SER UNO MISMO
Amparo Millán
Ser uno mismo no es un capricho ni un objetivo «que estaría muy bien conseguir».
Ser uno mismo es una necesidad porque nadie puede ser quien no es sin pagar un alto precio. Un alto precio en forma de depresiones, ansiedad, amargura, autodesprecio, vacío existencial e incluso enfermedades.
Hace tiempo que sigo al Dr. Gabor Maté, que ha pasado toda su vida intentando buscar la causa primaria de las adicciones y, en los últimos años, también de las enfermedades. En esta entrevista que estuve escuchando hace algunos días mientras planchaba (así mezclo yo lo mundano y lo psicológico) el Dr. Maté comenta que «el cuerpo dice NO» (es decir, se enferma) cuando no somos auténticos, porque se establece un estado de estrés permanente debido al conflicto entre lo que queremos y lo que hacemos.
Es decir, Gabor Maté llega a decir que el cuerpo se enferma cuando no somos nosotros mismos.
Lógicamente esta frase es una sobre-simplificación de toda la entrevista (te recomiendo escucharla para entender las sutilezas y su razonamiento) y entiendo que no será aplicable a todas las enfermedades, pero me gustaría tomarla para este artículo.
Ser auténtico… ¿qué significa? ¿Lo somos en realidad? ¿O dejamos de serlo para hacer algo que resulte «más conveniente»?
MANERAS DE SER AUTÉNTICOS
Una de las claves para ser auténticos pasa por permitirnos sentir lo que verdaderamente sentimos (aunque el sentimiento nos asuste o nos confunda un poco). Es decir, reconocer y aceptar los sentimientos que estamos teniendo aunque no sean los que se consideran «correctos» en nuestra situación.
Por ejemplo, permitirnos llorar si sentimos dolor; dejar que la tristeza se exprese cuando estamos desanimados (en vez de ir a un parque de atracciones a ver si se nos pasa); contactar con nuestro enfado y buscar alguna forma de darle salida que no sea descargándolo en otras personas (correr, limpiar toda la casa, hacer boxeo, crear una pintura abstracta…) o reconocer que debajo de esa rabia hay un niño herido, sufriente y con mucho miedo.
Otra manera de ser auténticos es hacer algo que nos apetece si no hacemos daño a nadie y dejando a un lado miedos ridículos. Por ejemplo, bailar si tenemos ganas de bailar, aunque no seamos expertos. O no ir a un sitio, si realmente no queremos ir (o si tenemos la obligación de hacerlo, buscar alguna motivación que nos impulse o pedir a alguien que nos acompañe).
Ser auténticos también es poner nuestros deseos irrefrenables encima de la mesa y planear cuándo los podremos hacer realidad. No podemos renunciar a estos sueños verdaderos, porque con ellos están enraizadas nuestras aptitudes innatas.
Por último, ser auténticos es atrevernos a ser nosotros mismos, entendiendo que si algunas personas no nos comprenden, o no les caemos bien, no es el fin del mundo.
Es cierto que no es fácil ser auténticos pero podemos darle un giro a este pensamiento teniendo en cuenta que… ¡no serlo es mucho peor!
Como dije más arriba: pagamos un alto precio por no ser nosotros mismos, un alto precio en forma de vidas tristes, vacías, conflictos emocionales, enfermedades. Y entender que a veces lo difícil no es cambiar, sino que es peor seguir como estamos, nos puede motivar para dar ese salto hacia la expresión de nuestro verdadero ser.
LAS MÁSCARAS QUE LLEVAMOS PARA SER ACEPTADOS
En lo más profundo, todos sabemos que hay alguien que estamos destinados a ser. Y podemos sentir cuando nos vamos convirtiendo en ese alguien. Lo contrario también es verdad: sabemos cuando algo no encaja y no somos la persona que estábamos destinados a ser.
(Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler en «Lecciones de vida«)
Cuando elegimos no ser auténticos, porque esto podría llevar a que algunas personas dejen de querernos o apoyarnos, nos ponemos una máscara, o como lo llama Laura Gutman «asumimos un personaje para sobrevivir».
Todos necesitamos sentir que pertenecemos a un grupo y por esa pertenencia somos capaces de dar lo más preciado de nosotros mismos. Por pertenecer, y sentirnos amados o respetados, somos capaces de negar nuestra personalidad y nuestros deseos y sólo actuar en base a lo que se espera de nosotros.
De este modo, hay personas que no se atreven a divorciarse para no dar un disgusto a sus respectivas familias o para no convertirse en «la oveja negra» que es criticada por todos. También las hay que quisieran salir de la empresa familiar con 200 años de historia pero no soportarían pagar el precio de sentirse excluidos. Por otro lado, existen personas que trabajan y viven en un entorno que no les encaja al 100% pero que fingen que les gusta porque no pueden imaginarse solas, apartadas del grupo mayoritario, buscando otra cosa.
El miedo a dejar de pertenecer a un grupo familiar o social es potentísimo. La exclusión ni es agradable ni es fácil, por eso huimos de ella como de la peste. El drama es que… aunque nos sintamos muy calentitos dentro un grupo cualquiera, aunque estemos muy confortables siendo lo que los demás quieren que seamos, si hay algo dentro de nosotros que no concuerda con ese grupo, siempre pujará por salir.
No podemos tapar ni decir «no» para siempre a nuestro ser auténtico, así de sencillo.
Si esto que puja por salir no lo consigue en en plano de lo real, entonces se colará en nuestros sueños tranformándolos en pesadillas, en nuestro cuerpo en forma de enfermedades e incluso en nuestro destino cuando nos ocurren desastres que no comprendemos y que inconscientemente hemos provocado.
Renunciar a nuestro auténtico yo y ponernos una máscara más adecuada (más disciplinada, más práctica, más seria, más convencional) tal vez nos consiga el aplauso de los miembros del clan, pero ahoga a nuestro espíritu que hará lo que sea para defenderse… o peor, que se cansará de luchar y nos hará llevar una historia de «muertos en vida».
¿CÓMO SER UNO MISMO SI LA SOCIEDAD NO ME ACEPTA?
Hay muchas personas que tienen la sensación de que la sociedad les oprime. Muchas personas dicen que «es que la sociedad es muy convencional», la sociedad no me acepta, la sociedad me aísla, la sociedad me rechaza…
Yo siempre digo que la sociedad son las tres-cuatro personas que más nos importan. Es decir, a nadie, si somos honestos, nos importa un pimiento la sociedad en su conjunto. Lo que sí nos importa, y mucho, es la opinión de mamá, de papá, de la abuela que me crió, de mi pareja, de alguno de mis amigos o de la persona que me gusta. Esa son las opiniones que nos importan, no hay mucho más.
Cuando tengas pensamientos del tipo «la sociedad me trata mal» párate a pensar: ¿A QUIÉN en concreto te estás refiriendo? ¿Qué persona en concreto te trata mal, por mucho que te duela? ¿QUIÉN te gustaría que te aceptara? ¿De QUIÉN te aterroriza un juicio negativo?
La escritora y terapeuta Martha Beck tiene una opinión idéntica a la mía. En su libro «Encuentre su propia estrella polar» explora qué se esconde detrás de expresiones como «la gente» o «todo el mundo», utilizadas en frases como: «si hago lo que quiero todo el mundo me perderá el respeto», «¿si soy así, qué pensará la gente?». Dice al respecto:
El «todo el mundo» de todo el mundo está compuesto apenas por unas pocas personas clave. Nuestra naturaleza social nos induce el anhelo de encajar en un grupo más grande, pero resulta bastante difícil mantener en la propia mente los gustos y opiniones de más de cinco o seis individuos. Así pues, el sí mismo social, crea una especie de atajo: toma las actitudes de unas pocas personas, se las graba en la mente y extrapola esa imagen para abarcar todo el universo conocido.
