuestro humano- divino, se hacen cuerpo en la tierra.
Conectar con nuestro niño interior, sentirlo, volver a ser él, dejarlo que se haga cuerpo y vida, implica volver a sentir y re-experimentar aquello que lo retrajo.
La conexión con este espacio de dolor es el primer paso del proceso de liberación. Estar en el dolor y dejarlo vivir es un hermoso acto de expresión y liberación del niño, del alma.
Este proceso de liberación posibilita adoptar a nuestro niño interior, reconocer y activar nuestro sanador interior, desarticular el juego del sufrimiento, aprender el trato que el niño necesita para vivir con su pureza y libertad de espíritu.
Cada herida experimentada esconde una sabiduría sin igual y tiene un sentido profundo para el propósito que el alma trajo.
Cuando el niño interior se libera, se recuerda con el cuerpo y la emoción, recuerda las situaciones que experimentó y las lecciones que se esconden detrás de cada experiencia.
Esa sabiduría constituye el oro más valioso que el alma tiene para llevar a cabo su propósito.
Cuando el niño libera su dolor, el alma libera sus dones y comienza a sentir aquello que tiene verdadero sentido para ella; esto la lleva a recordar su propósito y a recuperar su deseo, la alegría y el entusiasmo por la vida.
Este es un proceso cargado de vida que sin la liberación del dolor que yace anestesiado y endurecido en el cuerpo emocional, no es posible hacer.
El alma tiene la sabiduría y firmeza de un sabio, y la vulnerabilidad, sensibilidad, sabiduría, pureza, intuición, percepción de un niño.
Este es un camino donde el alma si impone al ego. Sin fe no se sostiene, sin amor a la verdad no se sostiene, sin respeto a la sabiduría del cuerpo no se sostiene, sin desapego a las formas establecidas y a las mentiras no se sostiene, sin libertad de espíritu no se sostiene.
El verdadero sentido de esta vida no radica en poseer objetos, personas, títulos, conocimiento, belleza, éxito, confort.
Todo eso es efímero, fugaz.
El sentido profundo de la experiencia terrena radica en conquistar al ser que de verdad somos, abrazar su divinidad y compartirla con todos a través de su obra.
(Carina Tacconi)