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 EL CAMBIO RELIGIOSO (segunda parte)



Junio 13, 2012, 05:44:27 am
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Desconectado Irene Zambrano

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EL CAMBIO RELIGIOSO (segunda parte)
« en: Junio 13, 2012, 05:44:27 am »

         ¿Cuáles son las características del paradigma premoderno?
Primero, el ver la realidad dividida en tres planos, incluso físicamente.
La tierra se veía como algo no autónomo; todo lo que en ella sucedía era por influjos celestiales o infernales; si me sucedía algo bueno, venía de Dios, salvo que te hubieras portado mal y te venía un castigo (por ejemplo, las enfermedades eran consideradas como castigo por un pecado cometido); o las cosas malas venían por influencia del inframundo, del mal que habitaba en el mar -ambas palabras eran sinónimos- donde estaban los dragones, los demonios, etc. Y sabéis que en los evangelios abundan mucho los demonios y los exorcismos: no hay que extrañarse porque los evangelios se escriben en ese paradigma. Y si no los traducimos hoy, les hacemos decir tonterías, igual que si yo hablase en chino a un público que habla sólo castellano.
El ser humano vive pendiente de fuerzas externas a él, tampoco es autónomo; insisto en ello porque -ya lo estáis adivinando- la autonomía será la característica de la modernidad y ahí se producirá un choque brutal.
Otra característica es la concepción objetivante de Dios; siempre que pensamos a Dios lo convertimos en un objeto porque la mente delimita. Y, en este modelo, Dios era un ser separado, distante e intervencionista; y las tres son palabras peligrosas. Ningún chico joven hoy puede creer en este Dios. En este paradigma premoderno, Dios estaba separado y lejos, incluso físicamente. Por eso la piedad popular tuvo que recurrir tanto a la Virgen María y a los santos, porque necesitaba a alguien más cercano y de andar por casa. Y esta idea de lejanía hizo mucho daño, al igual que hizo mucho daño el dualismo religioso y la idea del intervencionismo divino. Un dualismo religioso que nos hacía ver a Dios por un lado y al ser humano por otro: lo sagrado y lo profano, lo celeste y lo terrestre, lo espiritual y lo material, el alma y el cuerpo y todos los dualismos que queráis imaginar. Y,  luego,  el intervencionismo divino que presenta a Dios como un ser que desde fuera maneja los hilos de la humanidad.
¿Cómo se ve a Dios en este paradigma? Dios es el que hace, el que hace todo; la característica de Dios es la omnipotencia. Esta visión, este paradigma se corresponde con una religión mítica. “Mítico” no significa falso: describe un determinado nivel de conciencia; es un periodo de la historia de la humanidad (y una etapa por la que pasa el niño entre los 3 y los 7 años); un nivel de conciencia más “estrecho” que el racional, en el que se toman al pie de la letra determinadas explicaciones legendarias; la religión, así explicada todavía en algunos catecismos, es una religión que no puede conectar con los chicos de hoy.
 En un esquema, podría representarse de este modo:
 
 
                                                                       
 
 
1.2. El paradigma moderno   
 
         ¿Por qué se produce un cambio de paradigma? Por el mismo motivo por el que alguien cambia sus gafas: porque las que está usando ya no le permiten ver bien.
Cuando surgen preguntas para las que el paradigma no tiene respuestas,  se impone un cambio. Esto pasó en la física,  con el cambio de la física de Newton a la física cuántica; se cambió porque empezaron a comprobarse cosas a nivel subatómico para las que la física newtoniana no tenía respuestas.
En el terreno religioso pasó lo mismo. Y ¿para qué no tenía respuestas el paradigma religioso anterior? Para la autonomía del mundo natural o físico. Ponemos un ejemplo: Santo Tomás de Aquino, una de las más brillantes inteligencias católicas, decía, sobre el movimiento de los astros, que cada astro se movía porque era empujado por un ángel; no, no hay que reírse: tal afirmación, en aquel “idioma cultural” (paradigma premoderno, caracterizado por la heteronomía) era totalmente coherente. Vienen Copérnico y Galileo y dicen que no, que la tierra no es el centro, que los astros se mueven de forma rotatoria alrededor del sol, que existen unas leyes físicas que gobiernan el movimiento. Entonces, si el mundo es autónomo, ¿qué hace Dios? El paradigma anterior se empieza a quedar sin respuestas; había que buscar uno nuevo, así nace el paradigma moderno.
Esa autonomía comienza a reconocerse en el mundo físico de las leyes naturales, pero sigue en el mundo de la política, en el mundo de la econopmía, en el mundo de la psicología y hasta en el mundo de la moral. La Revolución francesa fue otro momento muy importante; porque en el paradigma premoderno se decía: “existen pobres porque es la voluntad de Dios”, mientras que en el paradigma moderno se dice que existen pobres porque hay una ley de mercado y un modelo neoliberal que los crea, no porque haya algo predeterminado.
 
