Buscandome

Bienvenido(a), Visitante. Por favor, ingresa o regístrate.

Ingresar con nombre de usuario, contraseña y duración de la sesión

 


Traductor Google

 AVIVA A DIARIO TU CRISTO INTERIOR



Junio 04, 2012, 06:11:45 am
Leído 1770 veces

Desconectado elisa

  • Hero Member
  • *****

  • 714
    Mensajes

  • Karma: 1

AVIVA A DIARIO TU CRISTO INTERIOR
« en: Junio 04, 2012, 06:11:45 am »
AVIVA A DIARIO TU CRISTO INTERIOR


Hace tiempo, intercambié algunos correos electrónicos con mi amiga de Córdoba, Argentina, Ana Cristina Barión.
En uno de ellos, la exhortaba a “avivar su Cristo interior”… y a modo de chanza, le decía que a ella le resultaría muy fácil “porque ya lo tienes en tu segundo nombre”. En la siguiente misiva, Ana Cristina me pidió que le escribiera algo sobre el particular. Durante meses, sentí que tenía la respuesta “en la punta de la lengua”… pero, por alguna razón, no lograba redactar nada en concreto.

El viernes pasado, cenaba con mi amigo y compadre Carlos Jesús Ibarra Castellanos (él también tiene el Cristo en su segundo nombre). Lo hacíamos en el tradicional restaurante “Sorrento”, de la avenida Solano López, en Sabana Grande, Caracas. Él degustaba spaghetti napoli acompañado de un muy venezolano papelón con limón; yo: piumme alle vongole con un muy criollo tercio de cerveza Polar. El “Sorrento”, con sus viejos ventiladores de aspas en el techo, sus mesas ataviadas con manteles a cuadros y su comida casera italiana sigue siendo un sitio excelente para hablar, yantar.

La cena avanzaba en medio de una de esas épicas conversaciones espirituales que suelo sostener con Carlos. Entonces, mi compadre soltó una frase memorable, que él atribuyó al maestro hindú Osho: “Buda, más que budistas, quería Budas; Cristo, más que cristianos, quería Cristos”. “Compadre –le respondí yo- esa frase bien merece un artículo”. Apenas llegué a casa, a eso de las diez y media, me puse a teclear el presente escrito, con el cual honro a mi amiga cordobesa y a mi compadre caraqueño.
Buda -más que budistas- quería Budas; Cristo -más que cristianos- quería Cristos.

Buda -más que budistas- quería Budas; Cristo -más que cristianos- quería Cristos.

Si ves la menor diferencia entre tú y Dios, ¡no has entendido nada!

“Aquel que ve a Dios en su prójimo, no necesita buscar más”, dijo alguna vez Mahatma Gandhi. “Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo”, sentenciaba dos mil años antes Jesús de Nazareth. No obstante, nos toca preguntarnos, ¿cómo puedes amar al prójimo cuando ni siquiera te amas a ti mismo? ¿Puedes saciar el hambre de tus semejantes cuando tu despensa está vacía? ¿Te convertirás en fuente de agua viva para el sediento cuando tu propio pozo está seco, cuando tú mismo mueres deshidratado?

Gandhi y Jesús nos exhortaban a hallar a Dios y el Amor en el prójimo porque –previamente- ya los habían hallado en sí mismos. Y es que cuando en nuestro interior rebosamos de Dios y Amor –exactos sinónimos de acuerdo a la sabiduría del Nazareno- ya somos incapaces de hacer diferencias entre nosotros y nuestros semejantes. En ese momento, todos y Todo pasamos a ser Uno.

Sí, en la plena conciencia del Amor, todos somos Uno –ni más ni menos. Por eso, desde hace tres mil años, leemos en los Upanishads (textos sacros del hinduismo): “Si ves la menor diferencia entre tú y Brahman (Dios, el Ser Superior) es porque no has entendido nada”. En el Evangelio según Tomás (apócrifo según las denominaciones cristianas), el célebre carpintero de Belén habría dicho: “Cuando de dos hagáis Uno, cuando lo interior sea igual a lo exterior, cuando lo que está arriba equivalga a lo que está abajo, entonces entrareis en el Reino de los Cielos”.

