Uno de los retos que se nos propone a los Humanos es el de saber vivir.
No sólo estar en la vida, no sólo gastar los minutos que nos han sido concedidos, no sólo estar y pasar por las cosas y los momentos, sino saberlos apreciar, sacarles todo el jugo, vivenciarlos, y hacerlos magníficos.
La tarea parte de saber apreciar que lo habitual y la rutina no han de desmerecer las cosas.
Nos parece tan normal que el sol esté siempre ahí, que cada mañana amanezca, que los seres queridos estén al lado, o que la salud sea buena, que sólo su falta nos hace apreciarlo en su justo valor.
Es tarea de cada uno prestarle la atención necesaria a su vida, y a sus vivencias, de forma que todas las canciones puedan convertirse en “aquella canción” tan especial que guardamos con tanto cariño porque fuimos plenamente conscientes aquella vez; que cada vez que un abrazo nos acoge, sea “aquel abrazo” que guardamos en los recuerdos como un tesoro; que cuando vuelvas a tocar sus rizos, o cuando tu mano se deslice por su espalda, se convierta mágicamente en un hecho inigualable; que aquel beso que fue excepcional no sea una excepción; que lo ordinario se convierta cada vez en extraordinario.
Crear momentos maravillosos para nosotros y cuantos nos rodean, glorificar cuanto tocamos, alabar lo que decimos, admirar todo lo que hay a nuestro alrededor…
Vivir la vida como nos parece insospechado que pueda ser vivida, despojándola de la infravaloración por la costumbre; vivir con todos los sentidos, con todo el corazón, con los sentimientos latiendo, con los ojos ávidos de maravillas, con las palabras dulces a punto en la boca, con la sonrisa predispuesta, con el amor atento a ser manifestado en cada instante. O sea, Vivir.
Magnificar la vida, enaltecer los actos, glorificar los sentimientos, dejarse llorar de alegría, aplaudir la felicidad, ampliar la mirada, admirar al prójimo y a uno mismo, alabar la religiosidad, dar gracias de continuo, y permitirse ser tan Humano, tan sensible, tan amante y tan amable como a Dios, y a uno mismo, nos gustaría.