         ¿Cuando aparece el paradigma moderno? A partir del Renacimiento. Aunque un paradigma no tiene fecha de nacimiento, si queréis una, diremos que a partir de 1492, por lo que supuso de ampliación del horizonte de la humanidad. Y empieza porque la “heteronomía” –recordad que constituía un elemento central del paradigma anterior- empieza a hacer crisis. Entra en crisis la idea de un ente exterior o Dios que cambia la historia, y se descubre la autonomía de lo real. Y se empieza a vivir un proceso creciente de secularización, por el que cada uno de los ámbitos de la realidad se va independizando de la tutela de la Iglesia, que hasta ese momento gobernaba todo; nada se movía sin que ella lo autorizase. El papa podía desde asignar los nuevos territorios descubiertos a un rey u otro,  según su voluntad, hasta decir, por ejemplo, que la tierra era el centro del universo; la Iglesia controlaba todo. A partir de Copérnico y Galileo, como ha quedado dicho, comienza un proceso creciente de secularización, de independencia de esa tutela en el que todavía estamos. ¿Sabéis cual es el último paso? El de la ética o la moral. La jerarquía eclesiástica se resiste mucho a reconocer la autonomía de la ética o la moral porque es el último bastión sobre el que cree tener autoridad.
 
         En definitiva, las dos palabras claves del paradigma moderno son la autonomía y la racionalidad.
         Esas palabras llegan hasta hoy. El mundo es autónomo, funciona por sí mismo; hay una anécdota de Napoleón con un físico notable, Laplace, al que pidió que elaborara un esquema del funcionamiento del universo; el científico lo hizo; al presentarlo, Napoleón le preguntó dónde quedaba Dios en ese esquema. Laplace le respondió: “Señor, yo no necesito esa hipótesis”.
El mundo es autónomo; Dios no es “necesario” para explicar su funcionamiento. Para los creyentes, que ya han salido del paradigma anterior, esto constituye la maravilla de la creación: un mundo capaz de funcionar por sí mismo.
 
         Y la otra palabra es la racionalidad; este paradigma hace culmen en la Ilustración y eran los ilustrados los que decían que la razón salvaría al mundo: salimos de la oscuridad de las cavernas y llegamos a la luz de la razón; hasta el punto de entronizar en una estatua a la “diosa Razón”. Pero, sobre todo, la modernidad renunció a sentirse como un juguete de la divinidad. La autonomía y la racionalidad, recién conquistadas, impedían ver a Dios como un Ser intervencionista.
         Y dentro de esa racionalidad y autonomía, ¿quién era el rey de la escena moderna? El Yo, el ego –por eso nuestra cultura moderna está tan impregnada de individualismo y de egocentrismo todavía hoy-, un yo racional y autónomo.
 
         Y ¿cómo queda Dios en este paradigma de la  modernidad? Empieza a concebirse no como algo separado sino como la Dimensión de Profundidad de lo real –por decirlo con palabras del gran teólogo Paul Tillich-, como el fundamento de todo lo que es: recuperando la frase de san Agustín, “Dios es más íntimo que mi propia intimidad”. Es un cambio de lenguaje, pero es que un  cambio de paradigma implica un cambio de lenguaje. Y entonces se pasa de ver la trascendencia como distancia a percibir la trascendencia como intimidad.
 