Mahatma Gandhi: “Aquel que ve a Dios en su prójimo, no necesita buscar más”

A esa plena conciencia de Dios en nosotros, a esa infinita experiencia del Amor que reúne (que religa, raíz de la palabra religión) a todos los seres en la Unidad del Padre es lo que llamamos el Cristo. Es una experiencia plena de poder y expansión porque, ¿puede haber algo más poderoso que experimentar toda la creatividad de Dios en nosotros? Convertirnos en Cristos fue, sin duda, el mayor apostolado de Jesús. ¿Qué decía el ebanista judío tras sanar enfermos, arrojar demonios, mutar agua en vino y caminar sobre las aguas? Su mensaje era contundente: “¡Cosas como éstas o mayores vosotros también las haréis!” (nota, amigo lector o lectora, de “mayores”).

¿Quería acaso discípulos pasivos, dóciles ovejas temerosas del golpe de cayado del pastor? No, su mensaje estaba saturado de Poder: “Sois dioses”, dijo a sus discípulos y a quienes tuvieran la paciencia de escucharle. Por eso, y de acuerdo a su enseñanza, si “vuestra fe tuviera el tamaño de una semilla de mostaza y dijerais a ese monte pásate de allá para acá, se pasará; y nada os será imposible” (¡nada!).
Cuando un Jesús o un Buda nos ven con unos pocos panes y peces en las manos, nos instan a pensar en grande, nos exhortan a obrar de la siguiente manera: “Multiplíquenlos y sacien el hambre de miles, de millones –sean amigos, desconocidos o enemigos-.”

Tras examinar estos pasajes, la frase del maestro Osho con la que comenzamos este artículo nos parece aún más lúcida: “Buda, más que budistas, quería Budas; Cristo, más que cristianos, quería Cristos”. Por eso, convertirnos en Cristos o en Budas no es una inflada pretensión de nuestros egos, una demente aspiración de nuestros espíritus: de hecho, es nuestra mayor y única necesidad espiritual.

Todo lo que no es el Cristo son velos que lo ocultan


Todo lo que no es Amor son obstáculos que nos separan de la conciencia del Cristo. El místico musulmán Abubalas Ben Alarif lo dice con estas palabras: “Todo lo que no es Dios son velos que lo ocultan”; y añade: “Tú (tú como ego) eres el velo que a tu propio corazón oculta el secreto de Su misterio”. Hafiz, otro pensador mahometano, sentencia: “Tú eres tu propia barrera… ¡sáltala desde adentro!”.

Cuando el Amor comienza abrirse paso en nuestros corazones, se constituye en un poderoso agente de limpieza espiritual, en un revulsivo capaz de disipar décadas de miseria psicológica, abuso emocional y miedo a vivir a plenitud (los velos que nos ocultan la conciencia del Cristo); años de pantanos y tropiezos se desvanecen como Nada, quedan abolidos en la sacra eternidad del instante presente –único hogar del Amor perfecto.

Sí, cuando el Amor toma para sí un corazón… ¡lo vacía de todo lo que no es Él! Por Amor, la enfermedad se transfigura en salud; la ira cambia en misericordia; la avaricia deviene generosidad; los prejuicios dan paso a una inédita amplitud de miras; la depresión se convierte en la inútil crisálida de la que emerge gloriosa la alegría; los pomposos navíos del rencor zozobran sin protesta en la apacibles bahías del perdón; y las tenebrosas grutas que solían ser nuestros corazones se iluminan con la infinita Luz del Cristo.

Dice la mística norteamericana Mary Baker Eddy: “El propósito del Amor divino es el de resucitar el entendimiento y el reino de Dios, el reino de la armonía que ya está dentro de vosotros (…) Amor, ¡qué palabra ésta! Con asombro reverente me inclino ante ella. ¡Sobre cuántos miles de mundos tiene alcance y es soberana! El Todo infinito del Bien, el Dios único, es Amor”.

Prosigue esta destacada maestra espiritual: “El Amor no es algo que se coloca en un estante para tomarlo en raras ocasiones con tenacillas para azúcar y colocarlo sobre el pétalo de una rosa. Exijo mucho del Amor, exijo pruebas eficaces de él (…) A menos que éstas aparezcan, hago a un lado la palabra como algo fingido que no tiene el tañido del metal verdadero. El Amor no puede ser una mera abstracción, o bondad sin actividad y poder (¡poder!); es la silenciosa e incesante oración, el corazón rebosante que se olvida se sí mismo”.