[..] Nunca deja de sorprenderme lo limitado que es nuestro concepto particular de «todo el mundo» o «la gente». […] Cuando me detengo un momento y trato de determinar quiénes son esa «gente», raras veces se me ocurren más de dos o tres individuos.
Es hora de comprender que nuestro reclamo cuando decimos «quiero que la sociedad me acepte» es falso (queremos que nos acepten esas 3-4 personas a cuya opinión damos una gran importancia). También es hora de comprender que no podemos influir en lo que hagan otros, ni podemos obligar a nadie a aceptarnos o querernos.
Esperar a ser feliz hasta que mamá/papá/la abuela/mi pareja/mi jefe me acepte y me quiera como soy es renunciar por completo al poder personal. En realidad como adultos no necesitamos que esas personas importantes nos quieran o nos acepten, y tenemos la independencia social y económica para buscar un nuevo grupo o tribu (que a veces es muy diferente del de procedencia) donde sí nos sintamos valorados tal y como somos.
PREGUNTA INTERESANTE: ¿PARA QUÉ ESTAMOS AQUÍ?
Estamos en este mundo para ser quienes ya somos, con nuestras luces y nuestras sombras, nuestras virtudes y nuestros defectos (a veces lo más divertido de nosotros son nuestros defectos).
Estamos en este mundo para vivir de forma auténtica y esto implica:
– Desplegar nuestra personalidad individual con confianza y alegría
– Descubrir cuáles son nuestros talentos y, en lo posible, ponerlos a disposición de los demás.
– Intentar cosas, equivocarnos y aprender de los errores, sin que el miedo al fracaso nos paralice.
– Cumplir nuestros sueños y expectativas, no los de otros
– Sentirnos orgullosos de nuestros logros (en vez de esperar que lo hagan otros)
– Encontrar nuestro lugar en el mundo, que puede puede significar encontrar nuestra vocación, el sitio donde vivir o personas que me aceptan como yo soy en realidad y me ayudan a crecer desde ahí.
Por último, y esto es algo en lo que coinciden los grandes líderes morales y espirituales: estamos aquí para amar.
Elisabeth Kübler-Ross y David Kessler han pasado toda su vida acompañando a personas moribundas, en parte para ayudarles en ese tránsito delicado entre la vida y la muerte, y en parte para descubrir cuáles son las lecciones de vida que aprendemos en los últimos momentos. Según estos autores:
Al enfrentarse a la pérdida, las personas con las que hemos trabajado se han dado cuenta de que el amor es todo lo que importa. El amor es realmente lo único que podemos poseer, conservar y llevarnos con nosotros.
Esas personas han dejado de buscar la felicidad «en el exterior». En su lugar, han aprendido a descubrir la riqueza y el significado en aquello que ya tienen y son, para captar más profundamente las posibilidades ya existentes. En pocas palabras, han derribado los muros que los «protegían» de la plenitud de la vida. Ya no viven para el mañana, esperando interesantes noticias sobre el trabajo o la familia, un aumento o las vacaciones. En vez de ello, han descubierto la riqueza de cada hoy, ya que han aprendido a escuchar su corazón.
Ser uno mismo es el único objetivo importante de nuestra existencia, es el propósito común a todo el mundo. Esto no siempre es sencillo de alcanzar: ser uno mismo requiere coraje y constancia, además de una disposición a pagar el precio que sea necesario (que suele ser la exclusión).
Finalmente, ser uno mismo es un acto de amor, aunque algunos puedan pensar que es egoísta. Porque cuando somos quienes somos en realidad permitimos que salgan a la luz nuestra cualidades, nuestros dones, nuestra energía, nuestra bondad, nuestro sentido del humor innato, y todo eso «toca» como si fuera una varita mágica a los que nos rodean, que salen beneficiados.
No hay mejor forma de amar que siendo auténticos.
¿Te animas a ser tú mism@? ¿Qué te separa de ello?
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