         La fe entonces tiene que empezar a dialogar con la cultura de su tiempo, sobre todo con la racionalidad y la autonomía; en la Iglesia todavía nos queda mucha tarea en este campo, todavía tenemos que avanzar mucho en ser capaces de dialogar con la modernidad. No quiero crear polémica, pero en mi opinión, la mayor carencia de los llamados “nuevos movimientos eclesiales” consiste precisamente en que no terminan de hacer el diálogo con la cultura de la modernidad.
         En este paradigma moderno se ve a Dios, no  ya como el que hace, sino como el que hace ser, y la religión ya no es la religión mítica de creencia en un Dios separado, es una religión personalista.
En palabras de Kart Rahner, “Dios obra el mundo, no obra en el mundo”; es el cambio de lenguaje, de la premodernidad a la modernidad. Dios obra el mundo, está haciendo que todo sea, tú y yo, es el Dinamismo que hace ser, pero no obra en el mundo, no es “alguien”, paralelo a nosotros, que actúa;  eso sería un mago, pero no Dios. Un teólogo nuestro, para mi uno de los mejores, Andrés Torres Queiruga, lo dice de una forma más gráfica: “Dios no es nunca una presencia paralela, sino una presencia perpendicular”. Una presencia paralela sería que estamos nosotros, yo, tú, el otro, y allá a lo lejos, grandote, Dios. Y cuando ya no podemos algo, vamos al grandote y le decimos, “oye, sácame las castañas del fuego”. Eso es una presencia paralela, ese es el dios mítico. Y una presencia perpendicular significa que está con nosotros, como en la raíz, haciéndonos ser; así se expresa el creyentes en el paradigma de la modernidad.
 
         Creyentes y no creyentes, que comparten este paradigma, ya no ven la realidad dividida en tres niveles; la realidad es una. La diferencia radica en el hecho de que los primeros la perciben como una realidad “abierta” –hay “más” realidad que aquélla que podemos ver y palpar-, mientras que los segundos la perciben como “cerrada”, limitada o reducida a lo tangible.
         El paradigma de la modernidad podría representarse en este esquema:

1.3. El paradigma postmoderno
 
         Vamos al nacimiento del paradigma postmoderno ¿Cuándo nace? Todavía está naciendo, estamos asistiendo al parto; pero podemos poner dos fechas. Una es mayo del 68 –acordaos de la frase que lo simboliza: “la imaginación al poder”-, una revuelta contra la razón; y la otra es la crisis del 73, la primera gran crisis energética, vivida como auténtica amenaza.
¿Por qué surge el paradigma de la postmodernidad? Surge por agotamiento del anterior, porque las gafas ya no permitían ver la realidad, sino que todo lo confundían; surge porque la modernidad y la ilustración nos habían prometido el cielo en la tierra, ya que la razón nos iba a librar de todos nuestros males, y ocurre que el siglo XX ha sido, según muchos historiadores, el siglo más cruel en la historia de la humanidad, con las dos guerras mundiales, el nazismo, el estalinismo… ¿Este era el paraíso al que nos iba a conducir la razón?
La promesa fallida, el desengaño, produce el agotamiento del paradigma que lo había producido, y surge uno nuevo. El hecho de que el paraíso prometido y soñado se convirtiera, en realidad, en un infierno, nos hace descubrir dos cosas: que el Yo puede ser muy inhumano –a la vista está- y que la razón promete mucho pero da poco. Nace el desengaño de la razón –que no es negarla, porque caeríamos en algo peor, la irracionalidad- pero nos hacemos conscientes de que no posee todas las respuestas, a la vez que descubrimos las trampas adonde conduce un modelo centrado en el yo. Esto significa también el agotamiento del modelo dual de conocimiento, del modelo mental; pero no podemos entrar en ello ahora.
Con todo, el agotamiento del paradigma moderno no significa, como decía antes, la negación de la razón. Si la modernidad nos ha aportado algo valiosísimo, a lo que ya nunca podremos renunciar, es precisamente la “razón crítica”. Pero, reconociéndola como irrenunciable, si no queremos volver a la irracionalidad, la razón también necesita –reclama- ser trascendida.
 