El Cristo no es una persona: es la conciencia de que el Amor es Todo

No confundamos al Cristo o al Buda con personas. Ya sabemos que tanto Jesús, el ebanista nazareno, como Gautama, el príncipe hindú, no querían estar rodeados por sumisos miembros de sectas, puntuales pagadores de diezmos o esclavos del culto a la personalidad. Querían estar acompañados de Cristos o Budas –colegas tan eficaces como ellos mismos.

Ambos sólo deseaban una cosa para ti: que liberaras todo tu poder personal –que, literalmente, puedas mover montañas a través de la vivencia de tu conciencia Crística o estado de Budeidad, vale decir, de la plena comprensión espiritual de que Dios es Amor y el Amor es Todo.
El Cristo no es una persona: es la conciencia de que el Amor es Todo

El Cristo no es una persona: es la conciencia de que el Amor es Todo

Todo “ismo” (a lo mejor, igual que yo, fuiste o eres adicto a un par de ellos) que te separa de tu conciencia del Cristo y de la serena sensación de unidad con el resto de los seres que habitan el Universo, es un obstáculo que te impide experimentar la infinita gracia del Padre-Madre.

Todo gurú, corporación religiosa, institución educativa, medio de comunicación de masas, partido político, sistema ideológico, amante de turno o amigo supuesto que quiera vampirizar tu poder personal, se valdrá de “dioses ajenos” a tu Cristo interior para controlarte espiritual, mental, emocional y físicamente. Te recordará, por ejemplo, lo débil, pecador, incompetente e infame que eres para que no recuerdes tu verdadero origen –el Uno del cual emana el Todo.

Se valdrán de esos “velos” dementes e imaginarios que abundan en el corazón menesteroso –aquel en el que no brilla de modo unánime el Amor- para que seas incapaz de sanarte a ti mismo y al prójimo; para que naufragues en las aguas del error y no puedas caminar –invicto- sobre ellas; para que las montañas de tu incredulidad queden intactas y tu menguada fe sea incapaz de moverlas; para que el Diluvio de tus neurosis te impida construir tu propia Arca de Salvación; para que, a mitad de camino, las divididas aguas de tu Mar Rojo se vuelquen con violencia sobre ti y te oculten la brecha abierta de libertad que habías logrado abrir con el poder del Amor.

¿Y qué debes hacer con aquel o aquella que quiera atenuar tu conciencia del Cristo, vampirizar tu energía, reducirte a un calabozo emocional o ideológico, limitar tu sagrado poder interior? Sólo una cosa: prodigarle más y más y más Amor (el significado de “dar la otra mejilla”), en la esperanza de que él o ella también despierten, lo más pronto posible, a imagen y semejanza del Uno.

El místico musulmán Ibn Arabi lo dice muy claro con esta poesía que es también inmejorable plegaria:

Mi corazón puede adoptar todas las formas:
Es pasto para las gacelas
Y monasterio para monjes cristianos
Y templo para ídolos
Y la Kaaba para el peregrino
Y las tablas de la Torá y el libro del Corán
Yo sigo la religión del Amor
Cualquiera que sea el rumbo que tomen los camellos
Ésa es mi religión y mi fe.

Querido lector o lectora: que no te abatan los tenebrosos momentos de desaliento, las siniestras pesadillas que a veces pueblan tus noches, los sombríos pensamientos que en ocasiones se multiplican en tu mente. Ora al Padre con esta certeza: cualquier oscuridad que se incremente en Uno acaba convirtiéndose en el Amor infinito que todo lo puede, que todo lo ilumina.

¡Esa es la radiante alborada del Padre que aguarda al sincero buscador y buscadora de la Verdad!

¡Que el Cristo que mora en ti manifieste a diario Su vasto poder y bendiga cada instante presente de tu vida!


Carmelo Urso
Vía: http://carmelourso.wordpress.com

 

TinyPortal 1.6.5 © 2005-2020