         ¿Cuáles son las características del paradigma de la postmodernidad en el que ya estamos, en el que vivimos -en el que vuestros hijos están ya-,  aunque conservemos muchas secuelas del anterior paradigma? Son dos: La primera es –perdonad el palabro- la deconstrucción del yo. Significa reconocer que el yo no existe, es una entelequia, una ficción, producida por la propia identificación con la mente. “Ese yo, que tanto nos hace sufrir…, y que no existe”, como decía Tony de Mello. El yo o el ego no es otra cosa que la mente apropiándose de sus propios contenidos mentales. El yo es creado por la mente, alimentado por el pensamiento y sostenido por la memoria. Quitad la mente, el pensamiento y la memoria y decidme dónde está vuestro yo. El yo es una inflación de la nada, una inflación de la mente, una inflación del ego, yo, mí, me, conmigo… La deconstrucción del yo –con todo lo que eso supone- es, sin duda, una de las características más revolucionarias de la postmodernidad.
La segunda característica es el reconocimiento de la interrelación de todo: no hay nada separado de nada, todo está interrelacionado, conectado, somos como una gran red, como Internet. Internet sólo ha podido surgir en esta época, en la que aparece, en la conciencia humana, la percepción de que todo está interconectado y aunque, estemos todavía lejos de vivirlo, lo percibimos.
Resulta profundamente significativo el hecho de que esta interrelación está afirmada desde tres campos del saber que en principio no tienen nada que ver entre sí. Con ello, no quiero “probar” nada, sino sólo reconocer una convergencia que resulta tan admirable como asombrosa. Me refiero a las conclusiones que nos llegan desde la mística, desde la física cuántica y desde la psicología transpersonal.
Los místicos de todas las tradiciones y a lo largo de toda  la historia han dicho siempre que “todo era Uno”. No se niegan las diferencias, pero todo es Uno. La física cuántica, observando y experimentado todos estos elementos y partículas subatómicas concluye, entre otras afirmaciones revolucionarias, que no hay nada separado de nada: tú tocas aquí y aquello otro se modifica. Y, finalmente, la psicología transpersonal experimenta que, en cuanto se pasa del estadio racional, la realidad se ve de un modo diferente, absolutamente interconectada e interrelacionado.
En definitiva, lo característico del paradigma postmoderno es la convicción de que todo es una red, de que todo influye en todo, y de que la realidad tiene un modelo holográfico, que significa que en cada parte está el todo. Se abre paso la no-dualidad: junto con las diferencias de las formas, más allá de ellas, late una profunda Unidad de todo Lo que es.
 
         ¿Os acordáis de aquellos extremos de que hablábamos al principio, el relativismo y el absolutismo? Y la verdad estaba en el justo medio. Pues en este terreno hay dos extremos también insostenibles: uno es el panteísmo que afirma que todo es Dios, todo es uno; parece insostenible, porque tal afirmación es negada por el simple sentido común. Pero el otro extremo,  no menos falso, y también peligroso, es el dualismo: tú aquí y yo allí, todo separado. ¿Cuál es el término medio sabio entre los dos? Es la no-dualidad, es la afirmación de la unidad en la diferencia: no se niega ninguna diferencia, pero se ve que, más allá de las diferencias, todo es Uno. Por ejemplo, mi dedo meñique y mi cuerpo ¿son una cosa o dos? Si decís que es una cosa, sois panteístas; si decís que son dos, sois dualistas. Mi dedo y mi cuerpo son no-dos. Mi dedo puede decir con razón “soy un dedo”, pero también puede decir: “soy cuerpo”. Y el día que se ve como cuerpo, toda su perspectiva se modifica. Yo puedo decir que soy Enrique, con tal número de  DNI, y es verdad porque ésa es mi identidad, pero es una identidad muy relativa. También puedo decir “yo soy la Conciencia sin límites”, y el día en que descubrí y experimenté eso, mi vida cambió. Aunque todavía tenga tantas secuelas de mi ego por ahí, dejo de verme como un yo separado; ése yo es sólo una identidad relativa.
Con otra metáfora muy usada: la ola y el mar ¿qué son, una cosa o dos? Son no-dos, porque tanto una como otra son agua. Esa ola que nace y desaparece en un ratito no es igual a ninguna otra, pero sigue siendo agua, igual que el océano.
Los cristianos tenemos una metáfora de Jesús que es inigualable y que pocas veces la sabemos leer. Jesús dice: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. La vid y los sarmientos ¿qué son, una cosa o dos? No-dos. La no dualidad es lo más revolucionario de la postmodernidad, y las personas religiosas haríamos bien en entrar por ahí porque sólo eso nos permitirá experimentar a Dios. Y así comenzamos ya a acercarnos a la segunda parte de la charla, la espiritualidad.
Por todo lo dicho, parece claro que el paradigma de la postmodernidad no puede ser expresado sino por la imagen de la red:
 
                                       
 
                                                                           

 

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